El 20 de julio se celebra la fiesta del profeta Elías, cuya imagen está presente en todas las iglesias carmelitanas antiguas, normalmente vestido de fraile carmelita (con hábito marrón y capa blanca), ya que los primeros ermitaños del Monte Carmelo lo tuvieron por modelo inspirador. A veces se le representa en el episodio de la nubecilla que prefiguraba a la Virgen María, como en este cuadro pintado por Luis Juárez (1585 - 1639) para la iglesia de los carmelitas de Morelia (México).
Los primeros cristianos hicieron un uso abundante de la lectura «tipológica» del Antiguo Testamento. Es decir, buscaron en los sucesos y personajes del pasado, ilustraciones para comprender mejor el misterio y la predicación de Cristo. Para ello se inspiraron en san Pablo que, recordando unos acontecimientos narrados en el libro del Éxodo, dice: «Estas cosas sucedieron en figura (“tipikôs”, en griego) para nosotros» (1Cor 10,6).
Los textos de los Padres de la Iglesia sobre Elías son muy numerosos (las carmelitas de Saint-Rémy han recogido más de mil en un libro). En ellos encuentran un anuncio y anticipo de la revelación de Jesús y una enseñanza para nosotros, los creyentes.
La viuda de Sarepta (que acoge al profeta y se pone a su servicio) es imagen de la Iglesia, mientras que la reina Jezabel (que incita al pueblo a la idolatría y persigue al profeta) es la imagen del pecado.
Por su parte, Elías anuncia a Juan Bautista, el precursor, y también es imagen de Cristo, ya que sus prodigios anuncian los milagros del Salvador y en el fuego que hizo descender del cielo descubren un anuncio del don del Espíritu Santo en Pentecostés.
Elías vivía en presencia de Dios, como anuncio de la oración cristiana y su celo por la causa del Señor es anticipo de la actividad apostólica.
En el paso del Jordán vieron una prefiguración del bautismo; en el pan que lo alimentó en el desierto, una promesa de la eucaristía; en su peregrinar hacia el monte de Dios, la imagen de la vida cristiana (que es un largo camino hasta el encuentro definitivo con Cristo); en su ascensión al cielo en un carro de fuego, el anuncio de la ascensión del Señor y de la resurrección futura…
Por estos motivos, los textos litúrgicos primitivos hablan mucho de Elías en relación con el ayuno cuaresmal y con las fiestas de la Transfiguración, de la Ascensión, de Pentecostés y de la Asunción de la Virgen, entre otras.
Pronto se desarrolló también una interpretación mariana del episodio de la nubecilla. Los Santos Padres vieron prefigurada a la Virgen María en aquella pequeña nubecilla que subió desde el mar, tras la oración de Elías, y que empapó de agua la tierra agostada por la sequía.
Como la nubecilla, María era pequeña e insignificante para los hombres. Como la nubecilla, María derramó sobre la tierra la fecundidad, después de largos años de sequía y de la espera orante de los justos.
En las iglesias carmelitanas suele haber cuadros que representan al profeta Elías orando en el Carmelo y a la Virgen Inmaculada sobre la nube que se eleva desde el mar. Y esa sigue siendo la primera lectura de la misa del día de la Virgen del Carmen, el 16 de julio.
Elías es un perenne recordatorio del poder de Dios, Creador y Señor de todo y de todos, al que se debe adoración y respeto.
Con todo, donde los Padres hablan más de Elías es en el contexto de la vida monástica. Unas veces le consideran su inspirador y otras directamente su fundador.
San Atanasio, en su famosa "Vida de san Antonio", considerado el padre del monaquismo, propone a san Elías como el verdadero modelo que imitó san Antonio y al que deben seguir todos los monjes: «Es importante constatar que el asceta trata de aprender a vivir contemplando a diario la vida de Elías como en un gran espejo. Para quienes desean pasar la vida en la soledad, la vida de Elías es la regla, porque discurre toda ella en presencia de Dios con una conciencia pura, y en la perfección del corazón».
En esto coincide con muchos otros tratados antiguos, que desarrollan el retiro de Elías en la soledad del Carmelo como modelo de vida para todos los que aspiran a la perfección.
Su oración continua, el cultivo del silencio, su celo apostólico, su virginidad, su pobreza, la austeridad de su vida, su perseverancia en la lucha espiritual… son un ejemplo y un estímulo que los monjes deben imitar.
