La vida de Teresa de Lisieux puede resumirse brevemente: Una niña alegre y despierta, dotada de una inteligencia precoz y de una aguda sensibilidad, que nace en el seno de una familia acomodada, con profundas convicciones cristianas, que la colma de atenciones y regalos.
Después de una primera infancia feliz, se vuelve introvertida e hipersensible, al perder a su madre con solo 4 años. Su hermana Paulina ocupa el lugar de la madre, sabiendo compaginar el afecto y la disciplina. Cuando Teresa tiene 9 años, su hermana se hace carmelita descalza. Comienza para ella una etapa de enfermedades psicofísicas, que la convierten en una niña tierna, débil, escrupulosa y –muchas veces – impertinente.
Cuando tiene 10 años, mientras su padre y dos de sus hermanas están de viaje, su tío evoca el recuerdo de su madre fallecida. Unas horas más tarde, la niña comienza a temblar, sufriendo alucinaciones y hablando con incoherencia. Pasa dos meses en cama, padeciendo «una enfermedad gravísima, que nunca se había manifestado antes en un niño», en palabras del doctor que la atiende. Cuando parece que va a morir, mientras sus hermanas oran arrodilladas junto a su cama, siente que la Virgen le sonríe con dulzura y sana repentinamente. Pero se suceden episodios de escrúpulos, de tristeza y de debilidad física y emocional.
Sana definitivamente a los 14 años, en lo que ella denomina «la gracia de Navidad», que la convierte en una mujer adulta y madura: «El 25 de diciembre de 1886 recibí la gracia de salir de la niñez... Sentí la necesidad de olvidarme de mí misma para dar gusto a los demás, ¡y desde entonces fui feliz!... Mi espíritu, liberado ya de los escrúpulos y de su excesiva sensibilidad, comenzó a desarrollarse». La clave está en el «olvidarse de sí misma». Fue capaz de salir de sí, de pensar en los demás, de amar gratuitamente, sin esperar nada a cambio... Aquí inició su «carrera de gigante».
A los 15 años ingresa en el Carmelo con gran entusiasmo y con una voluntad férrea de llegar a ser santa. Desde el principio hubo de enfrentarse a todo tipo de sufrimientos y dificultades: El superior se opone a su ingreso, el confesor no la comprende, el que había sido su director se encuentra en Canadá, algunas monjas le manifiestan su rechazo porque ya son tres hermanas carnales en la misma casa religiosa, el clima espiritual de su comunidad es de abierto jansenismo, algunas religiosas no disimulan sus celos... y, para colmo de males, su padre enferma, perdiendo la movilidad y la lucidez mental. Muchos acusan directamente a Teresa, por haberle abandonado, a pesar de ser su hija preferida.
En el Carmelo realiza un camino de maduración sorprendente, en el que Jesús es casi su única ayuda. En 1893, sor María de los Ángeles la describe así en una carta: «Sor Teresa del Niño Jesús tiene 20 años... Grande y fuerte, con aire de niña, que oculta en ella una sabiduría, una perfección y una perspicacia de 50 años. De espíritu siempre sereno, y totalmente dueña de sí en todo y para con todos. Una verdadera santita, a la que se podría dar la comunión sin confesarla, y a la vez con una cabecita llena de picardía para sacarle chispa a todo. Mística, cómica, todo se le da..., es capaz de hacernos llorar de devoción o desternillarnos de risa en los recreos».
La lectura orante de textos bíblicos despierta en ella varias intuiciones profundamente evangélicas, que desembocan en el descubrimiento de su camino de infancia espiritual, en 1895. Este mismo año se ofrece al Amor misericordioso, lo que representa una auténtica revolución con respecto a la espiritualidad de su época, en la que las almas más selectas se ofrecían como víctimas a la justicia de Dios. «Desde aquel día feliz, me parece que el amor me penetra y me cerca, me parece que ese amor misericordioso me renueva a cada instante, purifica mi alma».
Los últimos 18 meses de su vida se caracterizan por terribles sufrimientos físicos y espirituales, hasta que muere de tuberculosis el 30 de septiembre de 1897.
Muchos conocen la anécdota sucedida en el monasterio Lisieux en el verano de ese mismo año: Teresa estaba gravísima, contaba solo 24 años y había llevado una vida sencilla y escondida. Una hermana dijo en público que la priora de la comunidad tendría muy difícil escribir la carta necrológica que se acostumbraba mandar a los conventos, amigos y familiares al fallecer una religiosa. Se lo comentaron a sor Teresa y se lo tomó a broma. Estaba segura de que no tenían que decir nada de ella ni de sus obras, sino de la misericordia que Dios le había manifestado.
