viernes, 13 de septiembre de 2024
La fe sin obras está muerta. Domingo 24 del Tiempo Ordinario, ciclo b
El domingo 24 del Tiempo Ordinario, ciclo "b", las lecturas de la misa nos recuerdan, una vez más, la dimensión práctica de nuestra fe.
Por un lado, ser cristiano no consiste en memorizar ideas, sino en creer en Alguien, en Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios hecho hombre. Creer en él significa relacionarse personalmente con él, acoger su salvación, fiarse de sus enseñanzas, vivir como él nos propone en el evangelio.
En esto insiste la segunda lectura: "¿De qué le sirve a uno decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Es que esa fe lo podrá salvar?... La fe sin obras está muerta" (St 2,14-18).
Nosotros somos cristianos y queremos vivir como cristianos. Creemos que Jesús es el salvador del mundo y queremos vivir como discípulos suyos. En él hemos puesto nuestra esperanza y deseamos que sus enseñanzas se transformen en vida en nosotros.
Recordemos que la fe es un don, pero también una conquista. Lo mismo podemos decir de la vida cristiana: acogemos la salvación como un regalo, pero tenemos que esforzarnos para vivir como salvados. Dios nos hace hijos suyos gratuitamente en Cristo, pero nosotros hemos de intentar vivir como corresponde a los hijos de Dios: siguiendo las huellas y las enseñanzas de Jesús.
He explicado el evangelio de hoy en otras ocasiones. Quienes lo deseen, pueden profundizar en estas entradas del blog:
- ¿Quién dice la gente que soy yo? El evangelio de este domingo (Mc 8,27-35) es una oportunidad para reflexionar sobre la identidad de Jesús y nuestra relación personal con él: ¿Quién es Jesús para la gente?, ¿quién es Jesús para los discípulos?, ¿quién es Jesús para mí? No se debe olvidar que Jesús sigue vivo y no puede ser encerrado en el pasado. Es verdad que sus discípulos no comprendieron su misterio hasta que recibieron el Espíritu Santo; esto se ve claramente al estudiar los textos bíblicos. Pero nosotros no podemos quedarnos con una comprensión imperfecta, parcial. Hemos de acoger el resultado final del proceso de profundización que llevó a los primeros cristianos a descubrir que Jesús es más que un rabino, más que un profeta, más que el mesías político que esperaban sus contemporáneos. Es el Hijo del Dios vivo «que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo» (como confesamos en el credo), que fue «entregado a la muerte por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación» (Rom 4,25) y que sigue presente entre nosotros «todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). No basta con saber las cosas que hizo. Necesitamos comprender el significado de sus actos, que nos revelan algo de su misterio. Solo eso nos permite entrar en contacto con él, que sigue preguntando: ¿Quién soy yo para ti?, ¿qué lugar ocupo en tu vida?
- Tú eres el mesías. Comentario del teólogo Hans Urs von Balthasar: Ciertamente a la pregunta que Jesús plantea a sus discípulos en el evangelio («Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»), Pedro ha dado una respuesta que no se puede decir que sea incorrecta, pero tampoco del todo correcta: «Tú eres el mesías». Sí, pero no un mesías como Pedro y seguramente la mayoría de los discípulos se lo imaginaban: como un taumaturgo que liberaría a Israel del yugo de los romanos...
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