Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

domingo, 1 de diciembre de 2019

La esperanza cristiana es una esperanza activa


La primera lectura de la misa de este domingo primero de Adviento nos anuncia la paz definitiva, que Dios nos regalará en los tiempos finales, cuando «caminarán pueblos numerosos [hacia el Señor, que] será el árbitro de las naciones. De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo, contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra».

Necesitamos escuchar este mensaje, porque a nuestro alrededor se multiplica el descontento y la frustración. Estamos asustados por las violentas manifestaciones que se suceden en Hong Kong, Francia, Nicaragua, Venezuela, Chile, Argentina, México, Colombia, Bolivia...

En la segunda lectura, san Pablo habla de «las actividades de las tinieblas: comilonas y borracheras, lujuria y desenfreno, riñas y envidias». Por desgracia, eso es lo que vemos y experimentamos cada día, por lo que podemos perder la ilusión y la esperanza. 

Pero nosotros sabemos que pasarán el cielo y la tierra, pero la palabra de Dios no pasará, y sus promesas se cumplirán en el momento oportuno. Por eso no debemos caer en el desánimo. Dios es fiel y vendrá cuando lo considere oportuno, para llevar a plenitud su obra salvadora, tal como anuncia Jesús en el evangelio.

Mientras eso se realiza y las promesas de Dios se cumplen, a nosotros se nos encarga la tarea de preparar el camino al Señor, allanando las montañas y los valles, poniendo lo que esté en nuestras manos para construir un mundo más justo y pacífico.

Por eso dice san Pablo que nos revistamos de Jesucristo, de sus sentimientos, de su mirada sobre el mundo y de su actitud ante la vida. 

En Adviento (y siempre) se nos invita a vivir como verdaderos cristianos: con los ojos puestos en la meta de nuestro caminar (el encuentro final con Cristo y su salvación definitiva) y esforzándonos cada día para vivir conforme a sus enseñanzas, alimentando al hambriento, curando al enfermo, levantando al que está caído, enseñando al que no sabe.

Nuestra oración tiene que ser incesante: «Señor, te estoy llamando, ven de prisa; escucha mi voz cuando te llamo» (Sal 141,1). Necesitamos su perdón, su salvación, su Espíritu Santo.

Al mismo tiempo, debemos esforzarnos para preparar su camino, haciendo todo lo posible para adelantar su venida salvadora y establecer su reinado de paz y de amor en el mundo.

Feliz Adviento a todos. Vivámoslo en la fe, la esperanza y la caridad.

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