A su muerte, la priora encargó a una hermana carnal de Teresita que redactara la carta acostumbrada. Tardó varios meses en prepararla, utilizando los «escritos autobiográficos» de la difunta, recogidos en tres cuadernillos de escolar. La carta circular se convirtió en un libro y la comunidad lo ofreció a las editoriales católicas del momento para su publicación. Todas se negaron; y solo pudo ver la luz porque un tío suyo pagó los gastos.
Muchos conocen la anécdota sucedida en el monasterio Lisieux en el verano de ese mismo año: Teresa estaba gravísima, contaba solo 24 años y había llevado una vida sencilla y escondida. Una hermana dijo en público que la priora de la comunidad tendría muy difícil escribir la carta necrológica que se acostumbraba mandar a los conventos, amigos y familiares al fallecer una religiosa. Se lo comentaron a sor Teresa y se lo tomó a broma. Estaba segura de que no tenían que decir nada de ella ni de sus obras, sino de la misericordia que Dios le había manifestado.
A su muerte, la priora encargó a una hermana carnal de Teresita que redactara la carta acostumbrada. Tardó varios meses en prepararla, utilizando los «escritos autobiográficos» de la difunta, recogidos en tres cuadernillos de escolar. La carta circular se convirtió en un libro y la comunidad lo ofreció a las editoriales católicas del momento para su publicación. Todas se negaron; y solo pudo ver la luz porque un tío suyo pagó los gastos.
El 30 de Septiembre de 1898 se publicó la primera edición de la «Historia de un alma», con una tirada de 2.000 ejemplares, que se vendieron a 4 francos. En pocos meses hubo que preparar una nueva edición de 4.000 copias, que también se agotó rápidamente.
Solo un año después, en 1899, su tía comentaba con las hermanas y la prima de la difunta que la familia tendría que abandonar Lisieux por causa de Teresita, ya que la avalancha de peregrinos que cada día se acercaba a su casa pidiendo información sobre su sobrina no les permitía un momento de tranquilidad: no les dejaban ni comer ni dormir. Todos querían saber algo más de aquella joven monja muerta en olor de santidad. Incluso hubo que poner unos guardias que custodiaran su tumba en el cementerio, porque cientos de peregrinos arrancaban las flores y se llevaban la tierra en su deseo de poseer una reliquia.
Rápidamente comenzaron las traducciones de sus escritos: en 1901 al inglés, en 1902 al polaco, en 1904 al italiano y al holandés, en 1905 al alemán, portugués, español, japonés, ruso... y «un huracán de gloria la envolvió» (Pío XI). Hoy se pueden leer en más de 60 idiomas. Con las traducciones se multiplicaron por todo el mundo los testimonios de conversiones, curaciones milagrosas, apariciones de la pequeña Teresa...
Cuando en 1903 sugirieron a las carmelitas de Lisieux la posibilidad de canonizarla, rechazaron la oferta, alegando: «Si así fuera, habría que canonizar a todas las carmelitas», pero Pío X impulsó el proceso en 1907 (a los 10 años de su muerte). En una audiencia pública, como respuesta a un obispo misionero, que le regaló un cuadro de Teresa, exclamó: «He aquí la santa más grande de los tiempos modernos». A quien le hizo notar que en su vida no había nada de extraordinario, el mismo papa le respondió: «Esta extrema sencillez es precisamente lo que hay de más extraordinario y notable en esta alma. Abrid vuestra teología».
Para el proceso de beatificación se necesita presentar un milagro que Dios haya realizado por intercesión de la persona que se quiere beatificar. En el caso de Teresita se presentó un dossier con algo más de 5000. Se la eximió de la necesaria espera de 50 años, que exigía la normativa eclesiástica del momento y Pío XI, que la llama «la estrella de mi pontificado», la beatifica en 1923, la canoniza en 1925 y la declara patrona de las misiones en 1927.
Solo un año después, en 1899, su tía comentaba con las hermanas y la prima de la difunta que la familia tendría que abandonar Lisieux por causa de Teresita, ya que la avalancha de peregrinos que cada día se acercaba a su casa pidiendo información sobre su sobrina no les permitía un momento de tranquilidad: no les dejaban ni comer ni dormir. Todos querían saber algo más de aquella joven monja muerta en olor de santidad. Incluso hubo que poner unos guardias que custodiaran su tumba en el cementerio, porque cientos de peregrinos arrancaban las flores y se llevaban la tierra en su deseo de poseer una reliquia.
