lunes, 24 de octubre de 2022
Miguel de Unamuno: Del sentimiento trágico de la vida
El pensador Miguel de Unamuno dedicó su obra más importante, "Del sentimiento trágico de la vida en los hombres y en los pueblos", a la sed de inmortalidad que arde en lo más profundo de nuestros corazones, y que es la característica que mejor define a la especie humana y la diferencia de las otras especies animales.
En esta obra, buscando el sentido de la existencia humana, Unamuno dialoga con el pensamiento científico, la moral religiosa, los filósofos (Platón, san Agustín, santo Tomás, Pascal, Spinoza, Hume, Kant, Hegel, Schopenhauer, Nietzsche, Kierkegaard, Bergson) y los poetas (Dante, Calderón, Goethe, Leopardi, Byron).
El autor analiza las relaciones entre la razón y el corazón, entre el saber y el sentir, entre el espíritu y la materia, entre Jesús de Nazaret y el Quijote. No le satisface la posibilidad de desaparecer en la nada, pero tampoco una inmortalidad impersonal (tan predicada hoy por la new age, que nos considera energía que se fundirá con el cosmos y cosas por el estilo). Desea, más aún, necesita, una inmortalidad que sea "resurrección de la carne", conservación de la propia identidad glorificada y purificada de todas las limitaciones actuales.
Unamuno desconfiaba del clericalismo, de la neoescolástica y de las estructuras cosificadas, pero reivindicaba un cristianismo sencillo, evangélico, místico, en el que san Francisco de Asís, santa Teresa de Jesús y san Juan de la Cruz son sus mejores exponentes.
Veamos algunos pensamientos tomados de esta obra:
Toda religión arranca históricamente del culto a los muertos, es decir, a la inmortalidad.
Mil veces y en mil tonos se ha dicho cómo es el culto a los muertos antepasados lo que caracteriza, por lo común, las religiones primitivas, y cabe en rigor decir que lo que más al hombre destaca de los demás animales es lo de que guarde, de una manera o de otra, sus muertos sin entregarlos al descuido de su madre la tierra todoparidora; es un animal guardamuertos.
Cuando no se hacían para los vivos más que chozas de tierra o cabañas de paja que la intemperie ha destruido, elevábanse túmulos para los muertos, y antes se empleó la piedra para las sepulturas que no para las habitaciones. Han vencido a los siglos por su fortaleza las casas de los muertos, no las de los vivos; no las moradas de paso, sino las de queda.
Este culto, no a la muerte, sino a la inmortalidad, inicia y conserva las religiones.
No quiero morirme, no, no quiero ni quiero quererlo; quiero vivir siempre, siempre, siempre, y vivir yo, este pobre yo que me soy y me siento ser ahora y aquí, y por esto me tortura el problema de la duración de mi alma, de la mía propia.
Pueden leer el libro entero en este enlace.
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