Los judíos celebran hoy el "Yom Kipur", que suponen la culminación de los "Yamim Noraim", los diez “Días del Temor” o “Días del Arrepentimiento”, una especie de "cuaresma" judía.
Como ya recordamos aquí, hace poco celebraron "Rosh Hashaná" (el inicio del “año nuevo”, el 5784 desde la creación del mundo, según su cómputo).
Ese día dio comienzo el mes de "Tishri", primero del otoño y del año. Su símbolo es la balanza, ya que en este mes son juzgados todos los seres humanos, y la balanza sirve para pesar las buenas y malas acciones.
Como ya vimos en la entrada de ese día, "Rosh Hashaná" tiene un doble significado: es al mismo tiempo el comienzo de un nuevo año y el día en que Dios juzga las acciones realizadas por los hombres en el año anterior. Aunque los seres humanos son juzgados el día de "Rosh Hashaná", el veredicto del juicio es fijado diez días después, el día de "Yom Kipur".
Los diez días de arrepentimiento que transcurren entre "Rosh Hashaná" y "Yom Kipur" son la gran oportunidad que Dios concede a los hombres para que se reconcilien entre sí, salden sus deudas y se dispongan a pedir perdón.
Dios perdona a los hombres el día de "Yom Kipur" si durante los días precedentes han pedido disculpas a los que han ofendido durante el año anterior y han pagado sus deudas pendientes. Tres son los pasos de la verdadera "Teshubá" (palabra que significa “arrepentimiento” y “retorno”):
1) Reconocer la transgresión realizada.
2) Confesar verbalmente el propio pecado: “Señor, yo erré, transgredí e hice el mal delante de ti. Me arrepiento y no volveré a hacerlo”.
3) Aceptar el compromiso de no incurrir en el mismo pecado en circunstancias similares.
El "Yom Kippur" o “Día de la Expiación” o “Día del Perdón”, en arameo es llamado "Yomà", que significa sencillamente “el Día”, el día por excelencia entre todos los días, ya que es el más importante y solemne de todo el año.
La tarde anterior, al caer el sol, las familias hacen una merienda-cena familiar festiva y encienden una vela en cada casa, que permanece ardiendo hasta el día siguiente por la noche, en recuerdo de los familiares difuntos. Después rezan una oración para deshacer todos los votos incumplidos a Dios y preparan una buena limosna para llevar a la sinagoga.
Mientras dura "Yom Kipur" visten ropas blancas y limpias, en recuerdo de las palabras de Isaías: “Aunque vuestros pecados sean como la púrpura, los dejaré blancos como la nieve” (Is 1,18), no usan artículos de piel que hayan generado sufrimiento a los animales, se abstienen de comer, beber, ducharse, usar perfumes, maquillarse y tener relaciones sexuales. La mayoría pasa el día entero orando en la sinagoga (muchos también pasan allí la noche).
De este día habla en varias ocasiones la Biblia. El libro del Levítico describe minuciosamente el ceremonial a seguir: el sumo sacerdote ofrecerá un cabrito en sacrificio al Señor y enviará otro, cargado con todas las culpas del pueblo, a morir al desierto (Lv 16). (Por cierto, de ahí viene la expresión y el concepto de “chivo expiatorio”). Después, el sumo sacerdote entrará en el “Santo de los Santos” (única vez durante todo el año) y pronunciará por tres veces el nombre de Yahvé (también única vez durante todo el año), invocando su perdón y bendición para todo el pueblo.
Muchas más cosas se podrían decir sobre esta fiesta. Ya hemos dicho otras veces que santa Edith Stein nació en día de "Yom Kipur" de 1891 (que ese año cayó el 12 de octubre) y vio siempre en ello la clave de interpretación de su propia existencia. En su autobiografía, "Estrellas amarillas", habla de cómo celebraba su madre este día.
Hoy quiero recordar la importancia de estos ritos para comprender que Jesús es “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”, el sentido de su “sangre derramada para el perdón de los pecados” y, en general, el mensaje de toda la carta a los Hebreos, en la que Jesucristo es presentado como el sumo sacerdote, que tiene libre acceso al Santo de los Santos para interceder por nosotros y que, al morir, se ha ofrecido a sí mismo como el verdadero sacrificio de la expiación. Sacrificio que, misteriosamente, se actualiza en cada eucaristía:
“Se presentó Cristo como sumo sacerdote de los bienes futuros […], no con sangre de machos cabríos ni de novillos, sino con su propia sangre, consiguiendo una redención eterna. […] La sangre de Cristo, que por el Espíritu Eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios, purificará de las obras muertas nuestra conciencia para rendir culto a Dios vivo. Por eso es mediador de una nueva alianza” (Heb 9,11-15).
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