En sus "manuscritos autobiográficos", santa Teresita del Niño Jesús (de Lisieux) recuerda emocionada las celebraciones del Corpus Christi en su infancia: «¡Las fiestas...! ¡Cuántos recuerdos me trae esta palabra...! ¡Cómo me gustaban las fiestas...! Tú, madre querida, sabías explicarme tan bien todos los misterios que en cada una de ellas se encerraban, que eran para mí auténticos días de cielo. Me gustaban, sobre todo, las procesiones del Santísimo. ¡Qué alegría arrojar flores al paso del Señor...! Pero en vez de dejarlas caer, yo las lanzaba lo más alto que podía, y cuando veía que mis hojas deshojadas tocaban la sagrada custodia, mi felicidad llegaba al colmo...»
Desde pequeña, ella estaba segura de que Jesús se hace presente en la eucaristía para darse a nosotros. La eucaristía es, en primer lugar banquete: “Jesús convoca a todos sus hijos a acercarse al banquete de los ángeles. ¡Oh! Qué dulce es la llamada que él hace oír al alma para rogarle que venga a tomar su puesto en el banquete que él ha preparado en la inmensidad de su amor”.
En la eucaristía, Cristo se entrega, porque quiere entrar en nosotros: “Él no baja del cielo un día y otro día para quedarse en un copón dorado, sino para encontrar otro cielo que le es infinitamente más querido que el primero: el cielo de nuestra alma, creada a su imagen y templo vivo de la adorable Trinidad”.
Ella interpreta su consagración de carmelita descalza como una ofrenda de sí misma, un deshojar su vida a los pies de Jesús por amor. Recordando lo que hacía en las procesiones del Corpus, cuando arrojaba pétalos al paso del Señor, compuso un poema que se titula "Arrojar flores", en el que dice:
Jesús, Amado mío, al pie de la cruz
quiero arrojar mis flores cada tarde,
deshojar mi rosa para ti
y enjugar con sus pétalos tu llanto.
¡Solo deseo arrojarte mis flores,
ofrecerte sacrificios pequeños,
mis suspiros más leves, mis dolores más hondos,
mi dicha y mis penas!
De tu belleza se ha prendado mi alma.
Quiero prodigarte mis flores y perfumes,
por tu amor arrojarlos al viento
e inflamar corazones para ti, mi Señor.
Y, cuando sufro por salvar pecadores,
mis flores son el arma que me da la victoria.
Mis pétalos te dicen que mi corazón es tuyo.
Tú entiendes el lenguaje de mi rosa deshojada.
Me miras y sonríes.
Pronto iré al cielo
y te arrojaré flores con los ángeles pequeños.
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