Hoy comienza el «Tiempo Ordinario», el tiempo normal, cotidiano, de cada día. Es llamado así para distinguirlo de los tiempos «fuertes» de la manifestación de Jesús en la carne (Adviento-Navidad-Epifanía) y de pasión y glorificación del Señor (Cuaresma-Pascua-Pentecostés).
Las «Normas universales del año litúrgico» dicen: «Además de los tiempos que tienen carácter propio, quedan 33 o 34 semanas en el curso del año en las cuales no se celebra algún aspecto peculiar del misterio de Cristo, sino que más bien se recuerda el mismo misterio de Cristo en su plenitud, principalmente los domingos».
Es decir, durante este tiempo no nos detenemos en un aspecto concreto del misterio de Cristo (su encarnación, su pasión, etc.), sino que contemplamos a Cristo presente en el mundo y en la Iglesia, en la vida de cada día, en la salud y en la enfermedad, en las alegrías y en las tristezas. Él siempre está con nosotros y los cristianos queremos crecer en intimidad con él. Esto es todo. Ni más ni menos.
En este tiempo adquiere un significado especial la celebración del domingo, en el que la comunidad cristiana se encuentra con Cristo resucitado, especialmente en la celebración de la eucaristía.
El color litúrgico es el verde, como los campos en primavera, ya que es el tiempo oportuno para crecer en la intimidad con Cristo y prepararnos para dar frutos de vida eterna. Las semillas que se han plantado en nuestros corazones durante las fiestas, ahora tienen que germinar y crecer.
Les deseo a todos un bendecido «Tiempo Ordinario». El Señor nos conceda encontrarnos con él y hacer experiencia de su misericordia todos los días de nuestra vida. Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario