Gracias, Señor, por el precioso don de la vida y por el más precioso don de la fe, que me permite saber que tú tienes un proyecto de amor para mí. Gracias, también, por haberme llamado a servirte en el Carmelo.
Gracias por todas las personas buenas que has puesto en mi camino, por todo el afecto que recibo de ellas y por la fortaleza que me das, para que pueda superar las dificultades que se presentan en la vida.
Dejé todos mis proyectos en tus manos hace muchos años y solo deseo ir adonde tú me llames, hacer lo que tú me pidas, vivir en tu amistad.
Soy consciente de mi fragilidad y sé que todas mis obras son poco menos que nada en tu presencia, pero tú no necesitas mis méritos para amarme. Te ofrezco mi pobreza y mis torpezas. Me pongo en tus manos, confiando en tu infinita misericordia.
No puedo dar las gracias personalmente a todos los que, por amor a ti, me manifiestan afecto y ayer me felicitaron y desearon cosas buenas. Dales tú el ciento por uno y la vida eterna. Amén.
Qué detalle, Señor, has tenido conmigo
cuando me llamaste, cuando me elegiste,
cuando me dijiste que tú eras mi amigo.
¡Qué detalle, Señor, has tenido conmigo!
Te acercaste a mi puerta y pronunciaste mi nombre.
Yo temblando te dije: "Aquí estoy, Señor".
Tú me hablaste de un reino, de un tesoro escondido,
de un mensaje fraterno que encendió mi ilusión.
Yo dejé casa y pueblo por seguir tu aventura,
codo a codo contigo comencé a caminar.
Han pasado los años y, aunque aprieta el cansancio,
paso a paso te sigo, sin mirar hacia atrás.
Qué alegría yo siento cuando digo tu nombre,
qué sosiego me inunda cuando oigo tu voz,
qué emoción me estremece cuando escucho, en silencio,
tu palabra, que aviva mi silencio interior.
Qué detalle, Señor, has tenido conmigo
cuando me llamaste, cuando me elegiste,
cuando me dijiste que tú eras mi amigo.
¡Qué detalle, Señor, has tenido conmigo!
Te acercaste a mi puerta y pronunciaste mi nombre.
Yo temblando te dije: "Aquí estoy, Señor".
Tú me hablaste de un reino, de un tesoro escondido,
de un mensaje fraterno que encendió mi ilusión.
Yo dejé casa y pueblo por seguir tu aventura,
codo a codo contigo comencé a caminar.
Han pasado los años y, aunque aprieta el cansancio,
paso a paso te sigo, sin mirar hacia atrás.
Qué alegría yo siento cuando digo tu nombre,
qué sosiego me inunda cuando oigo tu voz,
qué emoción me estremece cuando escucho, en silencio,
tu palabra, que aviva mi silencio interior.
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