En la oración inicial de la misa pedimos al Señor, que es rico en misericordia, que, cuando salimos animosos al encuentro de su Hijo, no permita que lo impidan los afanes del mundo, y que nos guíe hasta él con sabiduría divina, para que podamos participar plenamente del esplendor de su gloria.
En la oración del ofertorio suplicamos al Señor que le conmuevan los ruegos y ofrendas de nuestra pobreza y, al vernos desvalidos y sin méritos propios, acuda compasivo en nuestra ayuda.
En la oración después de la comunión pedimos que, alimentados con la eucaristía, nos dé sabiduría para sopesar los bienes de la tierra amando intensamente los del cielo.
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Las lecturas del ciclo «a» son las siguientes:
El salmo responsorial (Sal 71) canta: «Que en sus días florezca la justicia y la paz abunde eternamente». Pedimos que se cumpla lo que anunciaba la primera lectura.
La segunda lectura (Rom 15,4-9) pide que Dios, que es «fuente de toda paciencia y consuelo» sea nuestra fortaleza para que vivamos como verdaderos hijos suyos: amándonos y perdonándonos unos a otros.
El evangelio (Mt 3,1-12) recuerda la predicación de san Juan Bautista, que nos invita a la conversión y a preparar la venida del Señor con una vida conforme a sus enseñanzas.
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Las lecturas del ciclo «b» son las siguientes:
La primera lectura (Is 40,1.5.9-11) nos invita a preparar el camino al Señor, que viene a salvar a su pueblo.
El salmo responsorial (Sal 84) habla de la misericordia, fidelidad, justicia y paz de Dios, al que suplicamos: «Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación».
La segunda lectura (2Pe 3,8-14) nos recuerda que esperamos unos cielos nuevos y una tierra nueva en los que habite la justicia. Mientras tanto, nos invita a vivir con honestidad.
El evangelio (Mc 1,1-8) recoge la invitación de Juan Bautista, que retoma las palabras del profeta Isaías: «Preparad el camino del Señor, enderezad sus senderos».
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Las lecturas del ciclo «c» son las siguientes:
La primera lectura (Baruc 5,1-9) invita a abandonar la tristeza, viviendo en esperanza, ya que Dios quiere guiarnos a la luz de su gloria, con justicia y misericordia.
El salmo responsorial (Sal 125) nos invita a ser agradecidos, porque «el Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres».
En la segunda lectura (Flp 1,4-11), san Pablo nos invita a perseverar en la fe y en la práctica de las buenas obras.
El evangelio (Lc 3,1-6) recuerda la predicación de Juan Bautista en el desierto, invitándonos a preparar el camino al Señor.
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