El autor quiere representar un acontecimiento histórico, por lo que intenta ponerse en el lugar de los discípulos, que miran asombrados hacia arriba sin entender lo que está sucediendo: El cuerpo glorioso de Cristo asciende hacia unos círculos de luz.
Al mismo tiempo, quiere representar un acontecimiento que rompe las coordenadas del espacio y del tiempo, por lo que se recurre a los juegos de luz y sombras y los rayos de energía que surgen de las manos de Cristo.
La Virgen María está representada por un retrato de Gala que llora. De alguna manera, la cruz evocada por la posición de Cristo recoge todos los sufrimientos del mundo y los introduce en el cielo. María, madre de Jesús y de los hombres, recoge todas las penas y las presenta a su Hijo.
Toda la escena está situada dentro de un pentágono y un círculo, siguiendo las reglas de la proporción aúrea, usada por los griegos en sus obras (recordemos al escultor Fidias y el Partenón de Atenas), así como por los artistas del Renacimiento (recordemos la sucesión de Fibonacci formulada por Leonardo Pisano y utilizada por Miguel Ángel en la cúpula de San Pedro en el Vaticano).
Esta proporción está muy presente en la naturaleza, tanto en los átomos como en el cosmos, en las caracolas, en los pétalos de las flores, en las semillas del girasol, en el polen, etc.
En una conferencia que tuvo el año 1950 en Barcelona, titulada «¿Por qué fui sacrílego, por qué ahora soy místico?» confesó que sus encuentros con el padre carmelita descalzo Bruno de Jesús María, que le enseñó a leer a san Juan de la Cruz y a santa Teresa de Jesús, le transformaron por completo. Incluso escribió un «manifiesto místico».
«¡El éxtasis de Dios y del ser humano! Muerte a los plagios decorativos y las aberraciones.. Para mí santa Teresa de Ávila... Mediante la vuelta al misticismo español, yo, Dalí, demostraré con mi obra la unidad del universo probando la espiritualidad de la sustancia».
Esta Ascensión pretendía ser más que una ilusión óptica una reflexión espiritual sobre la glorificación del cuerpo humano, asumido por Cristo, que lo introduce en el seno de la divinidad.
Esta obra es complementaria del «Cristo de san Juan de la Cruz», que pintó en 1951, inspirándose en el famoso cuadro de san Juan de la Cruz que se conserva en el monasterio de la Encarnación de Ávila.
En ella se ve la crucifixión desde arriba, desde el punto de vista de Dios Padre, que acoge al mundo entero en el cuerpo de Cristo colgado de la cruz.
En la obra de Dalí también se juega con la proporción áurea y la belleza del Cristo-Dios. Se conserva en Escocia.
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