El 14 de noviembre el Carmelo entero se reviste de luz. En la penumbra otoñal de noviembre, cuando en el hemisferio norte la tierra se cubre de las hojas que caen de los árboles, la familia del Carmelo contempla la plenitud de su floración en el cielo. No celebramos a un solo santo, sino a la multitud incontable de hermanos y hermanas que, bajo el manto de María, buscaron en nuestra familia religiosa el rostro del Dios vivo.
Como la Iglesia universal en el día de Todos los Santos, el Carmelo eleva hoy su acción de gracias por aquellos que vivieron “en obsequio de Jesucristo” antes de nosotros. Son los profetas de antaño, los ermitaños del desierto, las monjas que ofrecieron su vida en silencio, los frailes que predicaron la palabra encendida, las religiosas de vida apostólica que sirvieron en los caminos del mundo, los laicos que supieron orar entre las ocupaciones cotidianas. Ellos forman una constelación de fuego que ilumina nuestra senda.
Santa Teresa de Jesús nos invita a levantar la mirada hacia ellos: “Poned siempre los ojos en la casta de donde venimos, de aquellos santos profetas... Tomemos una santa presunción, con el favor de Dios, de ser nosotros como ellos”. En sus palabras resuena la herencia viva del Carmelo: una vocación a la contemplación, a la búsqueda ardiente del Amado, a la unión con Dios en lo más hondo del alma.
Los profetas Elías y Eliseo, santa Teresa de Ávila, san Juan de la Cruz, santa Teresa de Lisieux, santa Isabel de la Trinidad, santa Edith Stein, san Tito Brandsma... son las flores del jardín del Carmelo. “¿Quién será capaz de contar los infinitos santos que ha dado al cielo esa Orden siempre magnífica?”, se preguntaba un antiguo autor. Solo Dios conoce sus nombres, escritos en su corazón eterno.
Hoy, junto a esta multitud bienaventurada, damos gracias por la historia de gracia que nos precede y pedimos que el mismo Espíritu siga suscitando almas contemplativas en el mundo. El 15 de noviembre, rezaremos por los difuntos de la familia carmelitana que aún esperan la plenitud de la luz.
Que la comunión de los santos del Carmelo nos recuerde que la santidad no es privilegio de unos pocos, sino llamada de todos. Ellos nos dicen, con voz de eternidad: buscad al Dios vivo, amad como María, servid en lo oculto, sed fieles hasta el fin.
Y mientras caminamos por los senderos de la fe, que nuestros pasos se vuelvan oración y nuestro silencio, alabanza. Porque también nosotros (frágiles peregrinos, pero esperanzados) somos llamados a ser, un día, parte de esta luminosa familia del cielo. E.S.M.
Amén.
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