La publicación de la Historia de un alma dio a conocer al mundo a santa teresita y suscitó un gran entusiasmo entre los lectores. Con el paso del tiempo, su magisterio espiritual ha perdurado, tal como demuestran las continuas ediciones de sus escritos y las numerosas publicaciones en torno a su doctrina que cada año se lanzan al mercado.
El magisterio pontificio y los documentos de la Iglesia la citan continuamente, especialmente para ilustrar la vocación universal a la santidad, la fecundidad de la vida contemplativa, el significado de la oración, la comunión de los santos, la dimensión misionera de la vida cristiana... Baste recordar aquí su presencia en el Catecismo de la Iglesia católica (nn. 127, 826, 956, 1011, 2011, 2558) y la gran devoción del papa Francisco, que habla de ella siempre que tiene ocasión.
Al acercarnos a un autor debemos tener en cuenta su contexto y su lenguaje, su manera de decir las cosas, para comprender su mensaje y descubrir si ofrece alguna novedad. Si solo repite lo que dicen sus contemporáneos podemos concluir que no nos aporta nada; pero si abre caminos nuevos, distintos a los de su ambiente, debemos estudiarlos con detenimiento, pasando por alto los elementos menos novedosos.
En el caso de Teresa no hay que pararse demasiado en las ideas comunes de su época, que a veces ella hace suyas de manera inconsciente, sino en las intuiciones novedosas que descubre al leer y orar la Biblia, que son su verdadera aportación a la historia de la espiritualidad.
Teresa ha dejado su huella en muchos sectores del pensamiento cristiano: la consideración de que la Biblia es la fuente primera y principal de la vida espiritual (antes de que surgiera el movimiento bíblico y la nueva sensibilidad asociada a él), la imagen de Dios como Amor misericordioso, «más tierno que una madre», la aceptación pacífica de los propios límites y capacidades, la reconciliación con la propia historia, la conciencia de la vocación universal a la santidad, el valor de la oración contemplativa, la certeza de la activa comunión de los santos en el cuerpo místico de la Iglesia, la intuición de que en el cielo continúa la obra iniciada en la tierra, etc. También nos ha devuelto una imagen plenamente evangélica de María, con la sencillez de su vida de fe, sin necesidad de las continuas referencias a sus privilegios y a su grandeza, que a ella no convencían.
Esas cosas estaban muy lejos de la mentalidad de los católicos de finales del siglo XIX. Muchas de sus intuiciones han sido tan pacíficamente asumidas por la Iglesia que a veces olvidamos de dónde provienen.
En 1997, el obispo de Bayeux-Lisieux y el general de los carmelitas descalzos enviaron una carta al papa pidiéndole que declarara doctora de la Iglesia a santa Teresita. En ella recuerdan que numerosos pastores, teólogos y fieles habían solicitado lo mismo a sus predecesores en varias ocasiones desde 1926 en adelante. También repasan los elementos fundamentales de su doctrina, así como la proyección y actualidad de la misma. Finalmente, subrayan tres características que la hacen especialmente significativa en nuestros días: Teresa es «una mujer, una contemplativa, una joven».
En respuesta a dicha petición y al parecer positivo de las congregaciones para la doctrina de la fe y para las causas de los santos, después de un largo proceso de estudio, Juan Pablo II se decidió a hacerlo y escribió la carta apostólica La ciencia del amor divino, en la que explica los motivos que justifican «la actualidad de la doctrina de santa Teresa de Lisieux», así como «la influencia particular de su mensaje sobre los hombres y las mujeres de nuestro siglo».
En ella se hace eco del texto que le enviaron el obispo de Bayeux-Lisieux y el general de los carmelitas descalzos y recuerda las tres circunstancias que hacen especialmente significativa su designación como «doctora de la Iglesia universal, maestra para la Iglesia de nuestro tiempo»: el hecho de ser «una mujer, una contemplativa, una joven».
Una mujer: Con una aguda sensibilidad femenina asimiló el perenne mensaje del evangelio, transmitiéndonos sus experiencias e intuiciones en sus escritos. Subraya que el núcleo de la enseñanza de Jesús está en hacernos descubrir la ternura de Dios y su misericordia. De ahí brota una confianza sin límites que nos permite superar las dificultades, los fracasos y las propias limitaciones, en «el camino de la confianza y del amor». Su lenguaje es narrativo, experiencial, cargado de imágenes, cercano al de la Sagrada Escritura.
Una contemplativa: Desde su experiencia de consagración total a Cristo, nos recuerda la absoluta primacía del ser sobre el hacer. En la búsqueda de su lugar personal en el cuerpo místico de la Iglesia, descubrió que el amor es el motor que mantiene vivo el organismo y dinamiza sus actividades. En una sociedad caracterizada por el activismo y las prisas, Teresa nos recuerda que la contemplación amorosa es el fin más alto y sublime que puede desarrollar el ser humano y que solo con los ojos y el corazón de Cristo podemos comprender a los demás y trabajar en la construcción de la civilización del amor. Por delante de cualquier otra cosa, lo primero que ha de hacer el ser humano es acoger al Dios que llama a su puerta. Quien se siente amado puede amar, quien se sabe perdonado puede perdonar, quien hace experiencia de la paciencia y ternura de Dios puede manifestar paciencia y ternura a los otros...
Una joven: Teresa llegó a la madurez de la santidad en plena juventud, muriendo con solo veinticuatro años. Su mensaje es sencillo y sugestivo: Dios es amor, cada persona es amada por Dios personalmente, «como si no existiera nadie más que ella sobre la tierra», Dios espera ser acogido y amado por cada uno, nadie está excluido del camino del amor y de la santidad, ya que él no pide grandes obras, sino únicamente amorosa fidelidad a las obligaciones cotidianas y confianza. El amor que Dios nos tiene nos capacita para amar a los hermanos con generosidad, incluso cuando no somos correspondidos. Teresa exclama con gozo: «¡Qué hermosa es nuestra religión! En vez de encoger nuestro corazones (como cree el mundo), los eleva y los hace capaces de amar, de amar con un amor casi infinito» (Carta 166).
Casi todas las personas de cierta edad han oído hablar de ella y de su «lluvia de rosas» (los favores que derrama desde el cielo). Su proclamación como doctora de la Iglesia en 1997 fue un acontecimiento que se acompañó de muchas publicaciones, estudios y congresos en todos los idiomas. A pesar de todo, hoy es poco conocida por las nuevas generaciones, aunque su mensaje sigue siendo actual y necesario.
Texto tomado de mi libro Santa Teresa de Lisieux. Vida y mensaje, editorial Monte Carmelo, Burgos 2017 (páginas 51-55). Pueden ver la ficha de la editorial en este enlace:
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