Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

sábado, 3 de septiembre de 2022

Somos llamados a poner a Jesús en primer lugar


Estamos en septiembre y, en España, la mayoría de la gente termina sus vacaciones y vuelve al trabajo. También los niños regresan a la escuela y los jóvenes a la universidad. En las parroquias vuelven a comenzar las catequesis y las actividades normales.

El evangelio de la misa del domingo 23 del Tiempo Ordinario, ciclo "c", nos invita a vivir con decisión nuestro compromiso cristiano: los momentos de descanso son importantes, como lo son nuestros encuentros con las personas que amamos, los estudios, el trabajo, la vida familiar... Pero el evangelio nos recuerda que hay una cosa más importante que todas las demás, la única que es totalmente esencial y decisiva: nuestra relación personal con Cristo.

Jesús nos lo recuerda con un lenguaje propio de su tiempo y de su contexto social: «Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío».

Les recuerdo que en hebreo y en arameo no existen los comparativos («más que» o «menos que»), por lo que se usan dos términos opuestos para expresarlos. Así «Dios amó la ofrenda de Abel y odió la de Caín» (Gén 4,5) significa que Dios ‘prefirió’ la ofrenda de Abel a la de Caín, ‘amó’ la ofrenda de Abel más que la de Caín. 

Lo mismo sucede con algunos textos del Nuevo Testamento, escritos en griego pero que traducen expresiones hebreas o arameas. Así, «Quien sirve a dos señores odiará a uno y amará al otro» (Mt 6,24) significa que ‘amará a uno más que a otro’.

Hoy Jesús nos invita a tener una relación personal con él y a «posponer» todo lo demás (las cosas, los afectos, etcétera). No significa que esas cosas no sean importantes, sino que se deben vivir a la luz de nuestra fe, sabiendo que todo en nuestra vida puede fallar, menos Dios, que nos ama desde siempre y permanece fiel para siempre.

El evangelio añade que tenemos que estar dispuestos a «renunciar» a todos los bienes por amor a Jesús. Esto no significa que todos tengan que dejar la casa, el trabajo y la familia para hacerse frailes y monjas, sino que hay que poner a Dios en primer lugar, sabiendo que los bienes de la tierra son «medios» necesarios para nuestra vida, pero no «fines» en sí mismos.

Ya hemos dicho muchas veces que lo esencial del cristianismo, lo primero en nuestras vidas, no es lo que hacemos ni lo que tenemos, sino nuestra relación con Jesús. Él es el primero y principal. Todo lo demás viene después.

Los rabinos judíos podían exigir a sus discípulos una compensación económica o algunos servicios a cambio de sus enseñanzas. 

En el caso de Jesús no es así. Él exige mucho más, una adhesión total a su persona y a su causa: «Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío» (Lc 14,26).

Nuestra fe cristiana no es una cosa más, que conservamos junto a otras, no puede reducirse a ir a misa los domingos y poco más. Nuestra fe cristiana es el cimiento sobre el que se construye nuestra existencia, el fundamento de nuestra vida.

El Señor nos conceda poner en primer lugar nuestra amistad con él y hacer todas las cosas en su nombre y con su ayuda. Amén.

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