lunes, 9 de octubre de 2017
Nuestra respuesta ante los desastres naturales
Los recientes terremotos provocaron derrumbes y dejaron varias víctimas en México. Aún peor han sido los huracanes que han destruido las infraestructuras de Puerto Rico y de varias islas menores en el Caribe. Estos días, una tormenta tropical azota Centroamérica. Hace unos meses, las inundaciones también causaron graves daños en Ecuador y Perú. En todas esas tierras tengo amigos que han sufrido de una u otra manera las consecuencias.
Los desastres naturales nos recuerdan una y otra vez la fragilidad de nuestra vida y de nuestras obras. Terremotos, tsunamis, huracanes, ciclones, olas de calor, volcanes en erupción, aluviones... han causado grandes destrozos y sufrimientos en distintos países.
No entro aquí a valorar la responsabilidad humana en el cambio climático, en la desertificación, en las construcciones en zonas de riesgo, en la falta de prevención, pero me pregunto, ¿estos fenómenos pueden enseñarnos algo a nivel religioso?
Esta cuestión se la plantearon a Jesús con motivo de unos galileos que Pilato mandó asesinar. ¿Dios lo permitió porque eran culpables de alguna falta?, ¿era un castigo divino?
Jesús no respondió directamente, sino que les invitó a interpretar todos los acontecimientos de la vida como una llamada a la conversión, a tomar conciencia de nuestra pequeñez, a ser solidarios con los que sufren.
«Se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos, cuya sangre vertió Pilato con la de los sacrificios que ofrecían. Jesús les contestó: –¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos, porque acabaron así? Os digo que no; y si no os convertís, todos pereceréis lo mismo. Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no. Y si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera» (Lc 13,1s).
Primero habla de una desgracia sucedida a galileos y después de otra sucedida a judíos. Recordemos que Galilea está en el norte y Judea en el sur de Israel; por lo tanto, estas enseñanzas son para los del norte y para los del sur; es decir: para todos.
Toda muerte repentina, toda desgracia, todo acontecimiento debería hacernos reflexionar: nuestra vida es corta y tenemos que aprovecharla bien. No dejemos nuestra conversión para mañana, abramos el corazón a Dios hoy mismo.
Todo en nuestra vida es una llamada a la conversión, también los desastres naturales, que nos recuerdan nuestra fragilidad, nos piden que oremos por las víctimas y que seamos generosos con los que menos tienen.
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