Como ya he tenido ocasión de comentarles, en el seminario titulado «Mística Camerata: El árbol del manzano», celebrado del 22 al 24 de noviembre en Caravaca de la Cruz, yo tuve la conferencia inaugural, titulada: «“El árbol del manzano”. San Juan de la Cruz explica la redención humana». Estos son los puntos que traté:
1. La teología poética de san Juan de la Cruz
2. El árbol del manzano en la mitología, el folklore y la Biblia
3. El manzano de fray Juan
4. La entrada en «el ameno huerto deseado»
5. La historia de la salvación es «mi» historia
6. La madre «violada» bajo el manzano
7. La redención de la esposa
8. Conclusión
En otras entradas, ya he compartido con ustedes el primer punto («La teología poética de san Juan de la Cruz») y el segundo («El árbol del manzano en la mitología, el folklore y la Biblia»). Hoy les comparto el tercero: «El manzano de fray Juan».
San Juan de la Cruz conocía el mito del juicio de Paris y de la manzana que Eris, la diosa de la discordia, ofreció para la diosa más hermosa del Olimpo, lo que terminó desencadenando la famosa guerra de Troya.
También conocía el mito del Jardín de las Hespérides, en el que estas custodiaban el manzano que producía frutas de oro. De ellas habla en el extraño verso «las ninfas de judea», que siempre ha llamado la atención de los comentaristas, ya que san Juan une las sensuales ninfas de los mitos griegos con las hijas de Jerusalén, a las que conjura la amada en el Cantar de los cantares bíblico en distintas ocasiones.
La fusión de ambas realidades en este verso indica que san Juan de la Cruz da mucha importancia tanto a la tradición bíblica como al humanismo renacentista, y une armónicamente ambas realidades a la luz de la fe y en su servicio. Un autor llega a indicar que este verso es una clave para comprender el pensamiento del santo: «Esta imagen […] se convierte en la clave de todo el Cántico, y mediante la cual se pueden descifrar las estrofas del mismo. Resumiendo, se puede decir ahora que la línea ¡Oh ninfas de Judea! expresa de una forma antitética-sintética y en toda su plenitud simbólica la tensión heleno-hebraica del Cántico».
Otro autor añade que, aquí, «el poeta y el místico arropa a un tiempo la tradición bíblica y renacentista, y las matrimonia ambas en nupcias poéticas de una temeridad extraordinaria: el abrazo lírico y teológico entre la tradición pagana bucólica grecolatina y el aroma sensual y exótico del epitalamio hebreo».
Por último, en una tesis doctoral dedicada por completo a este verso, podemos leer: «¡Oh ninfas de Judea! En este enunciado transformador e intolerable para la retórica de la época, se puede percibir cómo las tradiciones grecolatina y judeocristiana se encuentran en un impresionante abrazo que revela la aguda capacidad intuitiva del poeta carmelita para fundir en un solo verso los pilares del acervo cultural de Occidente».
Lo que sirve para las «ninfas de Judea» es válido también para los árboles y sus frutos: «El árbol es una imagen que aparece con relativa frecuencia dentro de los escritos del Doctor Místico. Sus significados son variados y su aparición se reviste de diferentes formas siempre con grandes valores plásticos y simbólicos. Se trata de una imagen heredada de una doble tradición: la bíblica y la clásica».
Detengámonos ahora en el trasfondo bíblico del árbol de fray Juan. En distintas ocasiones, la Biblia compara al ser humano con un árbol y sus obras con las frutas del mismo, como podemos ver en estas citas:
«Dichoso el hombre […] que medita en la ley del Señor, […] será como un árbol plantado junto a la acequia». (Sal 1)
«Bendito el hombre que confía en el Señor y pone en el Señor su confianza. Será como un árbol plantado junto a la fuente, que ahonda sus raíces hacia la corriente; nada teme cuando llega el calor, su follaje se conserva verde; en año de sequía no se inquieta ni deja de dar fruto» (Jer 17,7-8).
«El justo florecerá como una palmera, se alzará como cedro del Líbano. Plantado en la casa del Señor, florecerá en el santuario de nuestro Dios. Aun en la vejez seguirá dando fruto y conservará su verdor y lozanía». (Sal 92 [91],13-15)
«[El sumo sacerdote Simón era] como cedro del Líbano, [...] como olivo cargado de frutos, como ciprés erguido hasta las nubes». (Eclo 50,8.10)
«Tu mujer, como parra fecunda, en medio de tu casa; tus hijos, como renuevos de olivo, alrededor de tu mesa: Esta es la bendición del hombre que teme al Señor». (Sal 128 [127],3-4)
«El fruto revela el cultivo del árbol, así la palabra revela el corazón de la persona». (Eclo 27,6)
Siguiendo esta tradición, consolidada en la Biblia y en la literatura cristiana posterior, san Juan de la Cruz se sirve de los árboles y de sus frutos para referirse al ser humano y a su comportamiento:
«El que solo se quiere estar, sin arrimo de maestro y guía, será como el árbol que está solo y sin dueño en el campo, que, por más fruta que tenga, los viadores se la cogerán y no llegará a sazón». (D 5)
«El árbol cultivado y guardado con el beneficio de su dueño, da la fruta en el tiempo que de él se espera». (D 6)
«El espíritu tiene aquí tanta fuerza, que tiene tan sujeta a la carne y la tiene tan en poco como el árbol a una de sus hojas». (2N 19,4)
«[Los apetitos] son como vírgulos y renuevos que nacen en derredor del árbol y le llevan la virtud para que él no lleve tanto fruto». (1S 10,2)
«Mira que la flor más delicada más presto se marchita y pierde su olor; por tanto, guárdate de querer caminar por espíritu de sabor, porque no serás constante; mas escoge para ti un espíritu robusto, no asido a nada, y hallarás dulzura y paz en abundancia; porque la sabrosa y durable fruta en tierra fría y seca se coge». (D 41)
«Cuando el predicador es de mejor vida mayor es el fruto que se hace». (3S 45,4)
En el punto anterior ya hemos visto el trasfondo bíblico del manzano y la manzana, que siempre aparecen como árbol y fruto con resonancias positivas. Por eso es natural que, entre los buenos frutos que Dios concede realizar a quien avanza por el camino de la perfección, destaquen las manzanas:
«Aquí […] puede la esposa decir al divino Esposo aquellas palabras que de puro amor le dice en los Cantares: “Todas las manzanas viejas y nuevas guardé para ti” (7,13), que es como si dijera: “Amado mío, todo lo áspero y trabajoso quiero por ti y todo lo suave y sabroso quiero para ti”». (C 28,10)
«Cuando la esposa estaba flaca y enferma de amor en los Cantares, […] deseando ella fortalecerse con la dicha unión y junta de ellas, la pedía con estas palabras, diciendo: “Fortalecedme con flores y apretadme con manzanas, porque estoy desfallecida de amor”. Entendiendo por las flores las virtudes, y por las manzanas los demás dones». (C 30,11)
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