En esta entrada hablaremos del origen de la fiesta de la Inmaculada Concepción de la Virgen María en el vientre de su madre, santa Ana. No hay que confundirla con la concepción virginal de Jesús en el vientre de María, que está claramente afirmada en los evangelios y nunca ha sido puesta en duda por la Iglesia.
La afirmación de la Inmaculada Concepción de María queda clara en documentos del siglo II, como el "Protoevangelio de Santiago".
Pero la celebración de una fiesta específica para celebrarlo tuvo lugar en el siglo VII en los monasterios de Palestina. Lentamente, la fiesta se extendió por Oriente, de donde pasó a Italia (se encuentra registrada en el calendario marmóreo de Nápoles, esculpido entre el 840 y el 850) y, a partir del siglo XI, a Inglaterra y a los otros países de Occidente.
Su contenido nunca ha suscitado polémicas en Oriente, donde se celebra que Dios embelleció a María con la plenitud de su gracia ya en el seno de su madre, en vistas a su misión. Ella es la "Theotokos" (Madre de Dios) y la "Panaghía" (Toda santa).
Fuera del ámbito español hubo que esperar hasta 1708, en que Clemente XI la hizo obligatoria para todo el rito romano. En 1760 Clemente XIII confirmó el patrocinio de la Inmaculada sobre todos los dominios de España. De hecho, hoy sigue siendo la patrona de España y de otros territorios que un día pertenecieron a la corona española, como Nicaragua y Estados Unidos.
Su contenido nunca ha suscitado polémicas en Oriente, donde se celebra que Dios embelleció a María con la plenitud de su gracia ya en el seno de su madre, en vistas a su misión. Ella es la "Theotokos" (Madre de Dios) y la "Panaghía" (Toda santa).
En Occidente, por el contrario, al insistir en la "concepción" inmaculada, a lo largo de la Edad Media surgió un debate teológico con posturas enfrentadas.
La escuela dominicana afirmaba que María fue concebida con el pecado original, porque si no fuera así se invalidaba el dogma de la universal redención de Cristo. Sus seguidores aceptaban que María habría sido liberada del pecado antes de nacer, pero habría sido concebida herida por el pecado original, como todos.
Por el contrario, la escuela franciscana defendía que María fue preservada de todo pecado desde el mismo momento de su concepción, con un privilegio singular, en vista de la redención de Cristo y como un anticipo de la misma.
Después de numerosas disputas, en 1477 Sixto IV autorizó la fiesta para toda la Iglesia Latina, con Misa y Oficio propios, dejando libertad a cada sacerdote para celebrarla o no. Al hablar de la universalidad del pecado original, el concilio de Trento especificó que «no fue intención de este Santo Sínodo incluir en el decreto lo concerniente al pecado original de la Santísima e Inmaculada Virgen María Madre de Dios».
Después de numerosas disputas, en 1477 Sixto IV autorizó la fiesta para toda la Iglesia Latina, con Misa y Oficio propios, dejando libertad a cada sacerdote para celebrarla o no. Al hablar de la universalidad del pecado original, el concilio de Trento especificó que «no fue intención de este Santo Sínodo incluir en el decreto lo concerniente al pecado original de la Santísima e Inmaculada Virgen María Madre de Dios».
San Pío V prohibió toda discusión pública al respecto. Varios pontífices posteriores ratificaron esta norma. A pesar de todo, las discusiones entre los partidarios y los opositores continuó y en cierto momento pasó a la calle.
En España muchas instituciones la eligieron como patrona y construyeron templos y capillas en su honor. Las universidades, ayuntamientos, gremios, Órdenes religiosas, etc. exigieron a todos sus miembros el voto de defender la doctrina de la Inmaculada Concepción, incluso con su sangre.
En 1613, el prior de los dominicos de Sevilla predicó contra la idea y la fiesta de la Inmaculada, lo que hizo que muchedumbres indignadas apedrearan el convento y que comenzara un movimiento social y teológico sin precedentes para la defensa de este privilegio mariano.
En 1616 se constituyó la Real Junta de prelados y teólogos, con el fin de conseguir una intervención definitiva de Roma.
En 1664, el papa concedió a España el derecho de celebrar de precepto el Oficio y Misa de la Inmaculada (también en Filipinas e Hispanoamérica, que entonces eran consideradas parte de España).
En 1665 se amplió el permiso para las posesiones españolas de Nápoles, Sicilia, Cerdeña, Flandes y Borgoña.
Como el país que más insistió a lo largo del tiempo para que se instituyera una fiesta anual obligatoria para toda la Iglesia en honor de la Inmaculada y para lograr una declaración dogmática fue España, con motivo del 150 aniversario del dogma, la Conferencia episcopal española publicó un mensaje el 25-11-2004, en el que analiza el extraordinario patrimonio literario, artístico y cultural que la fe en la Inmaculada ha producido en España, así como el arraigo popular de la fiesta.
Fuera del ámbito español hubo que esperar hasta 1708, en que Clemente XI la hizo obligatoria para todo el rito romano. En 1760 Clemente XIII confirmó el patrocinio de la Inmaculada sobre todos los dominios de España. De hecho, hoy sigue siendo la patrona de España y de otros territorios que un día pertenecieron a la corona española, como Nicaragua y Estados Unidos.
Finalmente, el Beato Pío IX, en 1854 procedió a la definición del dogma, acompañándola de un largo estudio bíblico e histórico:
«Definimos que ha sido revelada por Dios, y de consiguiente, que debe ser creída firme y constantemente por todos los fieles, la doctrina que sostiene que la Santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original, en el primer instante de su concepción, por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo, salvador del género humano» (Ineffabilis Deus, 18).
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