Me encuentro predicando un curso de ejercicios espirituales en el monasterio de las carmelitas descalzas de Escazú, en el barrio Los Laureles, en las afueras de San José, la capital de Costa Rica.
Estamos a los pies de unas hermosas montañas y el municipio tiene muchos árboles y zonas verdes. En los alrededores todo son cafetales, palmeras, bosques tropicales, flores de todos los colores, mariposas...
Ya he contado en otras ocasiones que mi primer viaje a tierras americanas fue en 1992. Yo estaba recién ordenado de sacerdote y mi provincial me envió durante cuatro meses a dar una mano en la parroquia de santa Teresita, que los carmelitas descalzos teníamos en Oklahoma City. Allí aprendí tanto de la gente que Dios puso en mi camino, que ya nunca he podido olvidar este enorme y magnífico continente mestizo, lleno de contrastes.
Desde entonces, he regresado en distintas ocasiones a predicar en varios países y he tenido la oportunidad de compartir la fe y la esperanza con personas de distintas condiciones, en lugares muy variados. En cada lugar me habría quedado de buena gana y de cada lugar he partido con el corazón roto por la nostalgia.
Son tantas las experiencias hermosas que he vivido y las personas buenas que he encontrado en mis viajes, que solo puedo dar gracias a Dios por todo y por siempre.
Me uno al homenaje que Nino Bravo compuso para este continente: "Cuando Dios hizo el Edén, pensó en América". Y pido al Señor que derrame sus bendiciones sobre todos los amigos que dejo en esta tierra bendita. Algo mío se queda entre ellos y ellos también van conmigo, ya que los llevo en mi corazón.
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