Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

jueves, 9 de agosto de 2012

Bendición icono santa Edith Stein


Rito para bendecir un icono de santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein)

Sacerdote: Bendito sea Dios.

Todos: Amén. Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, líbranos del pecado y de todo mal. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.


Sacerdote: Santísima Trinidad, ten piedad de nosotros. Padre Todopoderoso, olvida nuestros pecados. Jesucristo, Maestro y Salvador, perdona nuestras culpas. Espíritu Santo Consolador, sana nuestras dolencias y llénanos de tu gracia. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Todos: Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, Dios de nuestros padres, que hiciste alianza con los Patriarcas y sacaste a tu pueblo de la esclavitud de Egipto por manos de Moisés. Tú que elegiste a David y hablaste a tu pueblo por medio de los profetas, al llegar la plenitud de los tiempos nos hablaste por medio de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo, luz sobre toda luz y fuente de la verdad. ¡Gloria a ti!





Sacerdote: Oremos al Señor.

Todos: Señor, ten piedad. Manifiéstate a todos los que buscan la verdad con humildad de corazón, ya que Tú eres la Verdad.

Sacerdote: Dios todopoderoso, que manifestaste tu gloria en el Sinaí y ordenaste a Moisés que nadie hiciera imágenes tuyas, porque estás por encima de todo y permaneces siempre incomprensible. Tu Hijo, eterno e invisible como Tú, por obra del Espíritu Santo se hizo temporal y visible, como nosotros. Naciendo de la gloriosa y siempre Virgen María, se dejó ver, tocar y oír. Él es el icono visible del Dios invisible y el único camino que nos lleva al Padre. Él es la presencia de la gloria trascendente de Dios en la pobreza de nuestra carne.

Todos: Gloria a ti, oh Cristo. Que la belleza de tu rostro ilumine nuestra existencia.

Sacerdote: Oh Soberano Señor, que por tu naturaleza divina eres invisible e ilimitado; por tu Encarnación, te hiciste visible y limitado. Al asumir un cuerpo mortal, aceptaste también todas sus propiedades. Por eso, representamos la imagen de tu condescendencia y la veneramos, considerando la semejanza a su prototipo, ascendiendo a través de ella hacia tu Amor y recibiendo a través de ella la gracia de tu presencia.

Todos: Señor, ten piedad. Que la contemplación de tus imágenes nos lleve a la imitación de tus virtudes.

Sacerdote: Mira ahora este icono que tus servidores han hecho para honra y gloria de tu sierva Santa Teresa Benedicto de la Cruz, virgen de nuestra Orden y mártir. Bendícelo y santifícalo. Revístelo del poder de la curación y de repeler todo ataque diabólico, de tal manera que todos los que oren con piedad ante él sean escuchados y alcancen la misericordia de tu amor a la Humanidad y sean templos de tu gracia.

Todos: Escucha nuestra oración, Señor, porque Tú eres nuestra santificación y nuestra esperanza. A Ti sea la gloria, oh Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.


Sacerdote (rocía el icono con Agua Bendita, diciendo): Sea santificado y bendecido este icono, por la gracia del Espíritu Divino, y por medio de la aspersión de esta santa agua, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Todos: Gloria a ti, Dios de Israel, que te has revelado en plenitud en la vida, muerte y resurrección de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo.




Lector: De los escritos espirituales de Santa Teresa Benedicta de la Cruz. “Te saludamos, Cruz santa, única esperanza nuestra”.

Contempla al Señor que ante ti cuelga del madero, porque ha sido obediente hasta la muerte de Cruz. Él vino al mundo, no para hacer su voluntad, sino la del Padre. Si quieres ser la esposa del Crucificado debes renunciar totalmente a tu voluntad y no tener más aspiración que la de cumplir la voluntad de Dios. Frente a ti el Redentor pende de la Cruz despojado y desnudo, porque ha escogido la pobreza. Quienquiera seguirlo debe renunciar a toda posesión terrena. Ponte delante del Señor que cuelga de la Cruz, con corazón quebrantado; Él ha vertido la sangre de su corazón con el fin de ganar el tuyo. Para poder imitarle en la santa castidad, tu corazón ha de vivir libre de toda aspiración terrena; Jesús crucificado debe ser el objeto de toda tu tendencia, de todo tu deseo, de todo tu pensamiento.

El mundo está en llamas: ¿Deseas apagarlas? Contempla la cruz: del Corazón abierto brota la sangre del Redentor, sangre capaz de extinguir las mismas llamas del infierno. Mediante la fiel observancia de los votos, mantén tu corazón libre y abierto; entonces rebosarán sobre él los torrentes del amor divino, haciéndolo desbordar fecundamente hasta los confines de la tierra. Gracias al poder de la cruz puedes estar presente en todos los lugares del dolor a donde te lleve tu caridad compasiva, una caridad que dimana del Corazón Divino, y que te hace capaz de derramar en todas partes su preciosísima sangre para mitigar, salvar y redimir. El Crucificado fija en ti los ojos interrogándote, interpelándote. ¿Quieres pactar en serio con Él la alianza? Espera tu respuesta. Yo le digo: Tú sólo tienes palabras de vida eterna. ¡Salve, Cruz, única esperanza!

Responsorio (1Cor 1,24b) R. Nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; * Pero para los llamados, judíos o griegos, un Mesías que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios.
V. El deseo de mi corazón y mi plegaria pidiendo su salvación suban hasta el Señor.

R. * Pero para los llamados, judíos o griegos, un Mesías que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios.

Sacerdote: Señor, Dios de nuestros padres en la fe, infúndenos copiosamente la ciencia de la cruz, con la que enriqueciste de modo admirable a Santa Teresa Benedicta de la Cruz en la hora del martirio. Concédenos, por su intercesión, buscarte sin descanso, a ti que eres la suma Verdad, y mantener con lealtad hasta la muerte la alianza eterna de amor, sellada con la sangre de tu Hijo para la salvación de todos los hombres.  

Todos: Hay una vocación a sufrir con Cristo y por lo tanto a colaborar en su obra de redención. Si estamos unidos al Señor, entonces somos miembros del Cuerpo Místico de Cristo. Todo sufrimiento llevado en unión con el Señor es un sufrimiento que da fruto porque forma parte de la gran obra de redención.

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