Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

sábado, 28 de octubre de 2023

Amor a Dios y al prójimo. Domingo 30 del Tiempo Ordinario, ciclo "a"


El evangelio del domingo 30 del Tiempo Ordinario, ciclo "a", lo conocemos de memoria desde que éramos pequeños, cuando aprendimos en la catequesis que «los diez mandamientos de la Ley de Dios se encierran en dos: amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo».

Posiblemente no haya una palabra más usada que «amor». Pero tampoco hay un término más manoseado y confuso. San Agustín, recordando los desvíos de su juventud, afirma: «Dulce cosa era para mí amar y ser amado». Pero a continuación confiesa que confundía el amor con el deseo. Vamos a intentar aclarar los términos.

Los griegos usaban varias palabras para hablar del «amor». Aquí me interesan solo dos: el «eros» y el «ágape».

«Eros» (o «Cupido» en la tradición latina) era el pequeño dios alado con los ojos vendados, que dispara sus dardos al azar, sin someterse a reglas ni reflexionar.

El enamoramiento («eros», «amor de concupiscencia») es una atracción natural, que nos hace sentirnos a gusto con determinadas personas. (Es la «empatía» clásica o el «feeling» contemporáneo). Algunos nos atraen por su físico y otros por su simpatía o por sus valores intelectuales o morales.

La atracción es una realidad de orden psíquico, expresión de nuestros deseos, ilusiones, pasiones, necesidades o intereses. Lo más importante en el enamoramiento no es el otro, sino yo mismo (la satisfacción de mis necesidades, mi diversión, mi utilidad).

«Ágape» (traducido al latín como «caridad») es un un amor de benevolencia, a la manera del sol, que irradia su luz y calor sin recibir nada a cambio.

La caridad, a diferencia del enamoramiento, no busca satisfacer los propios intereses o las propias necesidades. Solo busca el bien de la persona amada, su crecimiento, su felicidad. Por eso es gratuito y desinteresado.

La esencia de la caridad es «trabajar» para que la persona amada crezca y sea feliz.

La Biblia nos explica en qué consiste es el amor que Jesús nos pide: ayudar al huérfano y a la viuda, socorrer al necesitado, compartir con el que no tiene, sentir compasión por cada ser humano.

Santa Teresa de Jesús advierte de que el amor es una cosa seria. No basta con desearlo o con imaginarlo. El único camino para saber si de verdad queremos hacer en todo la voluntad de Dios está en las obras concretas que revelan que nuestro amor es verdadero.

Ella dice: Esto del amor es tan importante que debemos ir practicándolo en las cosas pequeñas y no dejarlo solo para las ocasiones extraordinarias. Lo que quiere el Señor es que si ves a una enferma a la que puedes dar algún alivio, no te importe perder tu devoción y te compadezcas de ella; y si tiene algún dolor, que te duelas con ella; y si es necesario, que yo ayune para que ella coma. Esta es la verdadera unión con la voluntad de Dios, y que si veo alabar mucho a otra persona me alegre más que si me alabasen a mí.

El mayor servicio que podemos hacer al Señor es olvidar nuestro descanso para buscar el bien de los hermanos, aunque está claro que eso no es sencillo, porque contradice nuestra naturaleza. Y no pienses que esto no ha de costarte algo y que te lo has de encontrar hecho. Mira lo que costó a nuestro Esposo el amor que nos tuvo, que murió en la cruz para librarnos de la muerte.

Ya lo sabemos: amamos de verdad a Dios y al prójimo cuando nos parecemos a Jesús, el verdadero amador. Que él sea nuestro modelo, nuestro guía y nuestro premio. Amén.

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