Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

domingo, 19 de febrero de 2023

Sed perfectos, como vuestro Padre celestial. Domingo 7 del Tiempo Ordinario, ciclo "a"


Hoy celebramos el domingo séptimo del Tiempo Ordinario (ciclo "a"). Hace tres domingos que comenzamos a leer el "Sermón de la Montaña". Estos son los temas que hemos visto hasta ahora:

El sermón de la montaña (presentación general). San Mateo recoge en el llamado "sermón de la montaña" (Mt 5-7) un resumen de las enseñanzas de Jesús sobre Dios y sobre los hombres. En el llamado ciclo "a", lo leemos en misa a lo largo de varios domingos: las bienaventuranzas (domingo IV del Tiempo Ordinario), la luz y la sal (domingo V), el cumplimiento de la Ley y los profetas (domingo VI), el amor a los enemigos (domingo VII), etc.

Las bienaventuranzas (domingo 4). En las bienaventuranzas, Jesús llama dichosos a los pequeños, a los débiles, a los que sufren y lloran, a los que se saben necesitados de un salvador, porque no pueden salvarse a sí mismos, a los que son perseguidos por su fidelidad a Dios y a Jesús. No son dichosos porque el hambre, el llanto, la persecución o el sufrimiento sean buenos, sino porque «de ellos es el reino de los cielos». Es decir, porque Dios está cerca de ellos, de su parte, identificado con ellos.

- Podemos ser felices en medio de las dificultades (domingo 4). Dios elige caminos sorprendentes para manifestarse: en nuestras derrotas, en nuestros límites y en nuestra debilidad se manifiestan su grandeza y su poder. El gozo verdadero y definitivo consiste en sabernos hijos de Dios, amados por él, miembros de su familia, herederos de su reino. Y esto no es porque nosotros somos mejores que nadie, sino porque Dios es amor. 

Estamos llamados a ser luz para el mundo (domingo 5). ¿Qué tenemos que hacer para ser verdadera luz, para convertirnos en colaboradores de Dios? Nos lo dice el profeta Isaías en la primera lectura: "Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, viste al que va desnudo, y no te cierres a tu propia carne. Entonces romperá tu luz como la aurora".

- Sois luz del mundo y sal de la tierra. (domingo 5) Si lo pensamos bien, la verdadera luz del mundo es Jesús. Él vence la oscuridad de la ignorancia y del pecado con sus enseñanzas. Él es también la sal que da sabor y sentido a nuestras vidas, también en los momentos de sufrimiento. Lo que nos está pidiendo es que nos parezcamos a él, que nos revistamos de sus sentimientos, que amemos con el amor con que él nos ama, que perdonemos con el perdón con que él nos perdona, que compartamos con los demás las bendiciones que recibimos de él.

- Jesús es el cumplimiento del Antiguo Testamento (domingo 6). Hoy como ayer, tenemos el peligro de perdernos en cosas secundarias, en el "envoltorio" de nuestra religión. Jesús nos presenta lo esencial, que es nuestra relación con Dios y con los hermanos, vivida con autenticidad, sin dobleces: "Si cuando vas a presentar tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda".

- Jesús ante la Ley. (domingo 6) Jesús no se limita a comentar los escritos del Antiguo Testamento, como hacían los rabinos de su tiempo, sino que presenta una enseñanza original, que se enmarca en la tradición judía pero parece romper con ella y la supera en puntos fundamentales. Jesús no cambia unas leyes imperfectas por otras mejores. Revela el sentido de la Ley, invitando a cumplir siempre la voluntad de Dios, que es lo mejor para el hombre. Pero también desautoriza la función salvadora de la Ley. Quiere que hagamos el bien, pero no para tener derechos ante Dios, sino solo porque sabemos que Él quiere lo mejor para nosotros y nos fiamos de su palabra. Por lo tanto, si hacemos lo que nos enseña seremos felices.

- La fuerza del perdón (domingo 7). El Señor nos pide algo muy difícil, aparentemente imposible: amar a los enemigos para parecernos a nuestro Padre del cielo, que hace llover sobre buenos y malos y hace salir el sol sobre justos e injustos. Amar a los enemigos no significa que me sean simpáticos o que me encuentre a gusto a su lado. Significa no hacerles ni desearles el mal y hacerles el bien si está en mi mano, aunque me cueste.

- Amad a vuestros enemigos, sed perfectos como el Padre celestial (domingo 7). Lo que a nosotros nos sale espontáneo es el egoísmo, el orgullo, el instinto de venganza. El Antiguo y el Nuevo Testamento nos indican que el camino que deberíamos seguir no es ese, sino el del servicio, la humildad, el perdón y la misericordia. No es fácil, pero tampoco es imposible si contamos con la ayuda del Señor. Pidámosle que nos conceda un corazón como el suyo, para que podamos amar a todos, también a nuestros enemigos.

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