Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

martes, 12 de abril de 2022

La oración de Jesús en el huerto de los olivos


«Después de cantar los himnos, salieron para el huerto de los olivos» (Mc 14,26). Se acerca la «hora» crucial, el momento definitivo, y Jesús necesita orar para mantenerse firme en el cumplimiento de la voluntad del Padre. Sabe que esa es la única manera de poder superar la prueba y la tentación (cf. Mc 14,38).

Todo llega a su fin, y Jesús vive un momento dramático. Ora con intensidad, hasta sudar gotas de sangre (cf. Lc 22,41.44), «postrado rostro en tierra» (Mt 26,39), «sintiendo pavor y angustia, una tristeza mortal»  (Mc 14,33-34), «con gritos y con lágrimas» (Heb 5,7).

En esta noche de Pascua, noche de fiesta para Israel, la oración de Jesús es el momento más difícil de toda su vida. Para él comienzan el pavor, la angustia y la soledad. Algunos Padres de la Iglesia dicen que este es el momento en el que todo el pecado del mundo cae sobre Jesús. Siendo el Hijo, ha de mostrar su obediencia incondicional (cf. Heb 5,7ss). 

Tratando de introducirnos en este momento nos fallan todas las categorías de comprensión: humanas y teológicas. Ningún encuentro o desencuentro con Dios fue igual antes y ninguno será igual después. No podemos terminar de comprender lo que supuso para Jesús este momento, solo intuir algo del misterio que encierra. 

Él anunció que Dios es un Padre bueno y misericordioso, que no abandona a los suyos en la tribulación. También afirmó que son felices los pobres, los sencillos, los humildes, porque Dios está con ellos. 

Pero toda su predicación parecía encaminarse al fracaso más absoluto, ya que todo indicaba que iban triunfar una vez más los fuertes, los poderosos, los que tienen interés en que todo siga como está. 

Consciente de la aparente contradicción entre lo que él ha anunciado y lo que está sucediendo, ora al Padre buscando luz.

Jesús sufrió en su humanidad todo el peso del abandono de Dios, las consecuencias del pecado acumulado por todas las generaciones de hombres y mujeres que se han sucedido desde el principio. 

Desde ese pozo, desde ese abismo, desde ese «infierno» de los que han dicho «no» a Dios, Jesús dirigió su oración al Padre, diciéndole: «Todo es posible para ti, aparta de mí este cáliz, pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú» (Lc 22,41). 

En plena prueba, en medio de la más negra oscuridad, Jesús sigue manifestándose como el Hijo; para él no existe nada más importante que cumplir la voluntad del Padre. 

Y lo repite tres veces, que en el lenguaje bíblico significa «por completo», eliminando cualquier otra posibilidad. No lo ha dicho «con la boca pequeña» y está dispuesto a sufrir las consecuencias, a seguir testimoniando al Padre entre los tormentos y la muerte.

Mientras Jesús ora en el huerto de Getsemaní, es detenido por una «turba con machetes y palos», guiada por uno de los doce, uno de los elegidos por él personalmente (cf. Mc 14,43s.). 

Comienza aquí el misterio de la entrega de Jesús. Él se deja hacer, como el siervo obediente que anunció Isaías: «Ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes y salivazos» (Is 50,6). 

Tomo el texto de mi libro "La Semana Santa según la Biblia", del que hablé en esta entrada.

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