Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

domingo, 19 de octubre de 2025

Lectura espiritual del poema "Nada te Turbe" de santa Teresa de Jesús


Hay palabras que atraviesan los siglos como un susurro que no se apaga. El breve poema de santa Teresa de Jesús —«Nada te turbe, nada te espante… Solo Dios basta»— es una de ellas. Tan pequeño que cabía en el papel que ella usaba como señalador de su breviario, tan inmenso que encierra en sus versos todo su pensamiento. 

No es solo una enseñanza que Teresa nos dirige; es, ante todo, un diálogo interior, una oración nacida en lo hondo de su alma. La Santa lo escribió en medio de noches oscuras, cuando hasta sus confesores dudaban de sus experiencias místicas y le decían que podían venir del demonio. 

En ese tiempo de turbación, una voz interior (la misma que habló a Moisés en la zarza y a los discípulos en la tormenta) le susurró: «No tengas miedo, hija, que Yo soy y no te desampararé» (V 25,18). Bastaron esas palabras para que su alma se llenara de paz, de fortaleza y de luz. «¡Oh, qué buen Dios!», exclama Teresa, que descubre en él no solo el consejo, sino el remedio.

Desde entonces, cada vez que las contradicciones la asaltaban, se repetía aquellas palabras y encontraba en ellas su roca firme: «Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?» (Rom 8,31). Dios es el «amigo verdadero» que nunca falta, aunque todo lo demás se derrumbe: «Todas las cosas faltan; Vos, Señor de todas ellas, nunca faltáis» (V 25,17).

El poema es el eco de ese diálogo interior. Puede leerse como un salmo sapiencial, una enseñanza serena que atraviesa la vida con su verdad. Pero, más profundamente, es un salmo íntimo: Teresa se habla a sí misma, se llama por su nombre, se exhorta: «Teresa, que nada te turbe…». Ella no suele tutear a los demás; solo a su propia alma, como los salmistas: «Alaba, alma mía, al Señor». Desde las moradas más hondas del castillo interior, su yo profundo se dirige a sí misma con palabras nacidas de la experiencia de Dios.

Cada verso resuena con ecos bíblicos:
- «Nada te turbe» recuerda el consuelo de Jesús: «No se turbe vuestro corazón» (Jn 14,1). 
- «Nada te espante» evoca el asombro ante sus maravillas (cf. Jn 6,63). 
- «Todo se pasa» repite la verdad de san Pablo: «Pasa este mundo» (1 Cor 7,31). 
- «Dios no se muda» proclama la fidelidad eterna del Señor (Sal 116,2). 
- «La paciencia todo lo alcanza» retoma la promesa de Jesús: «Con vuestra paciencia poseeréis vuestra vida» (Lc 21,19). 
- «Solo Dios basta», condensa el núcleo de la espiritualidad teresiana: Dios es el todo, y todo lo demás es nada.

Tres veces «nada», dos veces «todo» y, al final, «solo Dios». Esta arquitectura verbal no es solo poesía: es contemplación hecha palabra. Es la sabiduría de quien ha aprendido que todo pasa y que solo Dios permanece. Por eso, el poema es bálsamo y fuego, consuelo y llamada.

Hoy, cuando tantas cosas turban y espantan nuestro corazón, Teresa nos enseña a escuchar también nosotros esa voz que un día la serenó: «No temas, que Yo soy». Y a repetir con ella, en medio de cualquier tempestad, la certeza que lo cambia todo: nada me turba, nada me espanta, todo se pasa, Dios no se muda… Quien a Dios tiene, nada le falta. Solo Dios basta.

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