En el seminario titulado «Mística Camerata: El árbol del manzano», celebrado del 22 al 24 de noviembre en Caravaca de la Cruz intervinieron una veintena de ponentes, hablando sobre bosques en la cuenca del Segura, los árboles en la literatura, las bellas artes y la música, etc. Yo tuve la conferencia inaugural, titulada: «“El árbol del manzano”. San Juan de la Cruz explica la redención humana». Estos son los puntos que traté:
1. La teología poética de san Juan de la Cruz
2. El árbol del manzano en la mitología, el folklore y la Biblia
3. El manzano de fray Juan
4. La entrada en «el ameno huerto deseado»
5. La historia de la salvación es «mi» historia
6. La madre «violada» bajo el manzano
7. La redención de la esposa
8. Conclusión
La semana pasada ya les compartí el primer punto («La teología poética de san Juan de la Cruz»). Hoy les comparto el segundo, que sirvió de introducción a los distintos argumentos que después se trataron: «El árbol del manzano en la mitología, el folklore y la Biblia».
San Juan de la Cruz era consciente de las limitaciones de nuestro lenguaje para hablar de Dios y de todo lo relacionado con él, por lo que invita a «echar de ver cuán bajos y cortos y en alguna manera impropios son todos los términos y vocablos con que en esta vida se trata de las cosas divinas» (2N 17,6). Según él, este es el motivo por el que Dios mismo se sirve de imágenes y símbolos para hablarnos: «En los divinos cantares de Salomón y en otros libros de la divina Escritura, no pudiéndose dar a entender la abundancia de su sentido por términos vulgares y usados, habla el Espíritu Santo misterios en extrañas figuras y semejanzas» (C prólogo,2).
Pero los símbolos cambian en cada cultura y en cada época, por lo que hemos de aprender a interpretarlos correctamente, si queremos comunicarnos con los demás y entender lo que los otros quieren transmitirnos, especialmente cuando hablamos de textos escritos hace cientos de años.
Recordemos que los árboles en general y los manzanos en particular están presentes en numerosos mitos y relatos de lugares tan diversos como Mesopotamia, Egipto, China, India, Escandinavia, Irlanda o Grecia, hasta el punto que se puede afirmar que «el árbol es un símbolo totémico presente en todo tipo de tradiciones».
En el artículo que acabamos de citar, Marisa Sestito recuerda los árboles sagrados de distintas civilizaciones antiguas, como el fresno de los antiguos pueblos germánicos, la encina de los druidas celtas, el tilo de los eslavos, el sicómoro sagrado de Egipto, el melocotonero en China o la higuera, bajo la que Buda alcanzó la iluminación. Especial significado simbólico tienen en la Biblia los cedros del Líbano, entre otros.
Pero dejemos de lado el inabarcable mundo de los árboles, con sus raíces que se hunden bajo tierra, su tronco presente donde habitan los hombres y sus ramas que se elevan hacia el cielo, por lo que en muchas culturas son símbolo de unión entre el lugar de los muertos (el inframundo), el de los vivos (la tierra) y el de los dioses (el cielo), y centrémonos en el árbol que aquí nos interesa: el manzano.
Olimpia Gaia Martinelli recoge en pocas líneas las distintas historias y sensaciones que puede evocar la manzana para cualquier persona de cultura media:
«Cuando decimos manzana, pensamos tanto en el sabor de su tierna y dulce carne como en la historia de personajes icónicos que la han probado, como los de los cuentos de hadas, los mitos, las leyendas y la Biblia. Considere la fruta que aparece en Blancanieves, la manzana de la discordia otorgada por Paris a Afrodita, la manzana del Jardín de las Hespérides y la muy conocida manzana del Jardín del Edén recogida por Eva. Además de los significados que toma el fruto en estos contextos, podemos agregar el del mundo psicoanalítico, donde se piensa que la manzana evoca la forma del pecho femenino, fuente de alimento, así como indiscutible objeto de seducción. Una vez más, la manzana se encuentra en equilibrio entre los significados simbólicos de prosperidad y fertilidad y aquellos inexorablemente ligados a los conceptos de pecado, tentación y peligro. Dejando de lado por un momento todos los ejemplos anteriores, la manzana más popular hoy en día es quizás la de Apple, interpretada por muchos como un logotipo diseñado para aludir a la historia de Alan Turing, quien acabó con su vida comiendo, efectivamente, una manzana envenenada».
Entre los mitos grecorromanos, además de los ya citados (la manzana de la discordia del juicio Paris y el manzano del Jardín de las Hespérides), habría que añadir otros:
«En el mito de Atalanta e Hipómenes, Atalanta, muchacha bellísima y rapidísima, siendo solicitada por numerosos héroes, hizo un pacto con sus pretendientes: solo se casaría con quien fuera capaz de vencerla en una carrera. Hipómenes, aconsejado por Venus, llevó consigo tres manzanas doradas, que dejó caer una tras otra durante la competición. La joven, atraída por las manzanas, se paró para recogerlas, de modo que Hipómenes ganó la carrera y pudo casarse con ella. En el mito de Tántano, las manzanas, […] que se alejaban cuando intentaba agarrarlas, fueron consideradas por el mitógrafo Fulgencio “frutas del Mar Muerto”. Tertuliano añadió que, apenas se las tocaba con el dedo, se convertían en ceniza».