San Jerónimo, hablando de la vida monástica, dice: «Nuestros príncipes son Elías y Eliseo, y nuestros caudillos son los hijos de los profetas que habitaban en desiertos y soledades y construían sus tiendas junto al río Jordán». Y añade que «los hijos de los profetas son los monjes del Antiguo Testamento».
Como él mismo vivía en comunidad en las grutas de Belén, subrayó las relaciones de Elías y de Eliseo con «los hijos de los profetas» y su modelo de vida comunitaria, con tiempos para la soledad y momentos para las actividades en común.
También san Ambrosio de Milán tiene un tratado titulado "Libro sobre Elías y el ayuno", en el que propone al profeta como modelo de vida monástica. En otro texto recoge los mismos temas, aunque los desarrolla con nueva vitalidad:
«El desierto es una huida dichosa. Hacia él se dirigieron Elías, Eliseo y Juan Bautista. Elías huyó de Jezabel, es decir de la abundancia de la vanidad, y huyó hacia el Monte Horeb, cuyo nombre significa “desecación”, para que se secara en él el impulso de la vanidad carnal y pudiera conocer a Dios en plenitud. De hecho, Elías se retiró junto al torrente de Querit, que significa “conocimiento”, donde pudo encontrar la abundancia del conocimiento de Dios, huyendo del mundo hasta el punto de no buscar otro alimento para su cuerpo que el que le traían los pájaros, de forma que en lo esencial su alimento ya no era terreno. Finalmente, Elías caminó durante 40 días, sostenido por el alimento que había recibido. Por eso, no huía de una mujer tan gran profeta, sino del siglo. […] Huía de la seducción del mundo, del contagio de su contacto inmundo, de los sacrilegios de una nación rebelde e impía…» ("Sobre la fuga del mundo" 6,3).
San Juan Crisóstomo manifestaba un gran afecto hacia Elías, al que comparó con los ángeles: «¿Cuál es la diferencia entre Elías, Eliseo y Juan, verdaderos amantes de la virginidad, y los ángeles? Ninguna, excepto la condición de su naturaleza mortal. […] La virginidad les ha dado una naturaleza angélica. Si hubiesen tenido mujer e hijos, no habrían podido vivir con tanta facilidad en el desierto ni despreciar las casas y otras comodidades de la vida. Desligados de estas ataduras, vivían en la tierra como si vivieran ya en el cielo» ("Tratado sobre la virginidad" 79,1-2).
Los carmelitas también desarrollaron una abundante literatura sobre la figura de Elías, que sigue marcando nuestra espiritualidad hasta el presente.
Escultura del profeta Elías en un retablo de la iglesia construida sobre la casa natal de santa Teresa de Jesús en Ávila.
San Elías en el carro de fuego y san Eliseo a sus pies. Cuadro pintado por Juan Salguero en 1646. Se conserva en el museo nacional del virreinato, Tepotzotlán (México).
Pintura de Francisco Antolínez y Sarabia (1644 - 1700). Se conserva en la real academia de bellas artes de san Fernando (Madrid).
Tabla de Andrea di Bonaiuto (siglo XIV), que forma parte de un retablo de la iglesia de santa María del Carmen de Florencia (Italia).
Obra anónima del siglo XVII, que se conserva en el museo nacional del virreinato, Tepotzotlán (México).
Obra de Valdés Leal pintada en 1658 para el convento de los carmelitas descalzos de Córdoba, donde se conserva.
Profetas Elías y Eliseo, Martín de Cervera (fallecido en 1621). Se conserva en el museo Carmus de Alba de Tormes (Salamanca, España).
El profeta Elías en el desierto confortado por un ángel, pintado por Felipe Gil de Mena (1603 - 1673). Se conserva en el museo nacional de escultura (Valladolid).
Escultura realizada por Juan Alonso Villabrille y Ron (1663 - 1732). Se conserva en la galería nacional de Irlanda.
Iglesia del Carmen de Lecce (Italia).
El profeta Elías y el ángel, de Juan Antonio de Frías y Escalante (1633 - 1669). Se conserva en el museo del Prado (Madrid).
Escultura de Blas Moner (siglo XVIII). Iglesia del Santo Ángel de Sevilla.
Escultura del siglo XVIII que se conserva en la iglesia de san José de Madrid (la iglesia del antiguo convento de san Hermenegildo de los carmelitas descalzos, la antigua casa general de la congregación española).
Escultura castellana del siglo XVII. Se conserva en el museo nacional de escultura (Valladolid).
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