Ya tuvimos unas semanas de Tiempo Ordinario después de Navidad hasta que comenzó la Cuaresma. Por eso, este domingo entramos en la undécima semana del ciclo "a", en el que leemos ordinariamente el evangelio de san Mateo.
En concreto, el evangelio de hoy (Mateo 9,31-10,8) habla de Jesús, que siente compasión de la gente, elige colaboradores que le ayuden en la tarea de la evangelización y nos invita a orar al dueño de la mies para que mande trabajadores a su mies.
Quienes tienen los sentimientos de Jesús y sienten compasión por los hermanos, hacen el bien que pueden a todos y oran por su bienestar físico y espiritual, pidiendo con insistencia a Dios que tenga misericordia de todos.
Pienso que el mejor comentario a este evangelio es una carta de santa Teresita a su hermana Celina (15 de agosto de 1892):
Un día, mientras pensaba qué podría hacer para salvar almas, unas palabras del evangelio me llenaron de luz. Una vez, Jesús decía a sus discípulos, mostrándoles los campos de mieses maduras: "Levantad los ojos y contemplad los campos, que están ya blancos para la siega". Y un poco más tarde: "La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores".
¡Qué gran misterio! ¿No es Jesús todopoderoso? ¿No son las criaturas de quien las ha hecho? Entonces, ¿por qué dice Jesús: "Rogad al Señor de la mies que envíe trabajadores"? ¿Por qué? ¡Ah!, es que Jesús siente por nosotras un amor tan incomprensible, que quiere que tengamos parte con él en la salvación de las almas. Él no quiere hacer nada sin nosotras. El creador del universo espera la oración de una pobre alma para salvar a las demás almas, rescatadas como ella al precio de toda su sangre.
Nuestra vocación no consiste en ir a segar en los campos de mieses maduras. Jesús no nos dice: "Bajad los ojos, mirad los campos e id a segar". Nuestra misión es más sublime todavía. He aquí las palabras de nuestro Jesús: "Levantad los ojos y mirad". Mirad cómo en mi cielo hay sitios vacíos, a vosotras os toca llenarlos, vosotras sois mis Moisés orando en la montaña, pedidme trabajadores y yo los enviaré, ¡no espero más que una oración, un suspiro de vuestro corazón!
El apostolado de la oración ¿no es, por así decirlo, más elevado que el de la palabra? Nuestra misión, como carmelitas, es la de formar trabajadores evangélicos que salven millares de almas, cuyas madres seremos nosotras.
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