Federica Di Mascio profundiza en el argumento, recordando también el ciclo del rey Arturo y otros textos de las islas británicas y del norte de Europa, llegando a afirmar:
«Ninguna fruta ha tenido más espacio en los mitos y en el folklore que la manzana, […] el fruto sagrado de la Diosa Madre. […] La diosa nórdica Idun entregaba manzanas a las otras divinidades, para que pudieran conservar la inmortalidad, igualmente eran manzanas el alimento sagrado de los Tuatha De Danann, los dioses de la antigua Irlanda. La manzana era sagrada en Ávalon, cuyo nombre significa precisamente “Isla de las manzanas”, y era también la fruta que crecía en el Jardín de la Reina de las Hadas».
Podemos añadir las manzanas de Guillermo Tell y de Newton, la manzana que aparece en todos los discos de los Beatles (que llamaron precisamente Apple corps a la discográfica que fundaron), las que usan en los ritos vudú para preparar filtros amorosos o la denominación de Nueva York como «la Gran Manzana». Pablo Neruda tiene una Oda a la manzana, que comienza así: «A ti, manzana, / quiero celebrarte / llenándome / con tu nombre / la boca…» También podemos recordar el conocido refrán inglés: «An apple a day keeps the doctor away» (Comer una manzana al día mantiene alejado al médico). Terminemos este repaso a los manzanos y las manzanas con una referencia al iniciador de la Reforma protestante:
«Se dice que a Martín Lutero se le preguntaba qué haría si supiera que mañana acabase el mundo. El reformador respondió con las palabras famosas: “Entonces plantaría hoy un manzano”. Esta confianza en el poder divino es el mejor antídoto contra el fatalismo y los miedos inspirados por el enemigo. Es la fe en el poder divino y en su gracia lo que nos hace florecer y crecer como el manzano de Lutero. Y si los tiempos cambian, es nuestra oportunidad para darles el rumbo adecuado».
En la tradición bíblica, las manzanas tienen un sentido positivo, por su sabor refrescante, su olor y su aspecto, hasta el punto de usarse como símbolo de la sabiduría: «Manzana de oro con adorno de plata es la palabra bien dicha» (Prov 25,11). Esta sentencia supone que la manzana es un fruto sabroso y bello, lo mismo que esta comparación del Cantar de los cantares: «Como manzano entre árboles silvestres, es mi amado entre los mozos: desearía yacer a su sombra, pues su fruto me es dulce al paladar» (Cant 2,3). Al igual que la esposa, el esposo utiliza la misma imagen para cantar las excelencias de su amada: «Son tus pechos racimos de uvas; tu aliento, aroma de manzanas» (Cant 7,9).
Por eso, la esposa del Cantar suplica: «Reanimadme con manzanas, que estoy enferma de amor» (Cant 2,5). Este texto quizás haga referencia a los ungüentos que se hacían con distintas sustancias, a las que se añadía pulpa de manzana, para darles buen olor. De hecho, la palabra española «pomada» (como la francesa «pommade» y la italiana «pomata») deriva del uso de la «poma», que es como en latín se nombraban los frutos carnosos, especialmente la manzana.
En un contexto de desolación se afirma que desaparece la alegría cuando se estropean los árboles frutales, entre los que se cita explícitamente al manzano: «La viña se ha secado, la higuera se ha agostado; el granado, la palmera y el manzano, todos los árboles del campo se han secado. Se acabó la alegría de la gente (Joel 1,12).
En todos estos casos, «la manzana aparece como fruto noble y perfumado que reanima, de manera que puede utilizarse en forma de comida y medicina, en un contexto poético de amor».
Aunque el texto bíblico no lo haga, no es extraño que la tradición identificara el fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal con la manzana, ya que la Biblia afirma que era un fruto «hermoso para la vista y delicioso para comer» (Gén 2,9; 3,6).
Algunas poblaciones de la Tierra Santa llevaban de forma simple o compuesta el nombre hebreo que traducimos por ‘manzano’, quizás porque allí había plantaciones: «Tapuaj» en la llanura (Jos 15,34), «Bet Tapuaj» cerca de Hebrón (Jos 15,53), «Tapuaj» en la frontera entre Efraín y Manasés (Jos 17,8).
Por último, hagamos referencia a un texto que san Juan de la Cruz usa al explicar la imagen que vamos a tratar: «Te desperté bajo el manzano, allí donde te concibió tu madre, donde tu progenitora te dio a luz» (Cant 8,5), aunque él –en este caso concreto– se sirve de la versión recogida en la Vulgata, que traduce: «Debajo del manzano te levanté; allí fue tu madre estragada, y allí la que te engendró fue violada» (C 23,5).
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