Finalmente ha llegado el momento de emprender nuestra peregrinación a Roma, la «Caput Mundi» y «Ciudad Eterna». Siguiendo la antigua tradición de los años jubilares, nos dirigimos al corazón de la cristiandad, a un lugar donde el tiempo parece detenerse para revelar la hondura de la historia.
Esta Urbe se alza como un testimonio vivo de la fe, edificada sobre las tumbas venerables de san Pedro y san Pablo, pilares apostólicos de la Iglesia católica. Aquí tiene su sede el sucesor de Pedro, faro de unidad y pastor de todos los creyentes.
Al recorrer sus calles, cada ruina imperial y cada templo nos recuerdan que caminamos por un vasto museo espiritual, donde el eco de los mártires y el testimonio de innumerables santos proclaman la victoria de la gracia sobre las persecuciones y el paso del tiempo.
Roma es una sinfonía de contrastes: en ella, lo sublime de sus basílicas, palacios y fuentes convive con lo efímero del presente. Por eso, peregrino, deja atrás las distracciones fugaces —el bullicio, los turistas y los ecos de la «dolce vita»— y dirige tu alma hacia su encanto perenne: el arte incomparable, la historia milenaria de la Iglesia con sus luces y sus sombras, y la memoria viva de una fe que ha modelado el mundo.
Que tu corazón se abra, peregrino, a la belleza inagotable de esta ciudad y, sobre todo, a la gracia transformadora de este Jubileo. Haz de tu visita un encuentro profundo con el Señor del tiempo y de la historia, el único Salvador del mundo, ayer, hoy y siempre.
Amén …que Dios los acompañe
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