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jueves, 18 de mayo de 2023

La despedida y ascensión de Jesús según san Mateo: La promesa de Jesús

Este lienzo de la Ascensión fue pintado el año 2017 por Nikola Saric, nacido en 1985 en Serbia, pero afincado en Alemania. Pertenece a una serie de doce cuadros titulada "el ciclo de la vida".

Las últimas líneas del evangelio según san Mateo relatan la ascensión del Señor, con unas peculiaridades propias, que son la clave de todo su evangelio. Después de la predicación, muerte y resurrección, el Señor se despide de los suyos, enviándolos para que continúen su obra, que debe prolongarse hasta el final de los tiempos:

«Los once discípulos marcharon a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Y al verlo le adoraron; algunos sin embargo dudaron. Jesús se acercó a ellos y les habló así: Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,16-20).

Empecemos el análisis del texto por el final, por las últimas palabras.

El tiempo de la promesa

El evangelio termina con la afirmación de Jesús: «Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo». La expresión «hasta el fin del mundo» se encuentra en otras escenas del evangelio de Mateo, como cuando los discípulos preguntan a Jesús sobre la destrucción del templo: «¿Cuándo ocurrirá esto y cuál será la señal de tu venida y del fin del mundo?» (24,3). En este caso, el fin del mundo, la consumación de nuestra vida y de nuestra historia, del correr del tiempo, coincide con la Parusía del Señor, con su retorno glorioso. Idénticas palabras aparecen en dos parábolas:

En la de la cizaña mezclada con el trigo bueno, Jesús dice que, en nuestro tiempo, él siembra la semilla buena, que crece en medio de contradicciones y dificultades (la cizaña, precisamente). Nosotros desearíamos experimentar solo el bien, eliminando de nuestras vidas todo lo negativo, pero no está en nuestras manos. Solo cuando llegue la siega, el fin del mundo, desaparecerá la cizaña (13,39).

Lo mismo indica la parábola de la red, que recoge peces de toda clase. En nuestra existencia cotidiana, vivimos una experiencia de mezcla y convivencia entre lo bueno y lo malo, tanto en nuestro ambiente exterior como dentro de nosotros. En esta vida mortal, no se nos concede vivir en una sociedad formada solo por buenos, sin dificultades ni contradicciones. Esta situación solo terminará al fin del mundo (cf. 19,34).

Las palabras que hemos analizado se refieren al tiempo de la promesa: «todos los días, hasta el fin del mundo». Esta expresión nos indica que mientras dure el sucederse del tiempo, nuestra vida está marcada por la mezcla del bien y del mal, de la luz y de la oscuridad. Solo al final será la claridad plena.

El contenido de la promesa

Un poco antes encontramos el contenido de la promesa: «He aquí que yo estoy con vosotros». En esta realidad temporal, histórica, confusa, ambigua, en la que nos encontramos, en la que tenemos experiencias positivas y negativas, momentos de gozo y de dolor, Jesús nos asegura su presencia junto a nosotros.Él garantiza su presencia, no cuando las cosas estén mejor, cuando estemos plenamente convertidos, en un mundo ideal, ya hecho y terminado, sino en este mundo concreto, en crecimiento, lleno de confusiones y de ambigüedades. Jesús promete su presencia «todos los días». Por lo tanto, en ningún momento, ni en los más terribles, nos deja solos. Incluso cuando no percibimos su presencia, él también está junto a nosotros.

En numerosos textos del Antiguo y del Nuevo Testamento encontramos afirmaciones parecidas. Por ejemplo, Dios dijo a Moisés: «He aquí que yo estoy contigo» (Éx 3,12-14). La promesa a Josué es similar: «Yo estaré contigo como estuve con Moisés» (Jos 1,5-9). La alianza es la continua promesa de Dios que quiere estar con su pueblo. La podríamos resumir en la siguiente afirmación: «Yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo» (Lev 16,12; cf. Gén 17,7; Éx 6,7; Jer 7,23; 2Cor 6,16).

Estas palabras resumen toda la experiencia de Israel y también todo el evangelio de san Mateo, hasta el punto de que, al inicio del mismo, encontramos la siguiente profecía: «La Virgen concebirá y dará a luz un hijo, al que pondrá por nombre Emmanuel, que significa Dios con nosotros» (1,23). Poco antes, el ángel había dicho «le pondrás por nombre Jesús, porque salvará al pueblo de los pecados» (1,21). Si Mateo, aun sabiendo que el nombre del hijo de María es Jesús, recuerda al inicio de su evangelio la profecía del nombre del mesías (Dios-con-nosotros) es para ponerlo en paralelo con la promesa de Jesús al final del mismo (Yo estoy con vosotros), realizando una inclusión (una idea fundamental que se repite al inicio y al final de un texto, dándole unidad). Todo el evangelio narra que Jesús es el Dios con nosotros, la manifestación y la presencia amorosa de Dios entre los hombres, desde su encarnación hasta el fin del mundo.

Los destinatarios de la promesa

Hemos visto el tiempo y el contenido de la promesa. Veamos ahora los destinatarios: «Yo estoy con vosotros». Ese «vosotros» no es algo genérico e indeterminado, sino un grupo de personas muy específico, que acaba de recibir de Jesús una misión muy concreta: «Id y haced discípulos míos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y enseñándolos a guardar todo lo que yo os he dicho» (28,19). Jesús está en y con la Iglesia confesante y evangelizadora, que escucha su palabra, que continúa su obra, que cumple su misión entre los hombres. Jesús se hace presente especialmente cuando anunciamos el evangelio y celebramos los sacramentos, dando sentido y valor a lo que hacemos.

Notemos la expresión de Jesús: «enseñándoles a guardar»; es decir, a cumplir. No basta con que aprendamos y transmitamos ideas, teorías (por muy ortodoxas que sean). El Señor nos manda guardar, cumplir, vivir su palabra. Podemos recordar la parábola de la casa construida sobre la roca, que hace referencia a las personas que cumplen las palabras de Jesús. Sin embargo, la casa construida sobre la arena representa a los que escuchan sus palabras, pero no las ponen en práctica (cf. 7,21-27).

Por tanto, no basta con escuchar; hay que hacer todo lo posible para vivir cumpliendo las enseñanzas de Jesús. Se nos pide algo superior a nuestras fuerzas: que cumplamos las palabras del Señor, expuestas en el Sermón de la Montaña y resumidas en su «Sed perfectos como vuestro Padre del cielo es perfecto» (5,48).

Si comprendemos que estas exigencias superan nuestras capacidades, aceptaremos que todo esto no depende principalmente de nosotros, sino de aquel que dijo: «Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra» (28,19). Con su presencia entre nosotros, con su poder (que es su Espíritu), podemos «guardar» sus enseñanzas. Esto «es imposible para los hombres, pero, para Dios, todo es posible» (19,26).


Texto tomado de mi libro "La Semana Santa según la Biblia", Editorial Monte Carmelo, Burgos, 2017. ISBN: 978-84-8353-819-7, páginas 183-187.

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