La fundación del primer convento de carmelitas descalzos tuvo lugar el 28 de noviembre de 1568, en Duruelo, un lugar pequeño y pobre, perdido en la meseta castellana. La madre Teresa de Jesús había recibido como regalo un barracón de segadores, sucio y desvencijado. Cuando lo visitó con unas compañeras, ella misma confiesa que no se atrevieron a dormir allí por la falta de limpieza y por la presencia abundante de piojos y pulgas. Sin embargo, en aquella penuria Teresa vio una oportunidad: sería un comienzo humilde y provisional, mientras surgía un lugar más adecuado.
En septiembre de 1568, fray Juan (que aún era Juan de San Matías, carmelita calzado) llegó a Duruelo y, durante dos meses, ayudado por su madre, su hermano y su cuñada, transformó la pobre alquería en convento. El portal se convirtió en iglesia; el desván, en coro; la pequeña cámara, en dormitorios. Nada recordaba la solemnidad de la cartuja con la que él había soñado, sino más bien la desnudez luminosa y familiar de su casa natal en Fontiveros.
La arquitectura del conventillo reflejaba la propuesta teresiana: pobreza, sencillez, muros encalados, espacios luminosos, iglesia acogedora, todo a medida humana; más parecido al “portal de Belén” que a un palacio. Una estética humilde, que favorecía la fraternidad, la oración silenciosa y la concentración en lo esencial. Era una casa que invitaba a entrar; una morada pobre que hablaba de Dios como un huésped cercano.
Cuando los trabajos estuvieron listos, se unieron a él fray Antonio de Jesús (Heredia) y dos compañeros más, dispuestos a vivir “según la Regla primitiva”. Ese día Juan tomó el nombre con el que pasó a la historia: Juan de la Cruz.
Los primeros carmelitas descalzos asumieron las constituciones que Teresa había preparado para sus monjas, adaptándolas a la vida masculina. Desde el principio unieron el espíritu contemplativo con la actividad apostólica: predicaban por los caminos y en las aldeas cercanas, enseñando a los campesinos.
Cuando ella visitó de nuevo Duruelo quedó consolada por la entrega apostólica de los frailes, pero preocupada por sus excesos ascéticos. Formados en la mentalidad de la época, identificaban la santidad con grandes mortificaciones, lo que san Juan de la Cruz llamará más tarde “penitencias de bestias”. Teresa los exhortó a la moderación, a cuidar la salud, a usar sandalias o alpargatas (pues hasta entonces caminaban descalzos) y a evitar rigores inútiles. Confiesa con ironía que “como eran más virtuosos que yo, no me hicieron caso”.
Año y medio después, en 1570, la comunidad se trasladó a Mancera y, más tarde, a Ávila. Pero el espíritu nacido en Duruelo dejó una huella indeleble.
Mirar aquellos comienzos permite reconocer los tres pilares del Carmelo teresiano o descalzo: la oración contemplativa, la misión evangelizadora y una fraternidad sencilla, humana y respetuosa. A lo largo de los siglos, algunos han encarnado plenamente estos ideales y otros se han alejado de ellos. Por eso, hoy como ayer, es necesario volver a santa Teresa de Jesús, “tan divina y tan humana”, y a sus escritos, para redescubrir continuamente su propuesta y encarnarla, con frescura y fidelidad, en las circunstancias concretas de nuestro tiempo.

Me impresionó que San Juan de la Cruz llamara a las mortificaciones de ese entonces "penitencias
ResponderEliminarde bestias". Estoy completamente de acuerdo.
Me encanta todo lo que escribes Padre!!!!
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