En la oración inicial de la misa pedimos al Señor que renueve en nosotros el deseo de acoger a Cristo y de vivir como él nos enseñó:
- Dios todopoderoso, aviva en tus fieles, al comenzar el Adviento, el deseo de salir al encuentro de Cristo, que viene, acompañados por las buenas obras, para que, colocados un día a su derecha, merezcan poseer el reino eterno. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.
En la oración del ofertorio reconocemos que los bienes materiales vienen de Dios, que es el único Creador de todo. Tomamos algo de pan y de vino, en los que se unen el don de Dios (el trigo, la uva, la tierra, la lluvia, el sol...) y el trabajo de los seres humanos (que siembran, cuidan la tierra, cosechan, amasan...) y le pedimos que la celebración eucarística sea para nosotros un anticipo del banquete celestial, en el que esperamos participar un día, por su gracia.
- Padre celestial, acepta este pan y este vino, escogidos de entre los bienes que hemos recibido de ti, y concédenos que esta eucaristía, que nos permites celebrar ahora en nuestra vida mortal, sea para nosotros prenda de salvación eterna. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
En la oración después de la comunión suplicamos al Señor que nos ayude a comprender la profundidad del rito que hemos celebrado, en el que podemos pregustar la vida eterna.
- Dios de bondad, que fructifique en nosotros la celebración de este sacramento con el que tú nos enseñas, ya en nuestra vida mortal, a descubrir el valor de los bienes eternos y a poner en ellos nuestro corazón. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
Las lecturas de la misa en los tres ciclos litúrgicos afirman que Jesús viene a nuestro encuentro y podemos encontrarlo, por lo que nos invitan a la vigilancia. Si el Señor llama a nuestras puertas, es natural que la Iglesia nos invite a velar, para evitar que su llegada pase desapercibida. Las lecturas de estos días insisten:
- «Velad, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor» (Mt 24,42).
- «Vigilad, pues no sabéis cuándo es el momento» (Mc 13,33ss).
- «Estad siempre despiertos» (Lc 21,35).
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Las lecturas del ciclo «a» son las siguientes:
La primera lectura (Is 2,1-5) anuncia que el Señor reunirá a todos los pueblos en la paz eterna del reino de Dios.
El salmo responsorial (Sal 121) canta la alegría de los que caminamos al encuentro de Cristo en la Jerusalén del cielo. Allí se cumplirán las promesas de los profetas y llegará a plenitud la salvación que Cristo nos trajo al mundo.
La segunda lectura (Rom 13,11-14) nos dice que nuestra salvación está cerca. Esto es motivo de gozo para todos los creyentes.
El evangelio (Mt 24,37-44) nos repite que estamos en camino hacia el encuentro definitivo con Cristo en la eternidad y nos invita a estar preparados para acogerle en el momento oportuno.
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Las lecturas del ciclo «b» son las siguientes:
La primera lectura (Is 63,16b-17; 64,1. 3b-8) invoca a Dios llamándolo "Padre" de los creyentes y recordándole que su misericordia siempre es mayor que nuestra faltas, por lo que le suplica que tenga piedad de su pueblo y acuda a salvarlo.
El salmo responsorial (Sal 79) es una súplica confiada a Dios: «Señor, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve».
La segunda lectura (Cor 1,3-9), san Pablo felicita a los que aguardan con perseverancia la manifestación de nuestro Señor Jesucristo, confiando en que él es fie y cumplirá sus promesas.
El evangelio (Mc 13,33-37) invita a permanecer vigilantes para acoger al Señor cuando venga a salvarnos, haciendo lo posible para que no nos encuentre dormidos o despistados.
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Las lecturas del ciclo «c» son las siguientes:
La primera lectura (Jr 33,14-16) habla del mesías hijo de David que Dios suscitará para establecer el reino de paz y justicia prometido por los profetas.
El salmo responsorial (Sal 24) es una oración llena de esperanza: «A ti, Señor, (que eres misericordioso y leal) levanto mi alma».
En la segunda lectura (1Tes 3,12-4,2), san Pablo invita a perseverar en la fe y la esperanza para que, cuando aparezca nuestro Señor Jesucristo acompañado de sus santos, podamos presentarnos ante él santos e irreprensibles.
El evangelio (Lc 21,25-28. 34-36) pide no tener miedo cuando aparezcan los signos de que llega el final. Al contrario, en esos momentos, «levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación». La futura venida del Señor no suscita miedo en los creyentes, sino todo lo contrario.
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