Rápidamente comenzaron las traducciones de sus escritos: en 1901 al inglés, en 1902 al polaco, en 1904 al italiano y al holandés, en 1905 al alemán, portugués, español, japonés, ruso... y «un huracán de gloria la envolvió» (Pío XI). Hoy se pueden leer en más de 60 idiomas. Con las traducciones se multiplicaron por todo el mundo los testimonios de conversiones, curaciones milagrosas, apariciones de la pequeña Teresa...
Cuando en 1903 sugirieron a las carmelitas de Lisieux la posibilidad de canonizarla, rechazaron la oferta, alegando: «Si así fuera, habría que canonizar a todas las carmelitas», pero Pío X impulsó el proceso en 1907 (a los 10 años de su muerte). En una audiencia pública, como respuesta a un obispo misionero, que le regaló un cuadro de Teresa, exclamó: «He aquí la santa más grande de los tiempos modernos». A quien le hizo notar que en su vida no había nada de extraordinario, el mismo papa le respondió: «Esta extrema sencillez es precisamente lo que hay de más extraordinario y notable en esta alma. Abrid vuestra teología».
Para el proceso de beatificación se necesita presentar un milagro que Dios haya realizado por intercesión de la persona que se quiere beatificar. En el caso de Teresita se presentó un dossier con algo más de 5000. Se la eximió de la necesaria espera de 50 años, que exigía la normativa eclesiástica del momento y Pío XI, que la llama «la estrella de mi pontificado», la beatifica en 1923, la canoniza en 1925 y la declara patrona de las misiones en 1927.
Para entonces se habían recibido en Lisieux varios millones de cartas (solo en el año de su canonización una media de 1000 diarias) que pedían reliquias, enviaban donativos, atestiguaban favores recibidos y desde allí se habían repartido más de 2,000.000 de copias de sus escritos y más de 40,000.000 de estampas con su retrato.
La ceremonia de canonización rompió todos los moldes. En el decreto de canonización se dice que, «consultando el archivo de la sagrada congregación de ritos, no se halla otra causa que se haya desarrollado con tan rápido y próspero éxito».
La ceremonia de canonización rompió todos los moldes. En el decreto de canonización se dice que, «consultando el archivo de la sagrada congregación de ritos, no se halla otra causa que se haya desarrollado con tan rápido y próspero éxito».
A la ceremonia asistieron 35 de los 72 Cardenales con que contaba la Iglesia, además de 50.000 fieles (los únicos que pudieron obtener entrada en el templo, de los varios cientos de miles que lo solicitaron). Por primera vez en la historia se colocaron micrófonos en la basílica vaticana, para que todos pudieran seguir las palabras del papa.
Durante la tarde, más de 500.000 peregrinos se acercaron a la basílica para honrar a la nueva santa. La cúpula de San Pedro se adornó toda la noche con innumerables luminarias (lo que no sucedía desde la caída de los estados pontificios, en 1870, ni se ha vuelto a repetir después), numerosas celebraciones se desarrollaron por todo el mundo.
Por influjo de Teresita se implantaron cientos de monasterios contemplativos en los territorios de misión. Sin ser fundadora, Teresa de Lisieux cuenta hoy con más de 50 congregaciones religiosas masculinas y femeninas, institutos seculares o sociedades de vida apostólica, que la consideran como patrona e inspiradora.
Por influjo de Teresita se implantaron cientos de monasterios contemplativos en los territorios de misión. Sin ser fundadora, Teresa de Lisieux cuenta hoy con más de 50 congregaciones religiosas masculinas y femeninas, institutos seculares o sociedades de vida apostólica, que la consideran como patrona e inspiradora.
Su imagen está presente en muchas iglesias y capillas cristianas. Unos 2.000 templos de todo el mundo están consagrados a su nombre. Entre ellas, cinco catedrales y cinco basílicas. Más de 70 seminarios y numerosas escuelas, obras sociales y agrupaciones de fieles la tienen por titular. Es copatrona de Rusia y titular del «Russicum» (colegio de preparación en Roma para los sacerdotes de Iglesias orientales). En el Cairo tiene un santuario impresionante, meta de continuas peregrinaciones de católicos, coptos y musulmanes. Es curioso lo que Dios ha hecho con esta pequeña sierva suya.
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