Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

domingo, 13 de octubre de 2024

Comentario al Padrenuestro de Tertuliano


Tertuliano fue uno de los escritores cristianos de la antigüedad más original y fecundo. Vivió a finales del siglo II y principios del siglo III, y es el primer cristiano que escribió sus obras en latín. Hasta entonces, los escritores del Nuevo Testamento y los Padres de la Iglesia habían utilizado solo el griego. Por eso, sus escritos no siempre son sencillos, ya que no tenía una terminología apropiada, que hubieran usado otros antes que él, de manera que tuvo que inventar muchos términos para poder expresar sus ideas. En este sentido, abrió el camino a los que vinieron después.

Nació en Cartago, en el norte de África, en el seno de una familia pagana, y recibió una esmerada educación en retórica griega y latina, filosofía, historia y derecho. El ejemplo de los mártires cristianos, que preferían morir antes que traicionar de su fe y se acercaban cantando salmos al suplicio, le convirtió. Por eso, escribió que «la sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos».

Redactó varios textos apologéticos, para presentar el cristianismo de una manera comprensible a sus contemporáneos, explicando las diferencias entre el cristianismo y las otras escuelas filosóficas de su época, y refutando las falsas acusaciones que se lanzaban contra los cristianos. También escribió algunos tratados catequéticos, para enseñar a los catecúmenos, que se preparaban para recibir el bautismo.

Por desgracia, al final de su vida se hizo cada vez más rigorista e intransigente, rechazando lo que él consideraba novedades en la práctica de los sacramentos, terminando por apartarse de la comunión con la Iglesia universal para entrar en una secta que podríamos calificar de «tradicionalista», usando una terminología contemporánea.

A mí me interesa especialmente su «Tratado sobre la oración» (De oratione), que escribió entre los años 198-200, en su época católica, como enseñanza para los que se preparaban a recibir el bautismo y contiene la más antigua explicación conocida del Padrenuestro, además de consejos prácticos sobre cómo orar.

Comienza hablando de la novedad del evangelio, en la manera de vivir, de relacionarse con Dios y los hermanos, y también de orar: «Independientemente de lo que haya prevalecido en los días antiguos, mucho ha sido quitado o abolido por Jesucristo, como la circuncisión; o completado, como el resto de la Ley; o realizado, como las profecías; o traído a su perfección, como la fe misma… El Padrenuestro, que Jesús nos ha enseñado, contiene un resumen del evangelio entero».

De ahí, pasa a estudiar la importancia de llamar a Dios «Padre», sintiéndonos de verdad hijos suyos, y después analiza cada una de las peticiones.

Al decir «santificado sea su Nombre», pedimos que «Dios sea bendecido en todo el mundo, en cada lugar y tiempo», dejando que él nos santifique a nosotros y a todos.

Identifica la petición «venga tu reino» con la llegada de la salvación definitiva para todos los que creen y esperan en Dios y el deseo de que esto suceda pronto. «¡De verdad, tan rápidamente como sea posible, oh Señor, venga tu reino! Esta es la oración del cristiano; que perturba a los paganos y exalta a los ángeles; es por la que sufrimos, o más bien, por la que oramos».

«Después, añadimos esta frase: “Sea hecha tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra”… A saber, que la voluntad de Dios se cumpla en nosotros sobre la tierra, para que esta pueda ser hecha por nosotros también en el cielo. Ahora bien, ¿qué es lo que Dios quiere, sino que andemos según su enseñanza? Pedimos, por lo tanto, que él nos conceda la sustancia de su voluntad y la capacidad para cumplirla, para que podamos ser salvos tanto en el cielo como en la tierra, ya que la suma total de su voluntad es la salvación de quienes él ha adoptado como hijos».

Al pedir el pan de cada día, nos referimos a nuestras necesitades materiales («el pan del cuerpo») y todavía más a las espirituales («el pan del alma»): «Cuando pedimos nuestro pan de cada día, pedimos vivir siempre en Cristo y estar inseparablemente unidos a su Cuerpo».

Perdonar y ser perdonados. «Pedir perdón es reconocer el pecado, ya que quien pide perdón confiesa su culpa. Así, también, vemos que el arrepentimiento es aceptable a Dios, que lo desea más que la muerte del pecador». Pero Cristo quiere «de nosotros que también perdonemos a nuestros deudores».

Une las dos últimas peticiones, reflexionando sobre las tentaciones, que proceden de Satanás, «el Malo», del que pedimos ser librados u al que renunciamos cuando decidimos seguir a Cristo. «Para completar una oración así de breve, Cristo añadió que nosotros deberíamos orar no solo para que nuestros pecados sean perdonados, sino que los evitemos por completo; es decir, que suframos antes de permitir ser conducidos por el tentador».

Después vuelve a recordar que el Padrenuestro es un resumen de todo el evangelio y no solo del evangelio, sino también de las enseñanzas de los profetas y apóstoles. Se detiene en tratar algunas cuestiones prácticas: buscar la reconciliación con los hermanos y la paz del corazón para orar convenientemente, evitar las supersticiones, posturas para orar, normas sobre las vestiduras, el tiempo y lugar de la oración, etc.

Concluye afirmando que «la oración es nuestro sacrificio espiritual» y reflexionando sobre la eficacia de la oración, afirmando: «En el pasado, la oración alejaba las plagas, desvanecía los ejércitos de los enemigos, hacía cesar la lluvia. Ahora la verdadera oración aleja la ira de Dios, implora a favor de los enemigos, suplica por los perseguidores. ¿Y qué tiene de sorprendente que pueda bajar del cielo el agua del bautismo, si pudo también impetrar las lenguas de fuego? Solamente la oración vence a Dios; pero Cristo la quiso incapaz del mal y todopoderosa para el bien. La oración perdona los delitos, aparta las tentaciones, extingue las persecuciones, consuela a los pusilánimes, recrea a los magnánimos, conduce a los peregrinos, mitiga los tormentos, aturde a los ladrones, alimenta a los pobres, rige a los ricos, levanta a los caídos, sostiene a los que van caer, apoya a los que están en pie».

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