Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

domingo, 7 de junio de 2015

El pan de la eucaristía


En esta entrada reflexionaremos sobre el misterio del pan que ofrecemos en la misa para que en él se haga presente Jesús. Me detendré en las palabras sobre el pan del rito del ofertorio, inspirándome en un texto de Luis Alonso Schökel (1920-1998).

Durante la misa, al ofrecer el pan, decimos: «Bendito seas, Señor, Dios del universo, por este pan, fruto de la tierra y del trabajo del hombre, que recibimos de tu generosidad y ahora te presentarnos. Él será para nosotros pan de vida». 

El pan es «fruto de la tierra», obra de Dios, que la ha preparado durante millones de años para que llegara a ser morada de sus hijos. La semilla depositada en la tierra germina gracias al agua de la lluvia y al calor del sol. De alguna manera, en el pan está presente toda la creación: El sol, a la distancia exacta de la tierra para que pueda surgir la vida, el agua que fecunda la tierra, el ciclo de las estaciones, la semilla que germina en el momento oportuno… 

Esto no solo asombraba a los miembros de sociedades agrarias. Nos asombra también a nosotros si pensamos en la complejidad de la creación. 

Lo podemos explicar con causas físicas o podemos descubrir detrás de todo el proyecto amoroso de Dios: «Tú cuidas de la tierra, la riegas y la enriqueces sin medida. La acequia de Dios va llena de agua; preparas sus trigales, riegas los surcos, igualas los terrones, tu llovizna los deja esponjosos, bendices sus frutos; coronas el año con tus bienes, tus carriles rezuman abundancia» (Sal 65 [64],10-12).

El pan también es «fruto del trabajo del hombre», de todos los hombres. Para confeccionar un poco de pan han colaborado muchas personas: campesinos que lo han sembrado y cosechado, mecánicos que han puesto a punto las máquinas, transportistas, panaderos, repartidores, tenderos. 

Un día alguien inventó el cultivo. Más tarde, otro inventó la extracción y elaboración del hierro y otros muchos lo perfeccionaron. Alguien inventó el arado. Más tarde se descubrieron otras fuentes de energía: gasolina para las máquinas, electricidad para los hornos... ¡Cuántos inventos sucesivos se dan cita en un pedazo de pan! 

Es fruto del trabajo del hombre, y como tal te lo ofrecemos, como cosa nuestra. Es verdad que tú nos lo has dado, «lo recibimos de tu generosidad». Tú nos has dado la tierra; pero la tierra no daría pan sin el trabajo del hombre. Nos has dado las fuerzas para trabajar y la inteligencia para inventar. Por todo ello queremos darte nuestro reconocimiento y gratitud. Un reconocimiento que no humilla, antes exalta, porque nos permites llegar hasta ti con nuestros dones. 

Recibe nuestro pan: «ahora te lo presentamos».  Y con él presentamos toda la creación, obra de tus manos, y a todos los hombres, con sus trabajos y esperanzas, con sus alegrías y miserias.

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