Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

viernes, 24 de febrero de 2023

La Vía Dolorosa de Jerusalén


A lo largo de los siglos, los peregrinos que han viajado a Tierra Santa han querido recordar y revivir los acontecimientos relacionados con la vida, muerte y resurrección de Jesucristo en los mismos lugares en los que sucedieron.

Especialmente emotivo es el rezo del Vía Crucis a lo largo de la «Vía Dolorosa», en la ciudad vieja de Jerusalén. Es una experiencia singular, muy distinta de lo que se podría imaginar fuera de aquel contexto.

La Vía Dolorosa inicia junto a la puerta de los leones, en la «Torre Antonia», que domina la explanada del Templo, y continúa por las calles del zoco hasta llegar a la basílica del Gólgota y del Santo Sepulcro, atravesando el convento copto y la terraza de la basílica, con el convento etíope. 

En cada estación hay una señal como esta, con el número en caracteres latinos. En casi todas hay una capilla (o varias), en las que se puede entrar a rezar. La primera comienza en la calle. En tiempos de Jesús, en este lugar se encontraba el palacio del gobernador. Hoy es una escuela musulmana. En ese lugar Jesús fue condenado, sufrió los azotes, la corona de espinas, burlas y toda clase de ultrajes.
 
Primera estación: Jesús es condenado a muerte.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. 
Porque con tu santa cruz redimiste al mundo.

En el espacio que antiguamente ocupaba el pretorio, se encuentran, también, el convento franciscano de la Flagelación y el convento de las Hijas de Sión, que conserva en sus criptas parte del “litóstrotos” (“el enlosado”) del que habla el evangelio. 

Segunda estación: Jesús carga con la cruz e inicia el camino hacia el Calvario.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. 
Porque con tu santa cruz redimiste al mundo.

La capilla de la tercera estación se encuentra entre la residencia austro-húngara y el patriarcado armenio. La construyeron los católicos armenios en el siglo XV y la restauraron los católicos polacos en la primera mitad del siglo XX.

Tercera estación: Jesús cae por primera vez.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. 
Porque con tu santa cruz redimiste al mundo.

La cuarta estación se encuentra muy cerca, en la iglesia armena de la Virgen de los Dolores. En la cripta hay un curioso mosaico del siglo VII, con unas sandalias en el centro, recordando la costumbre que tenía la gente de descalzarse al entrar en ese lugar sagrado. En el patio hay un hermoso cuadro de cerámica que representa a la Esperanza Macarena de Sevilla.

Cuarta estación: Jesús se encuentra con su madre.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. 
Porque con tu santa cruz redimiste al mundo.

La quinta estación hace esquina. Se abandona la calle «Al-Wadi Street» y se gira por la calle «Aqabat al-Khanqah Street». Es una pequeña capilla construida por los franciscanos el año 1229 en la primera residencia que tuvieron al establecerse en Jerusalén.

Quinta estación: El Cireneo ayuda a Jesús a llevar la cruz.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. 
Porque con tu santa cruz redimiste al mundo.

En el lugar de la sexta estación hay una cripta-capilla greco-católica, dedicada a la Santa Faz y atendida por las hermanitas de Jesús, que viven la espiritualidad de Carlos de Foucauld.

Sexta estación: La Verónica enjuga el rostro de Jesús.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. 
Porque con tu santa cruz redimiste al mundo.

La séptima estación se encuentra en la antigua intercesión del «cardo máximo» romano con el «decumano» (las dos calles principales). Allí había una columna donde se colgaban los carteles con la acusación de los que habían sido condenados. En el interior hay dos capillas. En una de ellas se puede ver la base de la columna, que está embutida en los muros de los edificios.

Séptima estación: Jesús cae por segunda vez.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. 
Porque con tu santa cruz redimiste al mundo.

La octava estación está señalada por una piedra colocada en el muro de un monasterio greco-ortodoxo, en la que está escrito en griego: «Jesucristo vence». Está cerca de la hospedería luterana alemana.

Octava estación: Jesús consuela a las mujeres de Jerusalén.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. 
Porque con tu santa cruz redimiste al mundo.

La novena estación se reza en la puerta de la iglesia copta de santa Elena, que pertenece al patriarcado copto ortodoxo, que tiene allí el monasterio «Deir as Sultan», en lo que fue la sede del patriarcado latino de Jerusalén en tiempo de las cruzadas. Dentro del templo se accede por una minúscula escalera a una antigua cisterna, de la época de Herodes.

Novena estación: Jesús cae por tercera vez.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. 
Porque con tu santa cruz redimiste al mundo.

Desde allí se accede al monasterio de los etíopes, construido sobre la terraza del santo sepulcro y se desciende por una escalera interna, en la que se abren distintas capillas, hasta la puerta de la basílica del Santo Sepulcro. Las cinco últimas estaciones se encuentran dentro del templo.

La décima estación se conmemora en la llamada «capilla de los Francos», en lo alto de esta escalera, que en el siglo XI se construyó como entrada para el Gólgota. La puerta de abajo da a una capilla greco-ortodoxa en honor de santa María Egipcíaca.

Décima estación: Jesús es despojado de sus vestiduras.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. 
Porque con tu santa cruz redimiste al mundo.

