Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

domingo, 21 de mayo de 2023

Oraciones de la liturgia mozárabe para la fiesta de la Ascensión


Señor y salvador nuestro, subiendo a los cielos te mostraste glorificado a los ojos de quienes te miraban, indicando así que del mismo lugar al que subías habías de volver para el juicio. Haz que celebremos con sincera y cordial devoción esta solemnidad de tu Ascensión, de manera que, ascendiendo contigo, nuestra vida progrese cada vez más, y cuando regreses para el juicio, podamos contemplarte con mirada serena. Amén.

Por tu misericordia, Dios nuestro, que eres bendito y vives y todo lo gobiernas por los siglos de los siglos. Amén.

Todos: Se apareció el Señor a sus discípulos durante cuarenta días y les habló de las cosas del reino de Dios, aleluya.

El Señor domina sobre las naciones, su gloria por encima de los cielos. ¿Quién es como el Señor, nuestro Dios, que se  sienta en lo alto, y se rebaja para ver los cielos y la tierra?

Todos: Les habló de las cosas del reino de Dios, aleluya.

Gloria y honor al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén. 

Todos: Les habló de las cosas del reino de Dios, aleluya.

Procurad, oh hermanos muy queridos, abandonar la carga de los pensamientos profanos, levantad vuestro espíritu y tomad vuestro vuelo hacia las regiones superiores. Seguid con los ojos del corazón a la humanidad que Cristo asumió, escoltada a lo más alto del cielo: el objeto asombroso que se propone a nuestra contemplación, es Jesús, nuestro Señor. 

Todos: Imploremos del poder del Padre, en nombre de su Hijo nuestro salvador, el envío de la gracia espiritual, el don de la eterna beatitud, la ascensión hacia la mansión feliz y el progreso de la verdadera fe. El que prometió el espíritu de la santidad, nos concederá el objeto de nuestras súplicas. Amén.

Señor, Dios de las virtudes, que fuiste más allá del ocaso caminando hacia el oriente sobre los más altos cielos, guiando un cortejo de antiguos cautivos para glorificar así en tu Ascensión y dotar con tus promesas al género humano, que habías redimido con tu muerte y vivificado con tu resurrección; concede a tu Iglesia un camino favorable para llegar a ti, por el constante progreso de cada día, para que devuelva a tu magnificencia, ya que le diste tal capacidad, obtener, vencido el enemigo, la libertad que le depara tu ayuda y la gloria que proviene de tu victoria. Amén.

Por tu misericordia, Dios nuestro, en cuya presencia recitamos los nombres de los santos apóstoles y mártires, confesores y vírgenes. Amén.

Señor, rey de la gloria, que, dando cumplimiento a los oráculos proféticos vuelves al trono paterno, alzando los dinteles de las puertas eternales, de forma que, mientras tu divinidad vuelve al lugar de donde nunca se apartó, se abra al género humano la entrada de los cielos; concede que pongamos nuestros anhelos en donde nos ha precedido nuestra redención, que no nos apeguemos como cautivos a lo terreno, mientras confesamos que tú reinas en el cielo. Así, vuelto propicio por nuestras humildes oraciones, desde aquella sede de majestad en que resides, colmes de dones a los vivos y consueles a las almas de los difuntos. Amén.

Porque tú eres la vida de los que viven, la salud de los enfermos, y el descanso de todos los fieles difuntos por todos los siglos de los siglos. Amén.

Es digno y justo que te demos gracias, Padre todopoderoso, por Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor. Él, después del realísimo misterio de su segundo nacimiento, después del glorioso triunfo de su pasión en cuanto hombre, después de haber querido descender a los infiernos tras haber aceptado su muerte, después de su poder manifestado en milagros, después de mostrarse como medicina universal para los enfermos, después de impartir su doctrina al colegio de los apóstoles, vuelve a aquel trono de majestad que le corresponde, llevando la presa arrancada de las fauces del diablo; al hombre asociado a él, que había sido cautivo del demonio, lo hace huésped suyo, declara digno de morar en los cielos al que no había sido digno de gozar de la amenidad del paraíso. A él, con toda razón, los ángeles y los arcángeles, los tronos y dominaciones, no cesan de aclamar, diciendo: Santo, santo, santo...

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