La muerte de Teresa del Niño Jesús el 30 de septiembre de 1897 dio comienzo a una historia póstuma sorprendente. La priora del Carmelo de Lisieux encargó a su hermana Paulina (sor Inés de Jesús) la redacción de la carta circular habitual tras el fallecimiento de una religiosa. Paulina utilizó los cuadernos autobiográficos de Teresa, que, publicados en 1898 bajo el título «Historia de un alma», transformaron aquella carta en un libro. Aunque las editoriales rechazaron inicialmente el manuscrito por considerarlo poco interesante, la primera edición de 2.000 ejemplares se agotó con rapidez, y las siguientes también. El libro se convirtió en un auténtico fenómeno espiritual y editorial.
El impacto fue inmediato: multitudes acudían a la casa familiar en busca de noticias sobre Teresa y su tumba hubo de ser custodiada ante la avalancha de peregrinos que se llevaban flores y tierra como reliquias. Pronto se tradujo a numerosos idiomas (inglés, polaco, italiano, japonés, ruso, entre otros), extendiendo su mensaje por todo el mundo y dando lugar a innumerables conversiones, curaciones y testimonios. El papa Pío XI hablaría más tarde de “un huracán de gloria” envolviendo a la joven carmelita.
Pese a este fervor, la comunidad de Lisieux y su entorno rechazaron inicialmente la idea de canonizarla, convencidos de que la santidad requería grandes obras y penitencias. Fue el papa san Pío X quien impulsó el proceso en 1907, calificándola como “la santa más grande de los tiempos modernos” y destacando que su sencillez era precisamente lo más extraordinario. Su causa obligó a repensar la santidad en la Iglesia. El proceso recogió más de cinco mil milagros atribuidos a su intercesión, y Teresa fue dispensada del plazo habitual de cincuenta años. Pío XI la beatificó en 1923, la canonizó en 1925 y la proclamó patrona de las misiones en 1927.
Su fama creció de modo vertiginoso. Millones de cartas llegaban al Carmelo pidiendo reliquias y testimoniando gracias recibidas. En poco tiempo, más de dos millones de ejemplares de sus escritos o biografías se habían difundido, junto a cuarenta millones de estampas con su imagen. Las limosnas permitieron erigir en Lisieux una monumental basílica, símbolo visible de la devoción mundial.
La ceremonia de canonización fue un acontecimiento sin precedentes: asistieron 35 cardenales, 50.000 fieles en el interior y medio millón en la plaza, y por primera vez se usaron micrófonos en la basílica de San Pedro. Esa noche, la cúpula se iluminó como no ocurría desde 1870.
La influencia de Teresa transformó la vida de la Iglesia: impulsó conversiones y vocaciones, y alentó la fundación de cientos de monasterios contemplativos. Más de cincuenta congregaciones religiosas y numerosas obras la tienen por patrona. Su nombre está ligado a catedrales, basílicas, seminarios, escuelas y obras sociales en todo el mundo. Es copatrona de Francia y protectora de países como México y Rusia. En Egipto, incluso musulmanes peregrinan a su santuario de El Cairo.
Desde 1994, sus reliquias recorren los cinco continentes, congregando multitudes en cada lugar, un fenómeno sin parangón. Paradójicamente, aquella carmelita que nunca salió del convento desde los quince años se ha convertido, después de muerta, en una viajera incansable y en una de las figuras espirituales más queridas y universales de la Iglesia.
Resumen del capítulo sexto de mi libro: Eduardo Sanz de Miguel, Santa Teresa de Lisieux, vida y mensaje. Editorial Monte Carmelo, Burgos 2017. ISBN 978-84-8353-839-5 (páginas 41-45).
Nunca pretendió fama y el conocimiento de su vida entregada fué conocida por el Mundo entero. Bendito sea Dios !
ResponderEliminarPreciosa paradoja.