La mayoría de los musulmanes rechaza la posibilidad de un estudio histórico-crítico del Corán, ya que consideran que recoge la revelación de Dios, tal como él la dictó a Mahoma y en el idioma en el que Dios la dictó, por lo que cada palabra es sagrada y las traducciones no sirven para el culto. Esta es también la actitud de muchos judíos respecto a sus escrituras sagradas. A diferencia de ellos, los cristianos creemos que la Palabra de Dios se encarnó en Jesucristo, no en un libro.
La Biblia recoge el testimonio humano de la revelación de Dios, tal como algunos seres humanos, iluminados por el Espíritu Santo, la entendieron y plasmaron por escrito. En este sentido, es Palabra de Dios, pero envuelta en palabras humanas. Por lo tanto, los estudios de las ciencias humanas son necesarios si queremos entender qué es lo que querían transmitir los autores y por qué lo hicieron usando esas palabras concretas. Las traducciones y los estudios histórico, textual, literario… son imprescindibles para poder interpretar correctamente los textos, como en el caso de cualquier otro escrito antiguo.
Al mismo tiempo que reconocemos que los estudios de crítica textual e histórica son necesarios para conocer el proceso de redacción de los libros bíblicos y el mensaje que querían transmitir sus autores, hemos de afirmar que no son suficientes, si queremos que cumplan la finalidad para la que fueron escritos. Para que la Palabra de Dios siga manifestándose «viva y eficaz» (Heb 4,12), debemos recordar que estamos ante textos formados y transmitidos en el seno de una comunidad creyente, que les da su sentido pleno y para la que siguen siendo actuales.
Se puede hacer una lectura literaria de la Biblia, buscando en ella la herencia cultural del antiguo Israel y del cristianismo primitivo. No solo es posible, sino deseable para descubrir la gran riqueza y variedad de contenidos del libro más influyente de toda la historia de la humanidad. Pero esto no es suficiente para un creyente, que dice con el corazón: «Lámpara es tu palabra para mis pasos, Señor, luz en mi sendero» (Sal 119 [118],105).
Se necesita una disposición correcta a la hora de leer la Biblia. En un texto de difícil interpretación, Jesús afirma que hay muchos que no entienden porque les falta sencillez y deseos de aprender, porque están aferrados a sus prejuicios y no se abren al mensaje de la salvación: «[A los de fuera] les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender. Así se cumple en ellos la profecía de Isaías: “Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con los ojos sin ver”» (Mt 13,13-14, cf. Is 6,9-10). El texto de Isaías es irónico y describe la actitud de los contemporáneos del profeta, a los que no les interesaba lo que aquel pudiera decirles.
Palabras similares las encontramos en otros contextos: «El Señor no os ha dado corazón para entender, ni ojos para ver, ni oídos para escuchar» (Dt 29,3); «Oíd bien lo que voy a decir, gente insensata, sin juicio: tienen ojos y no ven; oídos, pero no escuchan» (Jer 5,21); «Tienen ojos para ver, y no ven; tienen oídos para oír, y no oyen, porque son un pueblo rebelde» (Ez 12,2); etc.
Estas citas nos hacen descubrir que, a la hora de leer los textos de la Biblia, se necesita una actitud adecuada, que permite la correcta comprensión de su mensaje, tal como también recuerda Jesús: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a los pequeños» (Mt 11,25).
La actitud correcta se manifiesta en nuestra disposición para que la lectura de la Biblia influya en nuestra vida. Con la Sagrada Escritura sucede como con las composiciones musicales. Una partitura solo se convierte en música cuando es interpretada por una o varias personas que cantan o hacen sonar instrumentos. Lo mismo pasa con la Biblia, que se convierte en Palabra de Dios cuando es leída con fe y llevada a la vida por quienes la leen. Jesús pone el ejemplo del que encuentra un tesoro escondido en el campo y vende todo lo que posee para poder adquirirlo. El mejor acercamiento a la Escritura es el que nos hace tomar opciones claras y decididas para poder hacernos con el tesoro.
Hablando con Dios, un salmista afirma: «Mi alma está sedienta de ti, mi carne tiene ansia de ti. […] Tu gracia vale más que la vida. […] En el lecho me acuerdo de ti y velando medito en ti» (Sal 63 [62]). Quien no se haya encontrado con Dios, difícilmente podrá decir que su gracia vale más que la vida y que se acuerda de él acostado y levantado.
Por su parte, san Pablo dice de sí mismo: «Todo lo considero pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo perdí todo, y todo lo considero basura con tal de ganar a Cristo» (Flp 3,8). Quien no haya hecho experiencia personal de Cristo (aunque sea de una manera débil e imperfecta) tampoco podrá decir que todo lo demás no tiene valor a su lado.
Para los creyentes, estos textos están vivos y les ayudan a expresar sus sentimientos más íntimos. Por su parte, los no creyentes pueden estudiarlos y hasta aprenderlos de memoria, pero nunca captarán su mensaje más profundo, aunque no hay duda de que todos encontrarán enseñanzas interesantes en ellos.
En conclusión: para percibir toda la riqueza de la Biblia se necesita tomar en serio los métodos histórico-críticos y, al mismo tiempo, la apertura del corazón para permitir que su mensaje influya en la vida del lector.
Tomado de mi libro: «Tu palabra me da vida. Introducción a la Sagrada Escritura», páginas 22-24.
Estella, Septiembre de 2023
Editorial Verbo Divino
Colección: El mundo de la Biblia
ISBN 978-84-9073-942-6
ISBN Ebook 978-84-9073-943-3
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