Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

martes, 21 de octubre de 2025

La auto-aceptación en santa Teresita del Niño Jesús


La autoaceptación ocupa un lugar central en la vida y la enseñanza de santa Teresita. Siguiendo a Teresa de Ávila, que definía la humildad como «andar en verdad», Teresa de Lisieux entendió que conocerse a sí misma, aceptarse tal como era y vivir con sencillez constituían el fundamento de su camino espiritual. Este proceso, sin embargo, no fue fácil: le costó liberarse de la imagen idealizada que tenía de sí misma y reconciliarse con sus debilidades.

Desde las primeras páginas de «Historia de un alma», Teresa reflexiona sobre el misterio de las vocaciones y se pregunta por qué Dios no trata a todos por igual. Encuentra la respuesta en la naturaleza: cada flor tiene su belleza y su lugar en el jardín. De igual modo, cada persona es amada de forma única e irrepetible. Nadie necesita compararse con otros; el camino de santidad pasa por aceptar la propia historia y desarrollar la identidad personal.

Este descubrimiento fue el fruto de un largo proceso. Teresa tuvo que integrar las heridas de su infancia, el ambiente familiar y religioso que la marcó, su hipersensibilidad y su frustración por no alcanzar la perfección soñada. El cambio decisivo se produjo cuando comprendió, a la luz del evangelio, que Dios es Padre y Madre, que ama a los pecadores y no ha venido a condenar, sino a salvar. Desde entonces, pudo estar en su presencia como hija, sin miedo a no ser suficientemente buena.

Teresa llegó a experimentar una profunda paz al reconocerse pobre y débil. No solo aceptó su pequeñez, sino que llegó a amarla, consciente de que la salvación no es obra del esfuerzo humano, sino un don gratuito. Por eso, escribe: «Lo que agrada a Dios es que amo mi pequeñez y mi pobreza, es la esperanza ciega que tengo en su misericordia». La autoaceptación no es resignación pasiva, sino la puerta a la libertad interior, a la madurez espiritual y a una confianza sin límites en el amor divino.

Al final de su vida, Teresa afirmaba que, aunque hubiera cometido todos los pecados posibles, correría arrepentida a los brazos de Jesús, segura de su misericordia. Sabía que era pequeña y débil, y lejos de envidiar a las almas grandes, se alegraba de que su fragilidad mostrara mejor la ternura de Dios. Este fue el punto culminante de un camino que comenzó con la «gracia de Navidad» a los catorce años.

Teresa enseña que no son los méritos ni los deseos heroicos los que agradan a Dios, sino la aceptación humilde de la propia pobreza y la confianza absoluta en su amor: «Cuanto más débil se es, sin deseos ni virtudes, más cerca se está de las operaciones de este Amor consumidor». La confianza —y no el temor ni el esfuerzo propio— es el camino hacia el amor.

Teresa consideró un don inmenso que Dios le mostrara su pequeñez y su impotencia para el bien. Esta verdad la liberó del perfeccionismo y la condujo a poner toda su confianza en Dios. Desde esa autoaceptación pudo recorrer el «caminito» de infancia espiritual, un camino de confianza y abandono en el amor misericordioso que la transforma.

Resumen del capítulo 12 de mi libro: Eduardo Sanz de Miguel, Santa Teresa de Lisieux, vida y mensaje. Editorial Monte Carmelo, Burgos 2017. ISBN 978-84-8353-839-5 (páginas 75-81).

1 comentario:

  1. Buenos días padre Eduardo, esta reflexión me aclara cierta cuestiones que me hacían pensar que cometer un error o pecado es perder la misericordia y amor de Dios !

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