Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

domingo, 16 de octubre de 2022

Hay que orar siempre sin desanimarse


En el evangelio del domingo 29 del Tiempo Ordinario, ciclo "c", Jesucristo nos invita a perseverar en la oración con confianza. Por eso dice: "Hay que orar siempre, sin desanimarse".

Y propone la parábola de la viuda inoportuna, que pedía con insistencia al juez que la escuchara. Como ella, tenemos que insistir en nuestra oración día y noche.

San Lucas recoge varias veces la invitación de Jesús a perseverar, a «no cansarse nunca», a no desanimarse: «Tened ceñida la cintura y las lámparas encendidas» (Lc 12,35), «Es necesario orar siempre, sin desfallecer» (Lc 18,1). 

Hoy que tanto se habla del aparente silencio de Dios, esta invitación es más actual que nunca. Pedimos sin ver los frutos, buscamos en la oscuridad de la noche, llamamos a una puerta que parece cerrada. En este caso, nuestra oración tiene que ser más intrépida e insistente, conscientes de que no dejará de cumplirse lo que dice la Escritura: «Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha» (Sal 34 [33],7).

Santa Teresa de Jesús habla de una «determinada determinación» de perseverar en el camino de la oración, una vez iniciado, sin echarse atrás por las dificultades o contradicciones que puedan surgir. 

Por su parte, san Juan de la Cruz nos invita a desembarazarnos de todo lo que poseemos o conocemos, sin detenernos nunca en el camino, hasta que lleguemos a la plena unión transformante con el Amado. Para ello, no hay que detenerse con las «flores» del camino (los placeres y pasatiempos de todo tipo) ni hay que asustarse ante las «fieras» (las dificultades y tentaciones). Hay que mirar fijamente a la meta de la oración, que es la unión con Cristo, y perseverar hasta conseguirla: 

«Por cuanto el deseo con que el alma busca a su Amado es verdadero y su amor grande, no quiere dejar de hacer alguna diligencia de las que de su parte puede; porque al alma que de veras ama a Dios no le da pereza de hacer cuanto puede por hallar al Hijo de Dios, su Amado, […] y para esto no ha de admitir deleites ni regalos algunos, ni bastarán a detenerla e impedirla en este camino todas las fuerzas y asechanzas de los tres enemigos del alma, que son mundo, demonio y carne. Por eso dice:

Buscando mis amores
iré por esos montes y riberas,
ni cogeré las flores
ni temeré las fieras
y pasaré los fuertes y fronteras» (Cántico espiritual, 3,1).

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