En el evangelio del domingo 23 del Tiempo Ordinario, ciclo "a", Jesús nos dice: «Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos... Os aseguro que si dos de vosotros están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos».
La primera parte de este evangelio nos recuerda que todos somos responsables los unos de los otros, que no debemos renunciar a ayudar a los hermanos, incluso con la corrección fraterna, cuando sea necesaria.
La segunda parte nos dice que Jesús está entre nosotros, que nos sentimos hermanos en la fe porque creemos en él y nos fiamos de su palabra. Su promesa no falla.
También nos enseña que el Padre nos escucha cuando oramos unidos en su nombre. No nos cansemos de juntarnos con otros para ayudarnos en el camino de la vida espiritual, para «hacernos espaldas unos a otros», como decía santa Teresa de Jesús.
También nos enseña que el Padre nos escucha cuando oramos unidos en su nombre. No nos cansemos de juntarnos con otros para ayudarnos en el camino de la vida espiritual, para «hacernos espaldas unos a otros», como decía santa Teresa de Jesús.
La palabra "hermanos" es la clave de todo. Tenemos que ayudarnos con la oración, con los favores, con la corrección, con el perdón. Así se construye la verdadera fraternidad.
Hay un himno de la liturgia de las horas que nos recuerda que un cristiano nunca está solo ya que, aunque no estemos materialmente juntos, formamos un solo cuerpo, una única familia. Aunque sea en la intimidad de la habitación, cada uno de nosotros dice al orar "Padre nuestro", Padre de todos los hombres, no "Padre mío" y pide "el pan nuestro" para todos, no solo para sí mismo.
No vengo a la soledad
cuando vengo a la oración,
pues sé que, estando contigo,
con mis hermanos estoy;
y sé, estando con ellos,
tú estás en medio, Señor.
No he venido a refugiarme
dentro de tu torreón,
como quien huye a un exilio
de aristocracia interior.
Pues vine huyendo del ruido,
pero de los hombres no.
Allí donde va un cristiano
no hay soledad, sino amor,
pues lleva toda la Iglesia
dentro de su corazón.
Y dice siempre "nosotros",
incluso si dice "yo”.
Hay un himno de la liturgia de las horas que nos recuerda que un cristiano nunca está solo ya que, aunque no estemos materialmente juntos, formamos un solo cuerpo, una única familia. Aunque sea en la intimidad de la habitación, cada uno de nosotros dice al orar "Padre nuestro", Padre de todos los hombres, no "Padre mío" y pide "el pan nuestro" para todos, no solo para sí mismo.
No vengo a la soledad
cuando vengo a la oración,
pues sé que, estando contigo,
con mis hermanos estoy;
y sé, estando con ellos,
tú estás en medio, Señor.
No he venido a refugiarme
dentro de tu torreón,
como quien huye a un exilio
de aristocracia interior.
Pues vine huyendo del ruido,
pero de los hombres no.
Allí donde va un cristiano
no hay soledad, sino amor,
pues lleva toda la Iglesia
dentro de su corazón.
Y dice siempre "nosotros",
incluso si dice "yo”.
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