El 14 de noviembre se celebra la fiesta de todos los santos del Carmelo. Esa ingente multitud de ermitaños, monjas contemplativas, frailes, religiosas de vida activa, miembros de institutos seculares y laicos afiliados a la Orden del Carmen por distintos vínculos, que se han santificado en su propia vocación, dentro de esta gran familia.
En el libro Glorias del Carmelo, escrito en el siglo XVII por un jesuita llamado José Andrés, que no puso su apellido en el libro por humildad, se puede leer:
Gloria 57: El Carmelo, de entre sus hijos, colma sus anales de innumerables santos, unos solemnemente canonizados y beatificados, otros reconocidos como tales mucho antes de estar en uso esas formalidades, y otros se acreditan como tales en los pueblos que conservan la memoria de sus virtudes por su notoria santidad y doctrina.
Si abrimos el libro «De laudibus carmelitarum» del ilustre abad benedictino Tritemio, encontraremos materia superabundante para trasladar a nuestras páginas para demostrar con toda plenitud la prerrogativa indicada en el epígrafe.
Los abundantísimos frutos y el suavísimo olor que en toda la Iglesia de Jesucristo se percibe, exhalado del vergel hermoso del Orden carmelítico, de tal modo están marcados en las historias antiguas y contemporáneas, que creemos con sobrada razón que nadie puede estar de ellos desapercibido, por poco que las haya saludado.
Y no es que hagamos mérito aquí de tantos miles de hijos que el Carmelo tenía en el seno de Abrahán, cuando descendió allí el alma santísima de Cristo, los que habían brillado en virtud y santidad en los días de la ley escrita en todos aquellos montes y desiertos bañados por las corrientes del Jordán.
Solo de los que como el sol han resplandecido en el reino del Padre celestial desde la fundación de la Iglesia e instalación de la ley de gracia, hacemos aquí mención. ¿Quién será capaz de contar los infinitos santos que ha dado al cielo esa Orden siempre magnífica, siempre grande, siempre santa?
Los abundantísimos frutos y el suavísimo olor que en toda la Iglesia de Jesucristo se percibe, exhalado del vergel hermoso del Orden carmelítico, de tal modo están marcados en las historias antiguas y contemporáneas, que creemos con sobrada razón que nadie puede estar de ellos desapercibido, por poco que las haya saludado.
Y no es que hagamos mérito aquí de tantos miles de hijos que el Carmelo tenía en el seno de Abrahán, cuando descendió allí el alma santísima de Cristo, los que habían brillado en virtud y santidad en los días de la ley escrita en todos aquellos montes y desiertos bañados por las corrientes del Jordán.
Solo de los que como el sol han resplandecido en el reino del Padre celestial desde la fundación de la Iglesia e instalación de la ley de gracia, hacemos aquí mención. ¿Quién será capaz de contar los infinitos santos que ha dado al cielo esa Orden siempre magnífica, siempre grande, siempre santa?
Del mismo pensamiento es el célebre jesuita P. José Fernández, que escribió:
Al guarismo y a la contabilidad misma exceden, y para decirlo de una vez, necesario fuese el poder reducir a expresión las estrellas del cielo para poder decir cuántos son los santos que ha producido el Carmelo.
Al guarismo y a la contabilidad misma exceden, y para decirlo de una vez, necesario fuese el poder reducir a expresión las estrellas del cielo para poder decir cuántos son los santos que ha producido el Carmelo.
Contar los santos que ilustran al Carmelo de todas jerarquías es empresa en que ha de perder tino el guarismo. No hay siglo en más de dos mil y quinientos años que no haya producido muchos. Y si hubiera de rezar èl oficio divino de todos esa sagrada religión, no tiene el año suficientes días para darles vez, aunque entrasen en cada día a millares.
Por los retazos que acabamos de copiar de autores sabios e imparciales no se puede dejar de confesar que son como infinitos los santos de toda jerarquía que honran y hermosean el Carmelo. Porque cosa es fuera de duda, que si un sumario de todos ellos fuese dado a nuestra pluma formar, inmenso resultaría ese sumario, y aún más que inmenso, si ser pudiese.
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