El evangelio que se leyó en misa el domingo pasado (25 del Tiempo Ordinario, ciclo "a") nos hablaba del propietario de una viña que llamaba asalariados a distintas horas del día para trabajar en ella. Al final, a todos les pagó un salario que superaba con mucho lo que habían trabajado. Aún así, algunos protestaron.
En el evangelio de este domingo (26 del Tiempo Ordinario, ciclo "a") Jesús vuelve a hablarnos de una viña y de una invitación a trabajar en ella. Pero ahora no se dirige a trabajadores desconocidos, sino a sus propios hijos.
El contenido ya lo conocemos: un hijo protesta, pero termina cumpliendo lo que le pide su padre. El otro tiene bonitas palabras, pero no hace lo que le pide el padre, sino lo que le da la gana.
¡Cuántas veces yo tengo hermosas palabras para Dios y para los hermanos pero mi vida no se corresponde con lo que digo! Y eso que Jesús ya me ha advertido claro que "no todos los que me dicen Señor, Señor, entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre" (Mt 7,21).
Lo tenía muy claro mi madre, santa Teresa de Jesús, que escribió: "Cuando yo encuentro almas muy ocupadas en entender la oración que tienen y muy encapotadas cuando están en ella (que parece que no se atreven a moverse ni a menear el pensamiento para que no se les vaya un poquito del gusto y devoción que han tenido, y piensan que allí está todo el negocio), entonces veo lo poco que entienden del camino que lleva a la unión. Que no es eso, hermanas, que lo importante son las obras [y no solo los hermosos pensamientos]. Lo que quiere el Señor es que si ves a una enferma a la que puedes dar algún alivio, no te importe perder esa devoción y te compadezcas de ella; y si tiene algún dolor, que te duela a ti; y si es necesario, que tú ayunes para que ella coma, no tanto por ella, como porque sabes que tu Señor lo quiere. Esta es la verdadera unión con su voluntad" (5 Moradas 3,11).
El Señor, en su misericordia, nos conceda trabajar con perseverancia en su viña para vivir conforme a la fe que profesamos. Amén.
El contenido ya lo conocemos: un hijo protesta, pero termina cumpliendo lo que le pide su padre. El otro tiene bonitas palabras, pero no hace lo que le pide el padre, sino lo que le da la gana.
¡Cuántas veces yo tengo hermosas palabras para Dios y para los hermanos pero mi vida no se corresponde con lo que digo! Y eso que Jesús ya me ha advertido claro que "no todos los que me dicen Señor, Señor, entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre" (Mt 7,21).
Lo tenía muy claro mi madre, santa Teresa de Jesús, que escribió: "Cuando yo encuentro almas muy ocupadas en entender la oración que tienen y muy encapotadas cuando están en ella (que parece que no se atreven a moverse ni a menear el pensamiento para que no se les vaya un poquito del gusto y devoción que han tenido, y piensan que allí está todo el negocio), entonces veo lo poco que entienden del camino que lleva a la unión. Que no es eso, hermanas, que lo importante son las obras [y no solo los hermosos pensamientos]. Lo que quiere el Señor es que si ves a una enferma a la que puedes dar algún alivio, no te importe perder esa devoción y te compadezcas de ella; y si tiene algún dolor, que te duela a ti; y si es necesario, que tú ayunes para que ella coma, no tanto por ella, como porque sabes que tu Señor lo quiere. Esta es la verdadera unión con su voluntad" (5 Moradas 3,11).
El Señor, en su misericordia, nos conceda trabajar con perseverancia en su viña para vivir conforme a la fe que profesamos. Amén.
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