El grupo mexicano Jesed canta estos pensamientos de santa Teresita del Niño Jesús, que consiguió realizar todas las vocaciones siendo el amor en el corazón de la Iglesia. Primero copio el texto del cato y después resumo un capítulo de mi libro sobre santa Teresita, en el que hablo de su comprensión de la vocación específica de las contemplativas.
Yo quiero ser la devoción del sacerdote al consagrar,
al ofrecer tu cuerpo y sangre en oblación,
al celebrar el santo sacramento del altar,
¡yo quiero ser la devoción!
Yo quiero ser el fuego que enardece el corazón
de cada misionero que se lanza a proclamar
la luz del evangelio, hasta el último confín,
¡yo quiero ser el fuego!
Yo quiero ser el celo del profeta y del apóstol,
para guardar fielmente el tesoro de la fe,
para enseñar, iluminar y defender,
¡yo quiero ser el fuego!
Yo quiero ser el pulso que da vida al cuerpo místico,
y hace llegar la sangre de Jesús a cada miembro,
porque en el corazón de mi madre, la Iglesia,
¡yo quiero ser el amor!
Quiero ser el amor;
así, puedo serlo todo: profeta, misionero,
apóstol y guerrero; mártir y sacerdote.
Tú me has dado el llamado de poder serlo todo.
¡Oh, mi Jesús, amado: yo quiero ser el amor!
Porque en el corazón de mi madre, la Iglesia,
yo quiero ser el amor.
*****
En septiembre de 1896, consciente de que moriría pronto, Teresa comienza su retiro anual. Su hermana María del Sagrado Corazón le pide entonces que escriba un resumen de su doctrina, y Teresa lo hace en forma de oración apasionada a Jesús: es el «Manuscrito b».
En él confiesa que los grandes dones que ha recibido (ser esposa de Cristo, carmelita y madre de almas) no sacian sus deseos infinitos. Siente en sí todas las vocaciones: apóstol, sacerdote, guerrero, doctor, mártir… Querría anunciar el evangelio por todo el mundo y en todos los tiempos, sufrir todos los martirios, realizar las obras más heroicas. Su anhelo es tan desmesurado que se pregunta cómo puede albergarlo un alma tan pequeña e impotente.
La respuesta le llega al leer a san Pablo, que enseña que en la Iglesia todos los carismas son necesarios, pero que el amor los une a todos y es el camino más excelente (cf. 1Cor 12-13). Un relámpago interior ilumina su vocación: comprende que la Iglesia tiene un corazón ardiente de amor, sin el cual los apóstoles no predicarían ni los mártires darían su vida. El amor es lo que anima y da sentido a todos los ministerios. Y exclama, radiante: «¡Mi vocación es el amor! En el corazón de la Iglesia, mi madre, yo seré el amor. Así lo seré todo».
Este descubrimiento no la saca de su vida oculta, sino que la enraíza más profundamente en ella. Su fuerza será abandonarse sin reservas al amor divino, convencida de que, incluso en su pequeñez, está colaborando con Dios en la salvación del mundo. No puede realizar obras extraordinarias, pero puede «arrojar flores»: ofrecer con amor todas las pequeñas oportunidades cotidianas (un gesto, una sonrisa, un acto de servicio).
Teresa comprende que el corazón de Cristo arde de amor y busca almas dispuestas a acoger sus oleadas de ternura. Ella quiere ser una de ellas: dejarse amar y responder con el mismo amor recibido, derramándolo a su vez sobre los demás como una lluvia de flores. Así, su vida escondida adquiere un alcance universal: en el corazón de la Iglesia, siendo amor, Teresa participa de todas las vocaciones y colma todos sus deseos infinitos.
Resumen del capítulo 17 de mi libro: Eduardo Sanz de Miguel, Santa Teresa de Lisieux, vida y mensaje. Editorial Monte Carmelo, Burgos 2017. ISBN 978-84-8353-839-5 (páginas 107-109).
No hay comentarios:
Publicar un comentario