Teresa presenta al inicio el símbolo principal que usará «para iniciar con algún fundamento»: «Podemos considerar nuestra alma como un castillo todo de todo de un diamante o muy claro cristal, adonde hay muchos aposentos, así como en el cielo hay muchas moradas» (1M 1,1).
Ella no ofrece en ningún momento una explicación completa y ordenada de todos los símbolos que usa en relación con el castillo, pero podemos resumirlos así:
El castillo es el hombre, cada hombre. Habla del alma para referirse al ser humano, porque así puede usar el femenino, identificando el alma con la esposa de Cristo. No se debe olvidar que el castillo no es una parte del hombre, sino el hombre completo. Hoy preferimos hablar de «persona», para indicar que somos seres-en-relación. En efecto, el recorrido del castillo es un camino de relación con Dios y con los otros.
Las murallas del castillo son el cuerpo y la puerta para entrar en el castillo es la oración.
Las murallas del castillo son el cuerpo y la puerta para entrar en el castillo es la oración.
El señor del castillo es el alma y Dios es el huésped que habita en la morada principal. Pero no un Dios anónimo, sino el Padre de Jesucristo, que nos comunica su vida por Cristo en el Espíritu.
Los guardianes, siervos, mayordomos, criados... son los sentidos y las potencias del alma (memoria, entendimiento y voluntad), sus capacidades naturales, que deberían estar al servicio del señor, pero que muchas veces luchan contra él, porque están mal acostumbradas.
Las sabandijas, bestias, animales venenosos o ponzoñosos... que se encuentran al exterior e impiden el ingreso del alma en sí, son los pecados, las tentaciones, los enemigos del alma (mundo, demonio y carne); son todo lo que nos sujeta fuera del castillo y no nos permite llegar a ser verdaderamente libres; son aquellas cosas que nos alienan y nos impiden desarrollar nuestras inmensas capacidades.
Las moradas son las varias maneras o etapas en las que el hombre vive su relación con Dios y algunas veces también los estados de ánimo. La Santa usa este símbolo para ayudarnos a comprender que nuestra relación con Dios es un proceso dinámico, que se profundiza durante toda la vida.
Las moradas son las varias maneras o etapas en las que el hombre vive su relación con Dios y algunas veces también los estados de ánimo. La Santa usa este símbolo para ayudarnos a comprender que nuestra relación con Dios es un proceso dinámico, que se profundiza durante toda la vida.
Teresa divide el Castillo interior en siete moradas. Toma la idea de las palabras de Jesús: «En la casa de mi Padre hay muchas moradas» (Jn 14,2), que es traducción literal del latín: «In domo Patris mei mansiones multae sunt».
Más que siete salones, Teresa habla de siete castillos, uno dentro del otro. De todas formas, toma del símbolo del castillo lo que le sirve, con mucha libertad. Ella misma afirma: «No se debe pensar que las estancias sean pocas, sino un millón» (1M 2,12), y añade: «Aunque solo hablo de siete moradas, en cada una de estas hay muchas, en lo bajo y alto y a los lados» (M epílogo, 3).
Aunque el castillo es el símbolo principal, para explicar algunos puntos concretos del desarrollo espiritual usa otras imágenes.
Así se sirve de las dos fuentes para explicar los efectos que hacen en el alma la gracia, fuente de agua clara, y el pecado, fuente de agua sucia y envenenada (1M 2,2).
Usa también el símbolo de dos fuentes que sirven para rellenar una piscina. Una de ellas tiene poco caudal y se encuentra lejos, por lo que hay que llevar el agua con mucho trabajo (la meditación) y la otra (la contemplación) tiene una corriente abundante y se encuentra junto a la piscina, por lo que la llena con facilidad y la hace rebosar (4M 2,2-6).
Igualmente habla de dos esposos (el alma y Cristo) que viven una aventura de amor, que comienza con el conocimiento mutuo (primeras moradas), prosigue con una relación personal cada vez más profunda (quintas moradas), desemboca en un compromiso firme: el desposorio (sextas moradas) y en una relación estable de unión transformante: el matrimonio (moradas séptimas).
También utiliza la imagen del gusano de seda que se transforma en mariposa, para explicar el paso de la vida natural a la sobrenatural (5M 2,2): cuando llega el calor, de unas semillitas surge el gusano feo, que se alimenta de hojas de morera y se arrastra por la tierra (es el proceso de las tres primeras moradas), hasta que hace un capullo en el que se encierra y muere: «con las boquillas van hilando la seda de sí mismos y hacen unos capuchillos muy apretados, adonde se encierran» (son las cuartas moradas). Cuando el gusano muere a su anterior condición, se transforma en una mariposilla muy linda. Este es el proceso del alma que se une a Cristo y recibe de él vida nueva (equivale a las quintas moradas). A partir de entonces la mariposa es libre de volar y de posarse en las flores (moradas sextas y séptimas).
También utiliza la imagen del gusano de seda que se transforma en mariposa, para explicar el paso de la vida natural a la sobrenatural (5M 2,2): cuando llega el calor, de unas semillitas surge el gusano feo, que se alimenta de hojas de morera y se arrastra por la tierra (es el proceso de las tres primeras moradas), hasta que hace un capullo en el que se encierra y muere: «con las boquillas van hilando la seda de sí mismos y hacen unos capuchillos muy apretados, adonde se encierran» (son las cuartas moradas). Cuando el gusano muere a su anterior condición, se transforma en una mariposilla muy linda. Este es el proceso del alma que se une a Cristo y recibe de él vida nueva (equivale a las quintas moradas). A partir de entonces la mariposa es libre de volar y de posarse en las flores (moradas sextas y séptimas).
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