Cuando Saladino conquistó Jerusalén el año 1187 tapió 11 de las 12 puertas que tenía el Santo Sepulcro, para controlar a todos los peregrinos cristianos y exigirles el pago de un fuerte impuesto. Las llaves de la única puerta de acceso siguen hasta el presente en manos de dos familias musulmanas, que cobran por abrir y cerrar cada día. Hoy es un problema serio de seguridad, ya que sigue siendo el único lugar por donde entran y salen miles de personas cada día.

Una vez dentro de la basílica, se suben unas escaleras estrechas y empinadas y se llega a la capilla católica, donde se conmemora la crucifixión del Señor y a la Virgen Dolorosa.

Undécima estación: Jesús es clavado en la Cruz.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. 
Porque con tu santa cruz redimiste al mundo.

En la parte greco-ortodoxa se conmemora la muerte del Señor en la Cruz. Está decorado al estilo oriental, lleno de iconos y de lámparas, aunque hay un trozo de pavimento levantado para que se pueda ver la piedra del Gólgota.

Duodécima estación: Jesús muere en la Cruz.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. 
Porque con tu santa cruz redimiste al mundo.

Hay que volver a bajar del Gólgota para encontrar la llamada «piedra de la unción». Era un bloque de mármol que se veneraba en Éfeso hasta el siglo XII. Una leyenda antigua decía que la había llevado allí santa María Magdalena. Los cruzados la desplazaron a Jerusalén y pasó de una iglesia a otra a lo largo de los siglos. Esta se colocó aquí muy tardíamente. La impresión de antigüedad proviene de un incendio del año 1808, que la dañó seriamente, ya que se desplomaron grandes bloques de piedra sobre ella..

Decimotercera estación: Jesús es bajado de la cruz
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. 
Porque con tu santa cruz redimiste al mundo.

La sepultura y resurrección del Señor se conmemoran en este lugar, que ha sido reformado muchas veces a lo largo de los siglos. En el siglo II, el emperador Adriano hizo construir un templo pagano en honor de Vesta, para impedir que los cristianos fueran allí a rezar. En el siglo IV, el emperador Constantino hizo construir un gran templo redondo para celebrar la resurrección de Cristo. Fue incendiado por los persas en el siglo VI, reconstruido y dañado por un terremoto en el siglo IX, de nuevo reconstruido y destruido por los musulmanes en el siglo XI, reconstruido de nuevo poco después, renovado por los cruzados en el siglo XII (es el edificio actual). En el siglo XIX sufrió grandes daños por un incendio. De nuevo fue reconstruido y se hizo la edícula central en estilo ruso, ya que la pagaron los zares del momento. Desde el año 2000 se han sucedido las restauraciones y excavaciones arqueológicas hasta el presente.

Decimocuarta estación: Jesús es sepultado.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. 
Porque con tu santa cruz redimiste al mundo.
 
Todos los días hay varios grupos que hacen este recorrido, rezando y cantando en distintos idiomas, pero los viernes por la tarde son verdaderas muchedumbres.

Mientras los peregrinos intentan concentrarse con devoción en el Vía Crucis, docenas de palestinos intentan venderte restos arqueológicos, con sus correspondientes certificados (todos más falsos que el beso de Judas): ungüentarios fenicios, ánforas romanas, reliquias de la Pasión, antiguos iconos rusos… Sin que falten en sus tiendas las camisetas, rosarios, estampas, cruces, incienso, kipás judías, turbantes musulmanes... Mientras tanto, desde los puestos de los vendedores suenan las cadenas de radio a todo volumen y los numerosos minaretes llaman a los musulmanes a la oración. 

Los chiquillos juegan en las calles, gritando con todas sus fuerzas. El ruido y el desorden no parecen aturdir a las mujeres locales, que pasan silenciosas, con las cabezas cubiertas por sus grandes pañuelos, o miran recatadas desde las puertas y ventanas. 

Jóvenes israelitas uniformados de militar pasean con las metralletas al hombro. Los judíos ortodoxos, con sus tirabuzones, sus sombreros negros y sus largos abrigos, caminan hacia el muro de las lamentaciones. 

Los hábitos marrones de los frailes franciscanos o los negros de los monjes ortodoxos destacan entre centenares de peregrinos y turistas de todas las nacionalidades. Se mezclan miradas de asombro con miradas indiferentes y otras desafiantes.

A medida que avanzas, te rodea el aroma de panecillos recién hechos en hornos situados en cada rincón. De los puestos callejeros se desprenden los olores más exóticos, mezclados entre sí: té, clavo, cinamomo, tomillo, almizcle, canela, pimentón, ámbar, incienso…

Esta mezcla de sonidos, olores e imágenes sorprendentes provocan un poco de aturdimiento en el peregrino, que no puede dejar de pensar que no sería muy distinto el ambiente de la Jerusalén de hace 2000 años en el contexto de la Pascua. Posiblemente, pocos se dieron cuenta de que un condenado era llevado por esas calles para ser ajusticiado a las puertas de la ciudad.

Yo he tenido la ocasión de rezar el Vía Crucis por esas calles, acompañando a diversos grupos de peregrinos y doy testimonio de que es una experiencia intensa, que no se puede extrapolar a otros sitios. Las dos últimas fotos son de peregrinos con los que he compartido esos momentos.


He publicado esta entrada en varias ocasiones, cambiando el texto y las fotografías, añadiendo y quitando explicaciones, de manera que sea una entrada antigua y nueva al mismo tiempo. El año próximo, si Dios nos lo concede, volveremos a Jerusalén.

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