La fiesta del Sagrado Corazón de Jesús nos recuerda el amor de Dios, que ha enviado a su Hijo al mundo para que tengamos vida por medio de él.
Toda la vida de Jesús es una manifestación del amor de Dios, pero de una manera especial este amor se manifestó cuando Cristo murió en la cruz y su corazón fue traspasado por una lanza.
Del costado atravesado de Jesús brotaron, con el agua y la sangre, los sacramentos de la Iglesia. ¡Demos gracias a Dios que nos ha manifestado tanta misericordia!
Nuestros corazones heridos encuentran consuelo y esperanza en el Corazón de Jesús, que siempre nos recuerda que su amor no tiene fin, que «no se pueden agotar sus misericordias», tal como nos recuerda santa Teresa de Jesús.
Así lo dice ella: «Fíen de la bondad de Dios, que es mayor que todos los males que podemos hacer, y no se acuerda de nuestra ingratitud, cuando nosotros, conociéndonos, queremos tornar a su amistad… Acuérdense de sus palabras y miren lo que ha hecho conmigo, que primero me cansé yo de ofenderle, que su Majestad dejó de perdonarme. Nunca se cansa de dar ni se pueden agotar sus misericordias; no nos cansemos nosotros de recibir» (Vida 19,15).
Santa Teresa se siente sobrecogida ante el amor de Jesús. Ella piensa que nuestra felicidad está en mirarle asombrados, acogiendo su amor incomprensible e inmerecido y amándole con sencillez: «No os pido que penséis, ni que saquéis muchos conceptos, ni que hagáis grandes y delicadas consideraciones con el entendimiento. Solo os pido que le miréis […]. Si estás alegre, mírale resucitado […]. Si estás triste, mírale camino del huerto […] o atado a la columna […] o cargado con la cruz […]. Y él te mirará con unos ojos tan hermosos y olvidará sus dolores para consolar los tuyos […]. Y habla muchas veces con él. Si hablas con otras personas, ¿por qué te habrían de faltar las palabras para hablar con él?» (Camino 26,3-9).
Teresa insiste en que «aquí no está la cosa en pensar mucho, sino en amar mucho. Así, lo que más os mueva a amar, eso haced» (4Moradas 1,7).
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