Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

jueves, 18 de abril de 2024

Beata María de la Encarnación, o.c.d.


El 18 de abril es la fiesta de la beata María de la Encarnación, cuyo nombre de pila era Bárbara Avrillot, pero es más conocida con el nombre de casada: "madame Acarie". Nació en París, en 1566, de noble familia. 

Se sentía llamada a la vida religiosa, pero muy joven fue dada en matrimonio a un marido de su condición, con el que tuvo tres hijos y tres hijas. A pesar de que su padre y su marido sufrieron destierro por participar en conjuras contra el rey, ella permaneció en París, educando a sus hijos, administrando su inmenso patrimonio y gozando de la protección de los reyes, que la admiraban.

Su hijo mayor estudió derecho, se casó joven y la hizo abuela cuando ella tenía 40 años. El segundo fue canónigo y vicario general de la diócesis de Rouen. El tercero entró en el ejército. Sus tres hijas se hicieron carmelitas.

En 1601, movida por la lectura de las obras de Santa Teresa de Jesús, se sintió inspirada a introducir en Francia el Carmelo descalzo, para lo que consiguió que se desplazaran desde España algunas de las primeras discípulas y compañeras de santa Teresa de Jesús. Para conseguirlo tuvo que establecer delicadas relaciones con la Santa Sede, los superiores generales de la Orden y los reyes de España y Francia, que estaban enfrentados entre sí.

Mientras llegaban las primeras carmelitas a Francia, reunió a un grupo de aspirantes en su casa y las formó personalmente.

El salón de su casa se convirtió en el principal centro cultural y religioso del país, al que acudían no solo las grandes personalidades, sino también todos los que querían impulsar algún proyecto evangelizador o caritativo, en busca de consejo y de ayuda.

Los historiadores la consideran la figura religiosa más importante de su época, por encima del cardenal Pierre Bérulle, san Francisco de Sales, san Vicente de Paúl y santa Luisa de Marillac, que fueron consejeros y discípulos suyos.

Tras 31 años de matrimonio, muerto su marido y libre de las obligaciones familiares, ella misma ingresó como hermana conversa en el monasterio de Amiens, el más pobre y el más alejado de la sociedad parisina. Edificó allí a sus hermanas por su humildad al desempeñar los oficios más bajos de la casa, por su sumisión a todas y por su delicadeza con las enfermas. 

Durante su última enfermedad, exclamó: "No quiero vivir ni morir: solo quiero lo que quiera Dios, y nada más". Falleció en el monasterio de Pontoise el 18 de abril de 1618. Por entonces, las carmelitas descalzas que ella había introducido en Francia habían fundado 17 monasterios en el país y varios en Flandes. Pocos años después, ya superaban los 50. 

Estaba convencida de que era urgente una reforma general de la Iglesia en todos sus estamentos, por lo que favoreció la fundación de las ursulinas, la reforma de las benedictinas y la fundación de la congregación del oratorio, de los sacerdotes de san Sulpicio y de la congregación de la misión, entre otras.

Ella era una contemplativa, pero trabajó con ahínco por los pobres y los enfermos, distribuyendo alimentos a los necesitados, cuidando de los heridos, enfermos y moribundos, favoreciendo los hospitales y otros centros asistenciales.

Aprendió de santa Teresa de Jesús que "la humildad es andar en verdad", por lo que asumió con sencillez sus grandes dotes, pero permaneció siempre humilde y sencilla. Su hija Marguerite escribió: “No podía evitar admirar a mi madre, quien, aunque era visitada por mucha gente importante, cosa que sucedía todos los días, volvía a sus obligaciones de ama de casa tan tranquila como si solo hubiera visto a los miembros de su propia familia. Ello me producía la impresión de que era una santa”. 

Madame de Maignelay dejó este testimonio: “Ni los honores que le venían de todas partes, ni las muestras de aprecio que le mostraban altas personalidades del Estado, ni siquiera la dependencia de sus consejos que mostraban prelados ilustres y altas personalidades de la Iglesia, que le consultaban en los asuntos más difíciles, fueron suficientes para que tuviera una alta opinión de sí misma”.

Ella insistía en que la principal obligación del cristiano es ser fiel a las obligaciones de su estado de vida. Por eso, se entregó con todas sus fuerzas a ser esposa y madre durante los 31 años que duró su matrimonio. Se organizaba bien para poder atender a todas las demás actividades, pero consideraba esta la principal para ella. Una vez en el Carmelo, vivió igualmente con gran fidelidad todo lo relativo a la vida conventual.

A pesar de su humildad, se enfrentó con el cardenal Bérulle, que quería imponer a las carmelitas un cuarto voto de esclavitud al Señor y a la Virgen María. Ella afirmaba que eso no estaba en consonancia con las enseñanzas de santa Teresa de Jesús, que eran las que tenían que seguir las carmelitas. Por entonces, el cardenal también rompió con san Vicente de Paúl y con los demás colaboradores, a los que quería imponer sus ideas de perfección.

André du Val, que publicó una biografía de la beata en 1621, solo tres años después de su muerte. En ella escribe: "Se mantenía en presencia de Dios, independientemente de si se encontraba viajando, atendiendo a asuntos importantes, u orando a los pies de Cristo en la cruz. Viajando en dirección a Amiens, en una ocasión en la que discutíamos acerca de la elevación del alma hacia Dios y de las distracciones en que podía uno incurrir, admitió que durante el transcurso de un día entero podía llegar a distraerse –apartando así momentáneamente la atención sobre Dios– unas nueve o diez veces, lo que no es casi nada dada la naturaleza vagabunda de la imaginación humana que, como constatamos por nosotros mismos, nos conduce hacia mil objetos distintos a cada instante".

Fue beatificada en 1791.

Oración colecta. Padre celestial, tú concediste a la beata María de la Encarnación, insigne propagadora del Carmelo Teresiano, una fortaleza ejemplar para servirte en los diversos estados de la vida cristiana y superar todas las dificultades; haz que también nosotros sepamos vencer todo obstáculo y nos mantengamos fieles en tu servicio, amándote con corazón sincero. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

Oración sobre las ofrendas. Padre celestial, recibe la ofrenda de tu pueblo en la conmemoración de la beata María de la Encarnación y haz que nos alcance el perdón de los pecados y la salvación eterna. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

Oración después de la comunión. Dios de misericordia, después de recibir este sacramento en la conmemoración de la beata María de la Encarnación, te pedimos que nos ilumines y fortalezcas en tu santo servicio, para ser con las palabras y las obras auténticos testigos del evangelio. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

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