Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

jueves, 26 de septiembre de 2024

Un día cualquiera en la vida de un fraile


En esta entrada voy a hablar de la vida en mi convento de Soria, que es donde vivo. Pero, con pequeñas modificaciones, se puede aplicar a cualquier otro sitio.

La jornada comienza con el rezo de laudes y la oración de la mañana. A mí es el momento del día que más me gusta. Mientras gran parte de la ciudad duerme y todo está en silencio, nosotros damos voz a la Iglesia, que alaba a su Señor desde la aurora hasta el ocaso.

A las 8, uno de nosotros abre la iglesia y prepara las cosas para celebrar la misa de 8,30 con las carmelitas descalzas y un grupito de fieles que acude cada mañana. Otro se va al monasterio de las clarisas, donde celebra la misa a las 9. 

Tras un frugal desayuno, cada uno se dedica a su trabajo (limpieza de la casa, cocina, dar o preparar clases, visitar enfermos, etc.)

Quien tiene la misa de 12, interrumpe sus actividades para abrir la iglesia y preparar lo necesario para la celebración. Además, en las misas de 12 y 19,30, uno celebra en el altar y otro está en el confesonario. (Los domingos en todas las misas, incluidas la de 9 y la de 13,30).

Nos volvemos a juntar en la capilla a las 13,20 para rezar la hora intermedia y hacer examen de conciencia. A continuación, compartimos la comida.

A las 16,30 rezamos el oficio de lectura. El resto de la tarde se dedica al trabajo, actividades pastorales (encuentros de formación, grupos de oración, reuniones con el Carmelo seglar o las cofradías, etc.) o a la lectura y el estudio, hasta la hora de vísperas. 

El que tiene la misa vespertina, abre la iglesia a las 18,30, reza el rosario a las 19,00 y celebra la eucaristía a las 19,30. A las 20,00, todos rezamos vísperas con el pueblo. Después, tenemos un tiempo de oración hasta las 21,05, que rezamos completas.

Cenamos, fregamos los platos, recogemos la cocina y el comedor, y pasamos un rato juntos, compartiendo las noticias del día, antes de hacer una última oración por los bienhechores, las intenciones que nos presentan y los difuntos. Después, cada uno se retira a su habitación.

De esta manera, alternando momentos de oración, de trabajo, de estudio, de apostolado y de descanso, se van sucediendo las jornadas, procurando vivir siempre "en obsequio de Jesucristo" y buscando revestirnos de sus sentimientos.

No importa lo que tenemos que hacer en cada momento. Sabemos que el Señor está tan presente en la cocina como en la capilla, en el enfermo al que visitamos como en el sacramento de la eucaristía que celebramos. Lo importante es saber descubrirle siempre cercano y hacer todo en su nombre y por amor a él.

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