Durante sus retiros anuales, Teresa de Lisieux experimentaba un profundo desasosiego. La predicación de la época, tanto para niñas como para adultos, se centraba en el miedo: insistía en el pecado presente en todas partes, en los tormentos del infierno y en el sufrimiento como única vía de purificación. Incluso el capellán del Carmelo mostraba un rigor extremo: llegó a decir a una religiosa que tenía “un pie en el infierno” y a la priora que tenía “los dos”.
El retiro de 1891, cuando Teresa tenía 19 años, parecía seguir la misma tónica. El predicador previsto fue sustituido por un franciscano acostumbrado a hablar a obreros y no a monjas contemplativas. Sin embargo, aquel encuentro resultó providencial para Teresa. Aunque no comenta las conferencias, sí relata su experiencia en la confesión: el sacerdote la comprendió profundamente y la impulsó a navegar “a velas desplegadas por los mares de la confianza y del amor” que tanto anhelaba. Le aseguró que sus faltas no apenaban a Dios y que él estaba contento con ella. Aquellas palabras, inéditas para Teresa, la llenaron de alegría y le ayudaron a soportar las pruebas de la vida.
Teresa comprendió entonces que Dios se comporta como una madre que no se enfada cuando su hijo cae al aprender a caminar, sino que lo levanta con ternura y lo anima a seguir adelante. Así actúa Dios con nosotros: sabe que estamos aprendiendo a ser santos y, lejos de enfadarse por nuestras caídas, solo desea nuestro bien y nos alienta a levantarnos.
Esta certeza atraviesa toda su espiritualidad y se expresa con fuerza en sus últimas palabras escritas, cuando ya no tenía fuerzas para sostener la pluma: aunque hubiera cometido todos los pecados posibles, correría con el corazón arrepentido a echarse en brazos de Jesús, segura de su misericordia. El hecho de haber sido preservada del pecado mortal no era, para ella, el fundamento de su confianza, sino el conocimiento del amor incondicional de Dios.
Pocos días antes de morir, explicó a su hermana Paulina que, como los niños que rompen cosas y se caen a pesar de amar a sus padres, sus propias caídas le revelaban su nada y le recordaban que no debía apoyarse en sus fuerzas.
Su visión renovada de la justicia divina, entendida no como castigo sino como misericordia, fundamentó la confianza radical y el abandono total de Teresa en Dios. En ello reside la originalidad y la fuerza de su mensaje espiritual.
Resumen del capítulo 13 de mi libro: Eduardo Sanz de Miguel, Santa Teresa de Lisieux, vida y mensaje. Editorial Monte Carmelo, Burgos 2017. ISBN 978-84-8353-839-5 (páginas 83-85).
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