¡Señor Dios, Amado mío! Si todavía te acuerdas de mis pecados para no hacer lo que te pido, haz en ellos, Dios mío, tu voluntad, que es lo que yo más quiero, y ejercita tu bondad y misericordia y serás conocido en ellos.
Y si es que esperas a mis obras para por ese medio concederme mi ruego, dámelas tú y óbramelas, y las penas que tú quisieres aceptar, y hágase.
Y si a mis obras no esperas, ¿qué esperas, clementísimo Señor mío?; ¿por qué te tardas? Porque si, en fin ha de ser gracia y misericordia la que en tu Hijo te pido, toma mi centimillo, pues lo quieres, y dame este gran bien, pues que tú también lo quieres.
¿Quién se podrá librar de los modos y términos bajos si no lo levantas tú a ti en pureza de amor, Dios mío? ¿Cómo se levantará a ti el hombre, engendrado y criado en bajezas, si no lo levantas tú, Señor, con la mano que lo hiciste?
No me quitarás, Dios mío, lo que una vez me diste en tu único Hijo Jesucristo, en que me diste todo lo que quiero. Por eso me gozaré, que no te tardarás si yo espero. ¿Por qué alargas la espera si ya mismo puedes amar a Dios en tu corazón?
Míos son los cielos y mía es la tierra; mías son las gentes: los justos son míos y míos los pecadores; los ángeles son míos y la Madre de Dios y todas las cosas son mías, y el mismo Dios es mío y para mí, porque Cristo es mío y todo para mí.
Pues ¿qué pides y buscas, alma mía? Tuyo es todo esto y todo es para ti. No te pongas en menos ni repares en migajas que caen de la mesa de tu Padre. Sal fuera y gloríate en tu gloria, escóndete en ella y goza, y alcanzarás lo que desea tu corazón.
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La oración comienza con una invocación íntima —“¡Señor Dios, Amado mío!”—. Estas primeras palabras marcan ya el tono de confianza y afecto que impregna todo el escrito.
San Juan recurre a recursos retóricos sencillos pero muy eficaces: repeticiones, preguntas retóricas y contrastes que van intensificando la súplica hasta convertirla en afirmación gozosa. El texto se desarrolla en tres movimientos:
- Petición humilde: “si te acuerdas de mis pecados…”
- Ofrecimiento de la propia impotencia: “dámelas tú y óbramelas…”
- Posesión gozosa de Cristo: “míos son los cielos… y el mismo Dios es mío…”
Esa progresión se sostiene en un lenguaje directo y coloquial: el alma dialoga a la vez consigo misma y con Dios, entrelazando confesión y confianza.
Este “dicho” condensa la teología y la experiencia mística de san Juan:
- La salvación es gracia, no mérito, aunque requiere nuestra aceptación y colaboración.
- La oración es súplica, pero también disponibilidad y entrega total.
La culminación es la experiencia de posesión mística: el alma descubre que, en Cristo, todo le pertenece y por eso debe dejar de mendigar “migajas” para salir a “gloriarse en su gloria”. Es una invitación a la audacia contemplativa: abandonarse a la acción divina, que busca siempre nuestro bien.
Así, la oración educa el afecto: transforma el temor en esperanza, la pobreza en riqueza interior, la espera en gozo anticipado, confiando sin reparos en la misericordia ya concedida en Cristo.
Fray Eduardo, nunca escuché está oración.
ResponderEliminarQué entrega, qué segura espera, qué gozo al recibir.
Es toda una exclamación en sí misma.
Muchas gracias 🎉🙏por compartirla.