Amad a vuestros enemigos, sed perfectos como el Padre celestial

El evangelio del domingo VII del Tiempo Ordinario, ciclo "a", nos explica cómo tenemos que comportarnos para ser verdaderamente cristianos: "Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos".

Jesús nos pide que nos parezcamos a Dios, que vivamos como corresponde a los hijos del Altísimo. De hecho, el evangelio del día concluye con las siguientes palabras: "Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto".

Esa petición coincide con la que nos hace Dios en la primera lectura, tomada del libro del Levítico: "Sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo".

Lo que a nosotros nos sale espontáneo es el egoísmo, el orgullo, el instinto de venganza. El Antiguo y el Nuevo Testamento nos indican que el camino que deberíamos seguir no es ese, sino el del servicio, la humildad, el perdón y la misericordia.

No es fácil, pero tampoco es imposible si contamos con la ayuda del Señor. Pidámosle que nos conceda un corazón como el suyo, para que podamos amar a todos, también a nuestros enemigos.

Repito lo que ya he dicho muchas veces: amar a los enemigos no significa que me caigan simpáticos o que me sean agradables, consiste en hacerles el bien, si está en mi mano, y no desearles el mal.

La conclusión del Sermón de la Montaña dice: "Buscad sobre todo el reino de Dios y su justicia; y todo lo demás se os dará por añadidura. Por tanto, no os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le basta su afán".

Vivamos cada día unidos a Jesús, pidiéndole su gracia para no desfallecer en el camino, sin obsesionarnos con el pasado (lo que lleva a la depresión) ni angustiarnos por el futuro (lo que lleva a la ansiedad).