sábado, 26 de septiembre de 2020
Santa Teresita, enamorada de Jesús
Santa Teresa de Lisieux no habla de Dios en abstracto. Ella no está enamorada de un Dios sin nombre ni figura, sino de Jesús de Nazaret, de su evangelio, de los misterios de su vida mortal, de su presencia gloriosa en los sacramentos de la Iglesia y en el corazón de los creyentes.
Es significativo que, en sus obras, la palabra «Dios» aparezca unas 800 veces, mientras que el nombre «Jesús» sale más de 1600. Y, muchas veces, cuando habla de Dios se refiere a Jesús, como cuando le llama «Dios en pañales», «Dios que se ha hecho pequeño», «Dios mío, Jesús mío», etc. Una poema suyo de diez estrofas se titula «Quien tiene a Jesús lo tiene todo». Veamos algunas:
1. «Despreciando los gozos de este mundo,
de Jesús he quedado prisionera.
Todo placer lo considero fugaz,
¡Tú eres, Señor, el bien que me contenta!
3. Tu amor solo es, Jesús, el que me atrae.
Mi rebaño abandono en la llanura,
en guardarlo ya no pongo cuidado
solo un nuevo Cordero a mi alma gusta.
4. Jesús, tú eres mi Cordero amado.
¡Tan solo tú me bastas, bien supremo!
¡Todo lo tengo en ti: la tierra, el cielo!
¡Eres mi flor selecta, oh rey eterno!
5. Tengo en ti el esplendor del universo:
el arcoíris, la nieve inmaculada,
las islas lejanas, las maduras mieses,
la primavera, el campo en las mañanas…» (Poesía 18bis).
Este poema es el resumen de otro mucho más largo (de cincuenta y cinco estrofas), una especie de Cántico de las criaturas, en el que afirma que, habiendo renunciado a todo por amor a Jesús, en él ha encontrado mucho más de lo que podía soñar:
36. «Jesús, tú eres mi Cordero amado
y solo tú me bastas, bien supremo;
todo lo tengo en ti: la tierra, el cielo.
¡Eres mi flor selecta, oh rey eterno!
37. Jesús, bello lirio de los valles,
ramillete de mirra, flor fragante,
tu aroma virginal me ha cautivado,
quiero en mi corazón guardarte, amarte.
38. Junto a mí va tu amor, siempre conmigo,
en ti tengo los bosques y campiñas,
los ríos, las montañas, la pradera,
lluvia y nieve que el cielo nos envía.
39. Tengo en ti, mi Jesús, todas las cosas:
Miosotis, botón de oro, bellas rosas,
los trigales, las flores entreabiertas,
el frescor de los lirios y su aroma.
40. En ti tengo la lira melodiosa,
del campo solitario la armonía,
ríos, rocas, fresquísimas cascadas,
gacelas, corzo corredor, ardillas.
50. Tú que los mundos tienes en tu mano,
tú que plantas las selvas imposibles,
y de un golpe de vista las fecundas,
con mirada de amor siempre me sigues.
51. Mío es tu Corazón y tu Faz santa
y esa mirada tuya que me ha herido;
de tu sagrada boca el beso tengo.
Te amo, Jesús, y nada más ya pido» (Poesía 18).
Durante su enfermedad, cuando vivía la noche de la fe, escribió con un punzón en el dintel de la puerta de su celda: «Jesús es mi único amor». Esta inscripción es el sentido de su vida y el resumen de todos sus escritos, en los que insiste en que Jesús la ama y ella ama a Jesús. Entre los dos se da «un verdadero intercambio de amor» (ms a 46v). Teresa confiesa que esa es la razón de su existencia y confía en que siga siéndolo por toda la eternidad: «En el cielo desearé lo mismo que en la tierra: amar a Jesús y hacerle amar» (Carta 220).
En Jesús y por Jesús, ama a la Santísima Trinidad, tal como ella misma confiesa:
«Tú bien sabes, Jesús, que yo te amo
y el amor de tu Espíritu me inflama.
Sé que, amándote a ti, atraigo al Padre
y le guarda mi pobre corazón.
¡Oh, Trinidad, los Tres sois prisioneros de mi amor!» (Poesía 17).
Igualmente, en Jesús y por Jesús ama a todos los hombres, especialmente a los pecadores, tal como ella confiesa también:
«Un domingo, mirando una estampa de nuestro Señor en la cruz, me quedé impresionada por la sangre que caía de sus divinas manos. Sentí un gran dolor al pensar que aquella sangre caía al suelo sin que nadie se apresurase a recogerla, y tomé la resolución de estar siempre con el espíritu al pie de la cruz para recibir el rocío divino que goteaba de ella, comprendiendo que luego tendría que derramarlo sobre las almas. También resonaba continuamente en mi corazón el grito de Jesús en la cruz: “¡Tengo sed!”. Estas palabras encendían en mí un ardor desconocido y muy vivo. Quería dar de beber a mi Amado, y yo misma me sentía devorada por la sed de almas. No eran todavía las almas de los sacerdotes las que me atraían, sino las de los grandes pecadores; ardía en deseos de arrancarles del fuego eterno» (ms a 45v).
Para Teresa, la principal característica de Dios se nos ha manifestado en Jesús y es su amor, su ternura, su misericordia, su compasión. Con san Juan puede afirmar que «Dios es amor» (1Jn 4,8), un amor que se ha revelado en la historia de Jesús, quien voluntariamente «se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo» (Fil 2,7), tal como Teresa recuerda muchas veces, como en este poema:
«El Dios cuya omnipotencia
calma las olas que rugen,
bajo los rasgos de niño
débil se hace y por ti sufre» (Poesía 13).
Efectivamente, «lo propio del amor es abajarse» (ms a 3v. Esta idea se repite 24 veces en sus escritos). Y Dios se ha hecho pequeño especialmente en la encarnación y en la pasión de Jesús. Teresita estaba enamorada de este misterio; de ahí que tomara el nombre religioso de «Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz».
En Jesús de Nazaret, Dios se ha hecho pequeño y pobre por amor a los pequeños y a los pobres. Esta certeza permite a Teresa reconciliarse con su pequeñez y con su pobreza. Ella no tiene que hacerse grande o que «ascender» para llegar a Dios. Es él quien se ha hecho pequeño y «ha descendido» hasta su miseria. Por eso, exclama: «Yo no puedo tener miedo a un Dios que se ha hecho tan pequeño por mí. ¡Yo lo amo! ¡Pues él es solo amor y misericordia!» (Carta 266). De aquí brota toda su teología, tal como veremos en los siguientes puntos.
Texto tomado de mi libro Santa Teresa de Lisieux. Vida y mensaje, editorial Monte Carmelo, Burgos 2017 (páginas 61-65). Pueden ver la ficha de la editorial en este enlace.
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