Cada año, el segundo domingo de Pascua, o de la "divina misericordia", leemos el evangelio que cuenta el encuentro entre santo Tomás y Jesús resucitado (Jn 20,24-29). Este texto contiene importantes enseñanzas sobre la paciencia de Jesús, que ofrece a todos la oportunidad de salvarse.
Tomás representa a los hombres que se cierran al testimonio de la Iglesia, al anuncio ministerial, a las mediaciones. No se fía de lo que dicen los otros; quiere ver por sí mismo. Pero solo verá cuando acepte humildemente estar con los demás, aunque no les entienda ni se fíe de ellos.
Es muy significativa la invitación de Jesús: «Mete tu dedo en las llagas de mis manos; mete tu mano en la llaga de mi costado». Jesús ha vencido a la muerte, pero conserva en su cuerpo las llagas de su pasión y las de los enfermos, hambrientos y oprimidos de la historia con los que se identifica.
Tomás (y, como él, cada creyente) tiene que encontrarse con Jesús resucitado acariciando sus llagas, sirviendo humildemente a los hermanos heridos y necesitados, que son las heridas en el cuerpo de Cristo.
La narración termina con la bienaventuranza de la fe: «Dichosos los que crean sin ver» (v. 29) que complementa la bienaventuranza del obrar: «Dichosos vosotros si practicáis lo que ya sabéis» (13,17); las dos únicas bienaventuranzas que recoge Juan en su evangelio. La fe y las buenas obras tienen que caminar juntas si queremos ser verdaderos discípulos de Cristo.
El encuentro con el resucitado se convierte en misión, en servicio: «Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo» (v. 20).
No es fácil descubrir los signos de la presencia de Dios en el mundo: algunos los ven antes (tal vez las personas afectivas, como Magdalena), luego los intuitivos (como Juan), después los que tienen una decisión firme y tenaz (como Pedro o los otros discípulos); pero también están los escépticos, que llegan los últimos, pero que también pueden llegar. Nadie está excluido, con tal de que tenga buena voluntad.
Jesús se revela a todos amablemente, a cada uno de una manera, adaptándose a su capacidad y a su ritmo. Tomás no busca como Magdalena o como Juan y Pedro y el Señor tampoco se le manifiesta de la misma manera que a ellos.
No todos los medios son aptos para todos, pero para todos hay un medio y un tiempo que el Señor conoce.
El evangelio enseña a confiar en que Jesús quiere revelarse a todos, incluso a los que hoy le rechazan.
Tomo el texto de mi libro "La Semana Santa según la Biblia", páginas 214-216. Editorial Monte Carmelo, Burgos, 2017. ISBN: 978-84-8353-819-7
No hay comentarios:
Publicar un comentario